VALÈNCIA. Hay conflictos que solo se pueden contar desde dentro. Cualquier otra aproximación podría ser válida, pero no resulta tan contundente y llena de verdad.
Para Sama está contada desde las entrañas del asedio de Alepo. La periodista siria Waad Al Kateab comenzó a grabar con su cámara diferentes imágenes a partir de 2012, cuando era estudiante universitaria y los jóvenes iniciaron las protestas contra el régimen de Bashar al-Ásad. En ese momento la ilusión de derrocar al dictador corría por sus venas, había un impulso colectivo que los arrastraba a las calles a manifestarse, a gritar por su libertad. Pero pronto comenzaron las represalias, los asesinatos. El miedo se instaló en los activistas, pero no se rindieron y siguieron adelante.
Waad Al Kateab, a través de una serie de fragmentos retrospectivos, nos irá contando cómo fueron esos años convulsos de forma muy elemental, pero al mismo tiempo muy precisa. Los ataques rebeldes, la captura de Alepo oriental, las primeras ofensivas del Ejército Sirio y el repliegue progresivo de los sublevados. Durante cuatro años se mantuvo esta situación de desgaste en la que las bombas y el terror se apoderaron de los ciudadanos. El asedio se recrudeció en 2016 y la situación comenzó a hacerse insoportable. Muchos se fueron, pero otros, como Al Kateab y su marido, se quedaron para convertirse en símbolos de la revolución. Son esos seis meses en los que se terminó de destruir la ciudad y durante los que murieron miles de personas, en los que se centra especialmente la directora.
Son varios los niveles que conviven en la película. Por una parte, quizás el más importante, el componente de denuncia. Pero por otra, el aspecto íntimo y personal, ya que se vierten todas las inquietudes y los miedos que atrapan a la directora en esa doble faceta de activista y madre. Precisamente el documental toma el nombre de su hija, nacida durante los enfrentamientos. Una niña de la guerra que se acostumbró desde bebé al ruido de las bombas, por lo que ni siquiera se asustaba ya cuando explotaban a su alrededor. Así, Para Sama se convierte también en una especie de carta de amor. Una carta para la hija de Waad, pero también para todas las generaciones posteriores, para todas esas familias que se encuentran ahora en el exilio, para que sus descendientes no olviden por qué sus padres lucharon por la libertad.
Durante el metraje, narrado en primera persona por Waad Al Kateab, la joven conocerá a un médico al que ayudará a montar un hospital. Con el tiempo, y después de múltiples ataques y penurias, se convertiría en el único espacio sanitario operativo en la zona. Las imágenes que graba ahí la directora resultan realmente insoportables de mirar. Pero hay que verlas para comprender la magnitud de la tragedia. No hay un afán de efectismo en ellas, simplemente un intento de registrar de la realidad tal como fue. Niños, muchos niños sepultados, o acribillados, cuerpos tirados por el suelo, sangre por doquier, condiciones pésimas de higiene, y un esfuerzo titánico por parte de los sanitarios implicados en salvar vidas. El momento en el que llega una madre embarazada de nueve meses herida y le practican una cesárea para sacar el cuerpo de un bebé al que reaniman durante minutos hasta que logran salvarlo, es quizás una de las imágenes más duras y hermosas de este cine de resistencia, que lucha contra viento y marea ante la adversidad.
A veces hay que documentar la crueldad para que no se olvide. El adjetivo ‘necesaria’ a veces se utiliza con demasiada facilidad, pero en esta ocasión, ‘Para Sama’ lo es. Y lo es porque sus imágenes nos enfrentan al mundo en el que vivimos, nos hacen recordar la infamia a la que son capaces de llegar las personas por mantener el poder. También nos hace replantearnos nuestros códigos morales, nuestra mala conciencia e hipocresía ante los problemas que ocurren a nuestro alrededor. Una especie de revulsivo que nos invita a enfrentarnos a la barbarie desde la comodidad de una butaca de cine.
Para Sama se presentó en el Festival de Cannes y su carrera de premios fue apoteósica. Estuvo nominada al Oscar al mejor documental, consiguió el BAFTA a la mejor película, arrasó en los BIFA y en diversas asociaciones de críticos.