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Premio Primavera de Novela 2020

Peridis: "Con 73 años y tras el coronavirus, descansar es desperdiciar el tiempo que me queda"

El corazón con que vivo, en la que el arquitecto y dibujante novela hechos reales, ha ganado el premio Primavera de Novela 2020

3/07/2020 - 

VALÈNCIA. Cuatro novelas y dos premios. El último, el Primavera de Novela 2020, por El corazón en el que vivo, una historia real que ocurrió ‘en’ la Guerra Civil y con la que Peridis reflexiona no solo sobre lo que pasó sino lo que puede pasar cuando se impone la sinrazón.


– ¿Es difícil dejar de ser Peridis? Todos le conocemos como el ilustrador de El País, el arquitecto, el divulgador de arquitectura… Pero al escritor José María Pérez no lo conoce tanta gente. ¿Cómo se llevan? ¿Son el mismo? ¿Se puede dejar de ser el uno para ser el otro?
— No, lo he intentado, pero es imposible. Menos en la familia que me llaman José María, con apellidos como Pérez y  González entenderá por qué siempre he tenido apodos, desde pequeño. En el colegio, ‘Calero’; en los maristas, Di Estefano; en la mili, cabo Pérez. Luego, haciendo arquitectura, un amigo me llamó Peridis, que es como Pericles pero disminuido, más de andar por casa y se quedó. José María y Peridis, en realidad, se dedican a lo mismo, pero uno es más conocido que el otro.

— ¿Por qué ha dejado atrás el siglo XII, literariamente hablando?
— Es que siempre hay que dar giros. El siglo XII es maravilloso porque es la época del románico, los caballeros, las damas, los torneos… Todo eso ya lo había trabajado Walter Scott con Ivanhoe (se ríe) y está muy bien ¡pero tiene un encorsetamiento! Incluso en el lenguaje, te tienes que ceñir a unos personajes históricos que hicieron lo que hicieron, aunque metas ficción, y encima hablan como les corresponde. Los caballeros, los reyes, los clérigos… Todos hablan de una forma que encorseta mucho, que alarga hasta el infinito la conversación. Y luego llega el siglo XIII y te das cuenta de que pasa lo mismo:  peleas entre reinos, todos son familia, matrimonios de conveniencia… y las novelas se repiten bastante: aunque son distintas, es siempre el mismo episodio, la lucha por el poder. En el corazón con que vivo también hablo de una lucha de poder, pero es una lucha fraticida, es Caín y Abel.

— Una diferencia con el siglo XII es que usted no lo vivió y la Guerra Civil sí.
— En realidad, no. Nací después, yo soy hijo de la posguerra. Pero sí, he acercado la lupa mucho a mi infancia, a la gente que yo conocí. Personas que eran colegas, vecinos, incluso familiares íntimos. He acercado mucho la lupa a nuestro tiempo y al corazón de las personas. Por qué hacían aquello, cuándo se salían de la norma, cómo llevaban la dignidad en aquellas situaciones extremas que vivió gente normal.

— ¿La anécdota que abre el libro es real o ficción? Es tan perfecta.
— Es totalmente verdad. Iba en el tren y se me acercó un señor con unos gemelos extraños, le pregunté por ellos y entablamos conversación. Yo ya sabía por mi familia lo que le había pasado y pensé, con todo lo que él me iba contando, que aquello tenía una novela, pero lo dejé pasar. Con el tiempo fui recabando más datos, llenando los huecos, y eso me impulsó a escribir la novela

— Y cuando comienza a escribir, pierde usted a su hijo…
— Sí, y eso me metió en un laberinto de angustia y de dolor. Una situación terrible. Sabía que tenía que hacer algo para salir del ensimismamiento de la pena y vino a verme Dios con el empujón que le dio a la novela con este hombre del tren, que era biznieto de uno de los protagonistas. Luego otros miembros de la familia me han dado más datos u otra gente. Desde luego, la novela ha sido mi refugio para poder superar lo de mi hijo.

— Y quiso la casualidad que el abuelo de Pablo Casado, el actual presidente del PP, fuera íntimo amigo del protagonista. ¿Lo sabía cuando decidió escribir la novela?
— No, fue un descubrimiento que se cruzó en mi camino, pero incorporar al personaje que yo llamo Germán Blanco fue un acierto, y muy útil porque amplía el territorio donde ocurren las cosas. Sus viajes a la capital abrieron mucho la lente de mi objetivo. Además, su extraordinaria personalidad y su generosidad es casi un homenaje a esos médicos que, como hemos visto con el coronavirus, hacen su trabajo independientemente de lo duro de las circunstancias.

— ¿Hasta qué punto este relato es fiel a la realidad y hasta qué punto ha novelado unos hechos reales?
— He sido muy riguroso con lo ocurrido. Con el golpe de estado, cómo se ametralla al ayuntamiento, las ejecuciones, las represalias, la lucha por mantener la dignidad… Lo que he hecho ha sido coser lo que tenía, tejerlo, y convertirlo en una novela de personajes fijando la atención sobre todo en el punto de vista de los que la sufren, que en un pueblo pequeño eran todos.

— Y nadie le dijo: ¿otra novela de la Guerra Civil? u ¡otra novela de la Guerra Civil?
— Mi novela no es ‘de’ la Guerra Civil, es ‘en’ la Guerra Civil. Es como el coronavirus, el telón de fondo de todo lo que hacemos, es omnipresente.

— Es curioso porque esas dos familias, como otras muchas, acabaron encarnando lo de las ‘dos Españas’. Es una coletilla, pero también es una descripción de la realidad.
— Sí, aunque es una historia que pasa en un pueblo pequeño, entre Palencia y Cantabria, es un reflejo de lo que pasó. La historia de Lucas, recién licenciado que se quiere comer el mundo, y que su vida se detiene por la guerra. Pero es también la historia de Honorio  Beato y Arcadio  Miranda, que fueron compañeros de facultad y amigos inseparables, y que cada uno se identifica con un bando; de Felicidad, la falangista que se enamora de un obrero… Sus vidas hubieran sido normales de no ser por la guerra, y al final se vieron envueltos en unos acontecimientos en los que poco podían hacer. La gente fue capaz de lo mejor y lo peor, pero nadie eligió ese destino.


— Pero me da la sensación de que su novela tiene un poso de presente, no creo que intente hacer paralelismos, pero el fondo es actual.
— Sí. Los que no lo vivieron —y yo no lo viví en primera persona porque soy un niño de la posguerra pero sufrí sus efectos—no se hacen idea. No es como pasó en Chile o Argentina, que fue horrible pero rápido. Aquí el proceso es el mismo, pero imponer una nueva legalidad frente a la antigua es difícil, todo el mundo se implica, y acabó en un conflicto de más de tres años. Es un proceso en el que se implican incluso los tibios, que dejan de tener cabida porque solo puedes estar conmigo o contra mí. Y te juegas todo, la vida, la de tus hijos… es terrible. Y he tratado de transmitir el dolor, las dudas, la generosidad. En definitiva, el corazón con el que vives una tragedia así.

— ¿Y usted que lleva como notario de la actualidad desde Cuadernos para el diálogo y con unos simples trazos resumir el momento, cómo ve el momento, con esos que salen a la calle y se rasgan las vestiduras?
— Creo que es teatro, ese no es el sentir de la sociedad. Se está sobreactuando. No se puede sacar la bandera de España para pedir la dimisión del presidente cuando ha sido elegido democráticamente, y las cosas solo se pueden cambiar desde la legalidad. Ese fue el gran éxito de Suarez, pasar de la legalidad a la legalidad, leyes que cambian leyes.

— ¿Y cuándo alguien le habla de acabar con el ‘régimen del 78’?
— Pues entiendo que lo hace desde la ignorancia, es un proceso de empacho mental. No es un régimen, es la democracia que nos hemos dado que es homologable a la de cualquier país con mayor trayectoria y, a veces, hasta mejor. Cuando alguien me viene con lo del régimen del 78… ¡pero hijo mío, si gracias a eso has conseguido tus escaños y gracias a eso eres vicepresidente!

— Hay una presencia muy importante de mujeres en la novela ¿es intencionado para adecuarla a los tiempos que corren?
— No, son personajes reales, y ellas existieron, y esas mujeres que estaban en la retaguardia eran importantísimas. Es verdad que eso da una visión real de la situación de una mujer en la época. Solo hay una, la hija del minero, que es ficción, pero está basada en otra que sí existió.

— ¿Los hijos y los nietos de los protagonistas han leído el libro?
— Sí, y los tuve en cuenta al hacer la novela. Si escribes sobre personajes que todos van a reconocer hay que cuidar la pluma. También he tenido una relación muy directa con Pablo Casado, y con su madre y su hermana. Decía Proust que solo hay dos rescatadores del olvido: la arquitectura y la escritura. En cierta medida, a estos personajes anónimos, de pueblos, que nadie echa de menos, creo que con esta novela se les da un vida literaria y mucha dignidad. Los herederos se lo han tomado muy bien  

— ¿Tiene algún proyecto o va a descansar?
— Con 73 años y tras el coronavirus, descansar es desperdiciar el tiempo que me queda.

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