LOS RECUERDOS NO PUEDEN ESPERAR

Pongamos que hablo de Madrid

2/06/2019 - 

VALÈNCIA. Aunque hace ya algunos años que me instalé de nuevo en València, aunque estoy muy feliz y orgulloso de que Joan Ribó repita como alcalde, voy a echar de menos a Manuela Carmena. Mucho. Sé que cabe la remotísima posibilidad de que, por una carambola de pactos –yo diría que más bien por un milagro-, pueda renovar como alcaldesa. Ojalá, pero aunque así fuera, lo ocurrido el 28-A en la capital es duro de asumir. Madrid es mi ciudad adoptiva. Parte de mi historia, personal y profesional se ha escrito en sus calles. Ya era importante para mí en los primerísimos años ochenta, antes de que me trasladara a vivir allí. Cuando inventarse un fanzine era casi una opción vital y llenarlo de contenidos, aunque hubiera que imitar el proceso de producción de una revista sin tener medios, un reto que se asumía con mucha ilusión. Cuando dejarse caer, siempre con cara de asombro, por ciertos lugares, por algunas salas de ensayo, equivalía a trabar amistad con miembros de Derribos Arias, Glutamato Ye-yé o Gabinete Caligari. Cuando no había problema alguno en tener el número de teléfono de la casa que compartía Pedro Almodóvar con su hermano Agustín. Cuando podías encontrarte un sábado por la tarde haciéndole fotos a Ana Curra en su casa, mientras Eduardo Benavente veía la tele en el salón. Cuando te veías apareciendo por la casa de Alaska a recoger discos de promoción del sello Tres Cipreses –porque en aquel momento, tras la disolución de los Pegamoides, su trabajo era ese-. O cuando te presentaban a Diego Manrique en el Rock-ola y de rebote acababas hablando con Cecilia Roth.

Sé que hablar de los años ochenta en Madrid es algo muy manido, casi tanto como hablar de esa misma época en València. Yo pude vivir lo que ocurrió tanto en una como en otra. Viví y disfruté de la libertad y la alegría que envolvía a muchas de las cosas que tuvieron lugar en ambas. Manuel aCarmena habría sido una alcaldesa perfecta para aquella época, pero sobre todo, ha sido la alcaldesa necesaria para el momento en el que le tocó gobernar. Lo hizo bien, con empatía, con claridad, haciendo lo que decía. Lo hizo al estilo Ribó y al estilo Colau, priorizando la figura del gobernante como un trabajado más, cuyo cometido es dirigir una ciudad. Y que hacerlo implique la defensa de una ciudad inclusiva, moderna, justa y humana. Sé que la magia de la llamada movida está inevitablemente devaluada. Y que los logros de la Transición no fueron ni tantos ni tan elogiosos. Pero para muchos jóvenes que vivimos aquella época,  aquellos años ayudaron a que nuestras vidas resplandecieran y ese resplandor hizo que creyéramos que los tiempos de oscuridad se habían ido. Nada era tan bonito ni tan fácil como pensábamos pero sé que mucho de aquello tampoco fue inútil. Cuento todo esto porque me niego a creer que una ciudad que fue tan audaz se haya dejado invadir por la molicie.

A Madrid, la crisis que comenzó en 2008 no le ha sentado bien. La ha convertido en una ciudad más dura  y la globalización ha devorado parte de su encanto urbano, dos problemas de los que ninguna gran urbe se libra. València tampoco. El Madrid que yo quiero es ese del que hablaba antes, no el que atiborra los balcones de banderas españolas, como quien pone ajos en la ventyana para espantar a los rojos revientapatrias. El Madrid de los conciertos sin fin en la Sala el Sol y de las noches disparatadas en el Ocho y Medio.  La ciudad del orgullo gay. La ciudad que sale masivamente a la calle tras el 11-M o cada 8-M. Es posible que los años nos vuelvan más conservadores y que a veces incluso consigan que contradigamos a la persona que una vez fuimos. Y sé que hay madrileños que creen que España se reduce al castellano y que ignoran que este país se compone de culturas y lenguas diferentes que nunca deben ser contempladas con condescendencia. Pero el Madrid que yo conozco y que me sedujo no es el Madrid que quería echar a Carmena ni que se identifica con las estupideces de políticos mediocres. Y ahora es cuando podría tirar mano de esa canción de LCD Soundsystem, “New York I Love You But You Are Bringing Me Down” y transformarlo en Madrid te quiero pero me estás deprimiendo. No nos engañemos, lo que ha ocurrido en Madrid no implica que se haya convertido en El Alcázar.

No me gustan los comentarios en plan “¿pero qué le pasa a los madrileños?” Cuando en València los gobiernos municipales y autonómicos del PP hacían ostentación de su impunidad y las urnas les daban holgadas victorias una y otra vez, me molestaba mucho que en Madrid me dijeran, “¿pero qué os pasa a los valencianos?” A mí y a muchos otros paisanos no nos pasaba nada, más allá de la rabia y la frustración de comprobar que a veces, la democracia gasta unas bromas muy poco divertidas. Madrid no es VOX por mucho que a VOX le guste adueñarse de la Plaza de Colón. Madrid no solamente fue Aznar, también fue Zapatero. Puede que las fuerzas del retroceso, el odio y la involución hayan ganado poder y protagonismo  pero dudo de que vayan a quedarse. No queramos convencernos de lo que no es, la amenaza no está solamente en Madrid. Y la única manera de conjurarla es invocar el poder, que, como muy bien escribió Fred Sonic” Smith e interpretó en People Have The Power  su esposa Patti, tenemos nosotros, las personas, porque en nuestras manos está el que las cosas cambien en Madrid y en cualquier lugar.