VALÈNCIA. El gozo y el miedo son sentimientos contradictorios. Sin embargo, pueden encontrarse en el mismo instante entre la amalgama de nuestras sensaciones. Así define la pirotecnia el francés Christophe Berthonneau, responsable, desde el año 2000 al 2012, del espectáculo pirotécnico realizado en la Torre Eiffel con motivo de la fiesta nacional (y que dejará obnubilado a cualquier espectador sensible). “Creo que es un momento similar a cuando uno se enamora. Es una alegría enorme por el hecho de procrear (en el sentido de ver cómo coge forma la relación) y una tristeza por perder la libertad. Una alegría por la idea de compartir algo muy tierno y a la vez la sensación de que hay otras cosas se van a acabar”, describe desde su taller en La Camarga, al sur de Francia. “Te pones eufórico y a la vez tranquilo”.
Desde México, el cohetero Agustín Olivares, responsable de castillos y otros eventos pirotécnicos para diversas fiestas patronales (la de Santa Martha Acatitla, la de Tultepec y la de la Basílica de Guadalupe), destaca la adrenalina del momento. Durante las imágenes reales, situadas desde dentro los espectáculos, a Agustín se le nota nervioso. Sorprende porque dirige el evento con un cigarrillo en la boca (pese a estar rodeado de pólvora) y sin protección ni casco alguno, cosa que sí vemos en las mascletàs en València habitualmente. Sus castillos, ingeniosos aunque algo rudimentarios, funcionan sin necesidad de maquinaria alguna. Los propios miembros de su equipo los fuerzan a girar, los agitan y luego dejan que se muevan por la inercia. Agustín tiene una visión metafórica sobre esta disciplina artística. “El universo surgió de una explosión. Yo creo que ese fue el primer acto de pirotecnia, el del universo”.
Impresiona el gran despliegue que se realiza con motivo del año nuevo en lugares como Río de Janeiro (Brasil) o Pekín (China). Sendos espectáculos son atractivos para disfrutarlos por la plasticidad que se dibuja en el cielo. En Río de Janeiro su lienzo es el horizonte de la playa, mientras que en Pekín vemos de telón de fondo el skyline de la gran ciudad, repleto de rascacielos. El responsable de la Asociación de Fuegos Artificiales de China (China Pyromedia Group), Wilson Mao, detalla la simbologías que se dibujan en el cielo con motivo del nuevo año chino: el 8, símbolo del dinero; el de la fortuna o el de la suerte. “Todos nuestros sentidos están ahí. La visión, el oído, el olfato… aunque no puedes probar la pólvora”, bromea.
El japonés Kazuyuki Kumekawa explica por qué también en su país se han visto fascinados por esta expresión artística. “Al tener pólvora, originalmente fueron considerados material de guerra. La pólvora llegó de China y estuvo ligada a la guerra. Pero poco a poco, cuando llegó a Florencia, se convirtió en un arte”. Y como obra de arte efímera es como la vida, donde “el camino es mucho más importante que la meta”. Desde Japón, sus creadores consideran que el fuego nos impacta, nos cautiva. Es por ello que sintamos esta atracción.
Los espectáculos pirotécnicos en Japón se denominan festivales de Hanabis. Antiguamente fueron utilizados en rituales de los templos sintoístas y como señales de guerra. Ahora es un arte altamente respetado. Asistimos a una Competición Nacional de Pirotecnia en la ciudad Omagari. En la categoría de creatividad, un joven y emocionado Horiguchi Eukaten recibe el premio al artista más creativo. “Lo hago pensando en el público, que ellos disfruten. Los aplausos, su admiración, sus sonrisas. Eso es lo más importante”.
La mascletà de Reyes Martí, clímax del documental
Uno de los rincones del mundo donde se detiene Poetas en el cielo es en València. Reyes Martí, la primera mujer que disparó una mascletà y la que suele hacer coincidir su espectáculo con el del Día de la Mujer, es, probablemente, la más sincera de todos los testimonios: “Ser pirotécnico es una pasión, además de un oficio. Pero también hay que estar un poco zumbado. Porque para hacer lo que hacemos, no debemos estar muy cuerdos”, bromea. Lo mismo opina el director del documental, que lo define como el “punto pirotécnico más loco”.
Reyes Martí hace 30 años se enfrentó al qué dirán, como le recordó su padre en aquel momento, por atreverse a tirar los truenos de aviso. “¿Dónde vas?, que van a decir que eres un marimacho”, le reprobó su padre. Pero ella no tiró la toalla y se lanzó. “Gracias a eso, empecé a romper esquemas. Luego todo el mundo quería llevar a mujeres a disparar”, confirmaba.
“Para mí una mascletà es una sinfonía, un viaje sensorial para generar emociones”, explica una de las pirotécnicas valencianas más admirada y respetada en esta tierra. Un bellísimo documental, donde lo plástico y lo sonoro, favorecido gracias a una exquisita banda sonora de Fabio Góes y una dirección de fotografía a cargo de Carlos de Miguel, les debería animar a tratar de verlo cuando sea posible, sea cual sea la pantalla (cine, plataformas on demand, etc). Carente de voz en off alguna que defina las sensaciones que despierta (aquí no se relatan, se sienten), es como la vida, y asimismo, como el arte de la pirotécnica, en el que nacemos, crecemos y desaparecemos.