VALÈNCIA. Navidades de 1979. Tino, Yolanda, Gemma, David y Óscar, los cinco niños integrantes del grupo musical Parchís lanzaron su primer LP, Las 23 Super Canciones de los peques, siendo inmediatamente un éxito de ventas. Aquel año no se había publicado todavía el Estatuto de los trabajadores, que llegó finalmente al Boletín Oficial del Estado el 14 de marzo de 1980. Todavía más lejos estaba la proclamación, por parte de la ONU, de la Convención sobre los Derechos del niño, aprobada en 1989, en la que se les consideraban, por fin, “personas con plenos derechos, valiosas en sí mismas y en cada una de las etapas de su crecimiento y maduración”. La existencia del grupo musical Parchís, de 1979 a 1992, fue posible tal y como se narra en el documental precisamente porque germinó entre ese periodo de entreguerras legislativo.
Es importante detenerse en el artículo sexto del Estatuto de los Trabajadores para situar al lector sobre las precarias condiciones laborales de Parchís por entonces. Es lógico pensar que hoy sería mucho más difícil, por no decir imposible, poner en marcha con tanta ligereza una máquina de hacer dinero como lo fue aquella:
Sobre el trabajo de los menores en el mundo del espectáculo, el artículo sexto, publicado en 1980, decía:
“…La intervención de los menores de dieciséis años en espectáculos públicos sólo se autorizará en casos excepcionales por la autoridad laboral, siempre que no suponga peligro para su salud física ni para su formación profesional y humana; el permiso deberá constar por escrito y para actos determinados”
Con esta información en mente, repasemos algunos de los testimonios más escalofriantes del documental producido por Netflix. El primero de ellos, y que hace dar un respingo del asiento, es cuando Yolanda explica que su nuevo representante argentino, especializado en fútbol, Jorge Berlanga, incorporado al equipo durante su gira por México (una vez estalló el boom) “lo hizo muy bien en el sentido de decir: ‘Estos niños necesitan un día libre a la semana’. Eso nunca nadie lo había hecho”, comenta una todavía naif intérprete. Con total naturalidad, y de ahí la clave del satisfactorio resultado del documental, nos relatan cómo durante los años 80 cinco niños menores de 15 años (algunos de 9 años) trabajaban siete días por semana, en horarios de mañana y tarde. “Casi cada día, prácticamente, había una actuación”, explican en otro momento. “Cada vez que se subían a un avión, se quedaban dormidos”, cuentan.
Joaquín Oristrell, el testimonio más lúcido de todo el documental, responsable por entonces de acompañar a los niños durante la gira, describe una de las actuaciones más multitudinarias en el Pavillón Azteca de México: “Fue un concierto exclusivo en el que la capacidad del aforo era de 6.500 personas, con entradas muy caras y todo eso. Cuando meten a 10.000… Y empezó a llover (de la carpa) sudor. Les tuvimos que cambiar varias veces. En esa actuación estaban los padres de todos, invitados, y me acuerdo que a una madre le pareció insoportable y al día siguiente ya no fue a ver sudar a su hija. Yo le dije: “Hombre, si suda tu hija, suda tú, qué menos… Por lo menos te podrás comprar algo con el dinero de ella””, dispara con dura ironía.
El ahora director de cine y televisión, por entonces, asistente del grupo, se muestra en diversos momentos disconforme frente a la actitud de los padres. “La culpa fue de ellos. Luego sí, que si la casa de discos es muy mala, que si unos hombres perversos, que si unos explotadores, unos tal, pero son tus hijos… No hay excusa”, defiende cuando se habla de uno de los temas más flagrantes de la vida del grupo: el de las ganancias económicas. Porque el grupo musical fue saqueado hasta la saciedad. “Yo lo que sí sé es que generaron mucho dinero. Y ese dinero a algún sitio iría a parar. No creo que sea ese o el otro en concreto, como tú dices es la suma de muchos”, explica Oristrell. “El dinero, tal como entraba, desaparecía”, dice el entonces niño Frank (sustituto del pequeño Óscar).
Una época en el mundo del espectáculo que ya no existe
Los tiempos, por suerte, han cambiado. En la actualidad, la labor de cada miembro de un espectáculo musical o audiovisual se ha profesionalizado, y ahora se entiende la labor de las Paquitas Salas del negocio. Hoy día es vital contar con la función de los representantes artísticos, que velan al máximo por las garantías del actor (ya sea menor o no), y que por supuesto no permiten, como así ocurrió con estos niños, que unos empresarios les roben el 70% de sus ganancias, mientras el grupo tan solo se llevaba un 30% (y a repartir).
Jurídicamente, además, existen diversos convenios (del audiovisual, de teatro o de salas de fiestas) que regulan las horas tope que puede trabajar un menor en cada espectáculo, además los tiempos de descanso. Por ejemplo, por su condición especialmente vulnerable, está prohibido que realicen trabajos nocturnos ni horas extraordinarias, y se prohíbe pagar menos a los menores que lo que cobrarían los adultos haciendo el mismo trabajo.
Por otro lado, desde 1985 (Real Decreto 1435/85) para que un menor de 16 años desarrolle una actividad artística, antes lo debe autorizar la autoridad laboral de cada Comunidad Autónoma. Normalmente se suelen pedir varias autorizaciones y la gestión se vuelve muy engorrosa: la de los padres o tutores, la del centro escolar del menor (que deberá hacer un seguimiento en su progresión académica), además del consentimiento del propio menor de edad. La productora o empresa de espectáculos deberá sumar al equipo a un profesor de apoyo para que ayude al menor con sus deberes o les de clases particulares. Así es como personalmente lo viví durante los inicios de la serie de Telecinco Querido Maestro (1997-1998), que seguro que recordarán no solo por la participación de Imanol Arias y Ana Duato, sino por la de niños como el ahora conocido actor adulto Juan José Ballesta, que tenía asignado, junto al resto de pequeños, un profesor de refuerzo durante la producción.
Durante la segunda parte del documental conocemos, precisamente, a Imma Cabecerans, profesora de los niños de Parchís . Por la etapa cronológica en la que aparece, se sobreentiende que se incorporó más tarde al equipo (seguramente tras el Real Decreto de 1985). “Yo creo que a las familias, supongo que les llegó una situación donde sus hijos podía ganar mucho dinero y en ningún momento se plantearon si esto era una presión demasiado fuerte para ellos, si tantos meses fuera de sus casas y de su familia podría perjudicarles”, analiza.
Como en el caso del tratamiento mediático del caso Alcàsser, comparto con su tutora dicha reflexión. No solo los niños no eran seres maduros, no lo era la sociedad en general. Por lo demás, es agradable saber que todos ellos han superado una etapa de sobreexplotación.