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entrevista al químico y especialista en el mercado eléctrico y gasista en España

Pedro Fresco: "La fiscalidad verde la veremos en cuestión de meses más que de años"

3/11/2020 - 

VALÈNCIA. Para quienes todavía piensan que la transición energética va de sustituir centrales de carbón por termosolares y coches de combustión por eléctricos y que el resto de la vida permanecerá intacto, Pedro Fresco (Valencia,1981), químico y especialista en el mercado eléctrico y gasista en España, avisa en su nuevo libro, El nuevo orden verde: Cómo la transición energética cambiará el mundo (Barlin Libros), que se están equivocando. A diferencia de su primer título publicado, El futuro de la energía en 100 preguntas (Nowtilus), más técnico y centrado en cómo funcionan las energías y su relación con el cambio climático, en esta ocasión Fresco, con 10 años de experiencia en el sector energético, ahonda en la cara social de apostar por la transformación energética haciendo prospectiva sobre sus consecuencias económicas, geopolíticas, éticas y laborales. 

La pandemia, más que paralizar, acelera la transición energética

La tesis principal de la obra es que toda sociedad se construye sobre sus posibilidades de crear energía a partir de la naturaleza, y todo lo que afecte a la energía tiene impacto en todo, desde la mentalidad, la ciudad o el trabajo. “Ahora ya no nos parece normal fumar en un lugar cerrado o no separar los envases, pero hace 30 años sonaba a cosas extraterrestres. Esto pasará dentro de 15 o 20 años con los impactos ambientales de hoy, no entenderemos cómo pudimos vivir tanto tiempo con coches de combustión en la calle. Espero que en ese futuro alguien diga que ese chico tenía razón”, anhela Fresco, quien presentará el martes su nuevo libro en la FNAC de Valencia con el alcalde de la ciudad, Joan Ribó, como telonero. 

- En su libro, defiende la transición energética como inevitable, pero reconoce que las grandes cuestiones cruciales por resolver son el cómo y el cuándo de esa transición. 

- Sabemos que nuestro mundo basado en energías fósiles acabará, pero la cuestión es si lo haremos a tiempo para evitar un cambio climático de dimensiones catastróficas, o lo haremos por agotamiento de esas energías o por cuestiones geopolíticas, y también si nos adaptaremos haciéndola justa, ayudando a los perjudicados de los cambios, o si llegamos tarde, en un momento de tanta urgencia que arrasaremos con todo y llegará por la fuerza, incluso con medidas como limitar la natalidad. Es un escenario extremo que podría llegar. Hay un millón de posibilidades.

- En algunos círculos se está utilizando la pandemia como excusa para señalar que es incompatible en estos momentos atender a la transición energética. Sin embargo, un estudio reciente afirma uno de cada 10 euros de los que se invierte para la pandemia serviría para asumir los objetivos del Acuerdo de París. 

- Eso de que el esfuerzo de las medidas ambientales y la transición energética iban a relegarse por las urgencias económicas no ha pasado, sino lo contrario. La pandemia, más que paralizar, acelera la transición energética. Con el hundimiento de la inversión en combustibles fósiles, los estados han vuelto a coger la mano de la economía y la mejor manera de afrontar esta destrucción es creando algo nuevo, que es la tecnología de la transición energética. En mayo redacté el epílogo del libro y todavía era muy incipiente, pero ya entonces se daba una cifra: solo con la caída del PIB que íbamos a sufrir ese segundo trimestre de 2020, con ese dinero, se podía hacer media parte de la transición energética. Toda la riqueza que vamos a perder sería más que suficiente para hacerla completamente. Solo por el coste para las generaciones futuras, no hacer la transición energética será infinitamente superior. Ahora con un 2 o 3% del PIB se podría hacer la transición energética. Es una inversión que generará ocupaciones, crecimiento económico y bienestar. El problema es la miopía de no priorizar ahora un pequeño para evitárselo a las generaciones futuras. Hay una frase del rey Luis XV de Francia que dice: “Después de mí, el diluvio”. Aquí estamos jugando a eso. No queremos ahora ningún coste, y cuando me muera, que lo pague el que viene. Esa visión no es responsable, ni civilizada ni moral.

Ahora con un 2 o 3% del PIB se podría hacer la transición energética

- Llevamos mucho tiempo hablando de renovables, de energía verde, y mucha gente todavía solo se centra en su producción, pero usted señala que la gran cuestión ahora es almacenar esa energía. 

- Tenemos un problema medio solventado. La solar fotovoltaica y la eólica ya son las formas más baratas de generar energía en dos tercios del planeta, y de manera destacada en España, pero no las podemos encender a voluntad como estamos acostumbrados. Falta algo en medio, y para ese algo hay varias formas. La más intuitiva es almacenar. De lo que se genera cuando hay sol o sopla el viento, una parte se consumirá en el momento y otra se almacena. Aunque siempre hemos escuchado que la electricidad no se puede almacenar, la electricidad se puede transformar en muchas formas de energía y hay una decena de posibilidades de almacenarla. Algunas de ellas empiezan a implantarse, la más conocida es una planta de bombeo hidroeléctrico, como tenemos en Cortes de Pallás. También están las famosas baterías del móvil, ordenador o coche eléctrico, que van a formar parte de nuestro día a día, porque son versátiles. Están evolucionando tecnológicamente y están bajando de precio cada año. 

- De fuentes de energía, en los últimos tiempos se habla mucho del litio y el hidrógeno. ¿Las expectativas están justificadas?

- Están justificadas en ambos casos, pero son diferentes. El litio es fundamental para la transición energética. Es el material con el que se van a hacer las baterías que almacenarán la energía. El litio es el tercer elemento del universo más ligero, después del hidrógeno y el helio, pero es el primer sólido. Con él podemos hacer las baterías más ligeras, y eso es esencial para la movilidad. Es la revolución tecnológica que ha permitido el estallido de la electromovilidad que empezamos a ver, pero será una realidad en dos décadas, cuando todos los coches sean eléctricos. Pero el litio se enfrenta a una gran demanda. Ahora hay un gran boom de minería del litio. Va a ser un movimiento geopolítico muy importante. Si hoy es muy importante vender gas natural o petróleo, muchos países, de América Latina fundamentalmente, sacaran ingresos por el litio en el futuro. 

El hidrógeno es lo contrario. Es un vector energético, la manera de almacenar esa electricidad renovable sobrante y transformarla en hidrógeno. El proceso se conoce desde el siglo XIX, la electrólisis: poner una corriente dentro del agua, y el agua separa hidrógeno y oxígeno. Ese hidrógeno es inflamable y vale para casi todo: gas natural, coches de hidrógeno, industria, calefacción... El problema es que hay que generarlo de la electricidad renovable, y eso conlleva unas pérdidas. Al final, con lo que se saca, se pierde el 70% de la electricidad. Es limpio, porque su combustión no genera dióxido de carbono, pero no es un proceso eficiente. La transición energética apostará por todo aquello que se pueda electrificar directamente en un cable, pero hay muchas cosas que implicarán recurrir a la conversión en hidrógeno para electrificar indirectamente y descarbonizar. 

- Hay mucha discusión sobre dónde se debe utilizar el hidrógeno, en todo o solo en algunas partes donde la electricidad directa no puede llegar. ¿De qué sería partidario?

- En el caso de los vehículos ligeros, la batería eléctrica es superior porque es mucho más eficiente y, hasta en ciertos tipos de coches, para la climatización creo que la bomba de calor también es mucho más eficiente y se puede electrificar. Ahora bien, el hidrógeno permite el transporte a larga distancia como los vehículos pesado, tráileres, barcos, aviones o las industrias que hoy utilizan gas natural y otros combustibles fósiles.

- Hablar de transición energética es hablar de trabajo. Hay muchas susceptibilidades a los cambios que comportará entre los empresarios y también los trabajadores. ¿Por qué la batería es crucial de cara al futuro de muchos trabajos? 

- Ahora hay mucho miedo, por ejemplo, en el sector de la automoción, que en España representa el 10% del PIB. Los coches eléctricos, a pesar de ser una tecnología superior, mecánicamente son mucho más simples. Hacer un coche eléctrico requiere menos horas de trabajo, y es normal que la evolución de la automoción vaya a fábricas que se automaticen más y se necesitarán menos puestos de trabajo. Eso da miedo a quien trabaja ahora en el sector del automóvil, estaciones de servicio de gasolina o diésel o en talleres. Todos los cambios tecnológicos a lo largo de la historia crean cambios en el trabajo. La transición energética no será diferente. La sociedad debe aceptarlo, pero no de forma pasiva. Los trabajadores perjudicados deben ser ayudados en una transformación de sus habilidades en el caso de personas jóvenes, y hacer prejubilaciones adecuada en los mayores. Si una gran masa se siente perjudicada, su voto irá a fuerzas políticas negacionistas. Para que este proceso tenga éxito, es fundamental mitigar la desigualdad.

- ¿La transformación del trabajo representa un caldo de cultivo de los populismos?

- Extremas derechas o derechas populistas hay muchas, pero todas comparten la idealización de un pasado sin problemas, aunque sea falso. Esa mirada les hace ser reactivos a la transición energética. Países con energías fósiles ven en ellas una forma de autosuficiencia energética, de poder energético. Esta gente lo único que hace es negar el futuro, y si dejamos que esa negación de la realidad, de la ciencia, gobierne nuestro mundo, no detendremos el cambio climático dentro de unos límites que podemos aguantar, y la próxima generación sufrirá este problema multiplicado en varios grados de intensidad, con consecuencias brutales que solo se podrán solucionar con políticas brutales. Eso es lo que estamos intentando evitar. La extrema derecha –de Estados Unidos, Brasil o Polonia, que no quiere dejar el carbón--, niega todo eso con su oscurantismo y bloqueo mental, y hay que evitar que pueda paralizar esta transición energética.

- Al Pacto Verde Europeo se le reprocha falta de ambición y pecar de sectorial. ¿Comparte ambas críticas?

- En los análisis energéticos siempre tendemos a sectorizar, ahora bien, no significa que todo esté desconectado. Hay cuestiones transversales más allá de la tecnología o soluciones específicas para cada sector. Por ejemplo, el teletrabajo, que beneficiará en reducir la movilidad, no solo es una cuestión de emisiones de dióxido de carbono o contaminación, sino en cómo transformar la ciudad. No podemos perder un punto de realismo. La civilización actual está montada sobre las energías fósiles, desde hace dos siglos. Cambiarlo no se puede en pocos años sin una capacidad productiva suficiente. De hacerlo a la fuerza, despertaría unas reacciones a la contra que estropearían todo, y hay que evitarlo. Esa visión de transición requiere ir rápido, pero no más rápido de lo que lógicamente se puede hacer. El objetivo de descarbonizar en 2050 es ambicioso para los próximos 30 años. 

El objetivo de descarbonizar en 2050 es ambicioso para los próximos 30 años

- En el paquete de ayudas a la recuperación, la adaptación de España de las políticas europeas de transición energética es secundaria con respecto a la transformación digital. ¿Cómo valora las medidas que se están proyectando para afrontarlo?

- Me habría gustado que una parte mayor del paquete europeo de ayudas hubiera ido a la transición energética. España también necesita una transformación digital, y con el teletrabajo se ve que la transición digital ayuda a consumir menos energía, son cuestiones transversales. La política del Ministerio de Transición Ecológica de los últimos dos años, desde que lo lleva Teresa Ribera, va positivamente en la línea de las exigencias europeas y de cómo evoluciona el mundo. España vivió muchos años en una paralización de estas políticas de transformación energética y ambientales en general, con unas políticas que tuvieron sus errores, y se sobrecargó el sistema eléctrico de costes, además de una línea política que quería que las cosas no costaran dinero. Es un tiempo perdido, y cambiar la legislación, aprobar nuevos reglamentos y empezar a funcionar lleva tiempo. Todavía no tenemos una subasta de renovables, pero antes había que hacer muchas otras cosas, y con una pandemia por medio no es fácil. El gobierno español está bien orientado en sus objetivos, y en principio, su labor es positiva, a falta de ver que las cosas funcionen como están previstas. 

- En el marco de la Estrategia Valenciana de Recuperación hay un debate entre los miembros del Botànic con el tema de la fiscalidad verde. ¿Cómo pueden afectar estos debates como la implantación de una fiscalidad verde a la transición energética en el escenario local?

- A nivel general, la fiscalidad va a cambiar y lo veremos en cuestión de meses más que de años. Debemos mentalizarnos de que quien contamina pagará. Ese es un pilar fundamental para hacer desaparecer todas las energías con impactos negativos en el cambio climático y en nuestra salud. Para hacerlo en una dinámica normal, deben ser más caras porque deben asumir los costes y perjuicios que están generando a los demás. Una vez pase, las energías verdes serán comparativamente más baratas y empezaremos a priorizarlas. Eso afectará a los ciudadanos. Lo primero que veremos es la subida del precio de la gasolina o el gasoil, el gas natural o el butano, y eso representa un problema social y político, porque hay mucha gente que no se lo puede permitir. Estas tasas son regresivas y perjudican más, proporcionalmente, a quien menos tiene. 

Una solución es la renta climática: lo que se recaude debe retornarse a la gente de forma igualitaria, como si fuera una renta básica. Sabemos que quien tiene menos dinero, gasta menos energía por tener coches más pequeños, usar menos el avión y tener casas más pequeñas, y así sería beneficiado. Quien tenga más renta, será ligeramente perjudicado. También se puede ir sobre el impuesto de la renta u otras vías. A la hora de poner impuestos para no contaminar, no hay que perjudicar a la gente que no nos podemos permitir, de lo contrario esa gente se enfadará y tendremos un problema político que podría llevar a una congelación permanente. Al final las tasas verdes, los impuestos pigouvianos, nos cabrearán los primeros días, como es lógico, pero de aquí a 10 años los naturalizaremos como en el alcohol o el tabaco. 

- El vicepresidente segundo Rubén Martínez Dalmau ha anunciado la creación de una Agencia Valenciana de Energía. ¿Qué expectativas tiene?

- Todavía no sabemos muy bien qué competencias y posibilidades tiene. La política es muy complicada, hay muchas instituciones y no puedes hacer lo que quieres hacer. Hay muchas limitaciones y varias competencias. Me gusta que se empiecen a hacer cosas de este tipo, por lo que se puede hacer, es necesario conocer la situación concreta de la Comunitat Valenciana, cada región tiene unos entornos y condiciones naturales diferentes, industrias diferentes, necesitan una externalización diferente. Generar ideas, propuestas, políticas específicas para nuestra geografía es bueno. Se necesita una enorme transformación económica, geopolítica, social, y hay que empezar a explicar a la gente todas estas vertientes, todas las alternativas, que tienen que ser positivas hacia un futuro mejor. Si agencias como esta consiguen esa presencia en los medios de comunicación, sería fantástico. 

Las tasas verdes nos cabrearán los primeros días, pero de aquí a 10 años los naturalizaremos como en el alcohol o el tabaco

- Señala que aquellos que sepan ver la situación, serán los que mejor se adaptarán. ¿El resultado de esa ecuación es China?

- A nivel geopolítico, China es la primera que ha entendido que la transformación energética es su gran oportunidad para fabricar la tecnología y dominar todas las líneas de suministro de materiales, y para hacer entrar productos que no habían entrado en Occidente, por ejemplo, los coches eléctricos, aunque ya han empezado por los autobuses. También quizá comience el proteccionismo industrial en Europa para paralizarlo, que podría ser muy interesante. Pero hay otros niveles como el político, los sindicatos o las asociaciones, que debe adaptarse a este paradigma también. La postura de los sindicatos es la de contener la transición para que no se acaben los puestos de trabajo. Es una visión equivocada. Hay que defender a los trabajadores, pero paralizar una transformación que es inevitable supondría que cuando nos pongamos a fabricar coches eléctricos ya no tendremos espacio. También va para las empresas. Incluso las que querían evitar el problema, todas entienden que es un proceso inevitable. Lo vemos en las petroleras, que han asumido que el pico de petróleo se ha producido probablemente en 2019 y no volverán a los 100 millones de barriles de petróleo diarios y pueden invertir en la electrificación o energías renovables. Los que van a dominar ese terreno social y podrán hacer la transformación hacia la descarbonización como a ellos les interesa serán los que se adapten. 

La solución básica pasará por una coacción comercial de los países que lo hagan respecto a los que no lo hagan. Cuando la UE está hablando del ajuste de frontera para el carbono, quiere decir que los países que no cobren impuestos a la emisión de CO2 y sin políticas en este sentido, sus productos tendrán un arancel para impedir que sean artificialmente competitivos contra los nuestros. Estas políticas se intentarán coordinar con pactos generales o unilaterales. Cada país no puede ir por su lado, el problema es global, las soluciones parciales no valen.

- Viniendo de un modelo de sociedad marcada por el poder de la OPEP, ¿qué significaría una OPEP de la energía verde?

- A nivel de generación, en un futuro de flujos naturales como el viento y el sol, ese monopolio de la energía se convertirá en imposible, pero una cosa es la energía y otra es la tecnología para extraer esa energía, que requiere materias primas como el litio, las tierras raras o el cobre. Se puede dar la situación de que haya un monopolio de algunas materias prima, y de algunas tecnologías. Al nivel de las tecnologías podría solucionarse, pero debemos invertir en eso. Si dejamos que todo lo haga China, siempre estaremos cogidos por ellos. Tampoco la autarquía es la solución. En cuanto a materias primas, será importante tener alternativas, unas buenas relaciones con los países que las tienen, para evitar que haya una OPEP verde. El principal riesgo de una OPEP verde es que un país vea que esto va en este sentido y que el resto esté tocando la flauta. Será culpa nuestra porque no habremos hecho los deberes. 

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