Un estornudo en el dron biplaza me devolvió a la cruda realidad. La pasajera del asiento contiguo me dirigió una mirada asesina por encima de la mascarilla que cubría sus mucosas y tuve que disculparme: “Es alergia primaveral, tranquila…”. En otros tiempos, la gente no tenía que pedir disculpas por su estado de salud, pero los últimos 50 años habían cambiando muchas costumbres. Y me di cuenta de que la psicosis estaba alcanzando niveles alarmantes entre la población y entre los gobiernos. Como dijo alguien, el dinero es muy miedoso y, consecuentemente, las Bolsas volvieron a caer a plomo y la economía entró en su enésima recesión adelantada.
No podía entender que una gripe con epicentro en China, ocurrida 70 años antes, pudiera crear una nueva recesión económica como la que estábamos viviendo de forma periódica, ya entrado el año 2093 de la Era Termidor. Al cierre de los espectáculos públicos, fiestas y tradiciones, siguieron el de colegios y empresas. Las calles quedaron vacías, convirtiendo en ciudades fantasma todo un continente, el de más seguridad sanitaria y alimentaria en el mundo.
Porque la crisis del coronavirus se recordaría hasta finales del siglo XXI como la peste negra de la Edad Media. Sus efectos no fueron los de una gripe común, que se pasa con sopa, zumo de naranja, y unos días de manta y televisión. Aquí jugaron otros factores, necesarios para devolver al mundo a una nueva crisis financiera que se convertiría en sistémica, para que la economía perdiera fuelle y, en definitiva, para devolver a Europa a un caos eterno.
”A causa de una corrupción de su aliento, todos los que se hablaban mezclados unos con otros se infectaban uno a otro. El cuerpo parecía entonces sacudido casi entero y como dislocado por el dolor. De este dolor, de esta sacudida, de esta corrupción del aliento nacía en la pierna o en el brazo una pústula de la forma de una lenteja. Ésta impregnaba y penetraba tan completamente el cuerpo, que se veía acometido por violentos esputos de sangre. Las expectoraciones duraban tres días continuos y se morían a pesar de cualquier cuidado.” Esto escribía el franciscano Michele de Piazza en 1347 al llegar la peste a Sicilia…
Setecientos años después, los ciudadanos del mundo nos cubrimos la cara con mascarilla y usamos guantes como indumentaria habitual. Ésta fue una de las primeras medidas de precaución, además de la higiene extrema incluso en las relaciones íntimas, cuya escasez provocó una caída de la natalidad en el mundo occidental. Otros continentes, con menos recursos, fueron víctimas colaterales de la crisis económica, ya que de la sanitaria nunca se supo al no contar con un sistema de salud fiable que controlara el contagio y que contabilizara los enfermos.
Todo comenzó en enero de 2020 con la alerta de un infectado en Seattle que había vuelto a Estados Unidos después de una estancia en China. Le siguió a la semana siguiente otra ciudadana norteamericana con los mismos síntomas. Días después, la Organización Mundial de la Salud (OMS) declaraba la alerta general por riesgo alto, resistiéndose a llamarle pandemia porque no estaban seguros de que fuera incontrolable. El número de contagiados no fue en aumento alarmante en el continente americano, sino que se cebó paradójicamente en Europa pese a contar con el mejor y más seguro sistema de salud del mundo.
Es por ello que desde la OMS siguieron aplaudiendo medidas como el confinamiento de 15 millones de personas en la región norte de Italia, la suspensión de los carnavales de Venecia o el cierre de colegios y universidades. Otros países europeos, todos con sistemas sanitarios sólidos, se aprestaron a cerrar colegios, geriátricos e incluso a aconsejar el teletrabajo, además de celebrar espectáculos deportivos a puerta cerrada. Alemania, que ya había ensayado esta fórmula durante la crisis financiera de 2008, subvencionó a las empresas que mandaran a sus trabajadores a casa para no tener que despedirlos.
Las instituciones europeas se paralizaron, suspendiendo las reuniones del Consejo y los debates del Parlamento Europeo. La presidenta de la Comisión, Ursula von Der Leyen, abrió un gabinete de crisis con un centro de respuesta de emergencia al virus. Cerraron los edificios a los visitantes y redujeron las reuniones al mínimo, ralentizando la actividad política en un momento en el que se agolpaban a las puertas de Europa miles de refugiados venidos desde otras partes del mundo huyendo del hambre y la guerra.
La Iglesia católica prohibió los ósculos a las imágenes de culto, besarse o darse la mano en la misa al darse la paz e incluso mojar la mano en el agua bendita antes de santiguarse. Previamente, la “iglesia” musulmana suspendió las peregrinaciones a la Meca, pese a encontrarse en plena expansión islámica mundial.
Todo esto ocurría mientras el verdadero virus contagiaba los mercados en medio de una crisis comercial entre Estados Unidos y China. Wall Street detenía la cotización 15 minutos para frenar el pánico, tras caer un 7% en la apertura de aquel 9 de marzo de 2020, el inicio de la era Termidor. Los mercados europeos vivían una jornada negra que recordaba los peores años de la crisis con la prima de riesgo, de nuevo, cebándose en los países del sur de Europa, y con el petróleo bajo mínimos históricos y cayendo un 20%.
La “teoría del shock” de Naomi Klein hacía años que estaba en marcha y no iba a detenerse, dados los buenos frutos que había dado en la crisis anterior, tras la caída de Lehmann Brothers. Esta teoría económica, hecha pública en 2007, decía que “las políticas neoliberales de libre mercado han cobrado importancia en algunos países desarrollados debido a una estrategia deliberada de terapia de choque, que se centra en la explotación de las crisis nacionales -desastres o trastornos- para establecer políticas controvertidas y cuestionables, mientras que los ciudadanos están excesivamente distraídos -emocional y físicamente- para comprometerse y desarrollar una respuesta adecuada, y resistir de manera efectiva”. O para darse cuenta de la realidad manipulada…
Perdón, estas cifras corresponden a los casos de gripe común del invierno 2018-2019 sólo en España.
En aquel momento inicial, el coronavirus Covid-19 causó unas 3.800 muertes infectando a 109.000 personas en todo el mundo. Aunque la mayoría de casos se registraron en las proximidades de Wuhan (China), la megalópolis donde se originó la infección. Así es como se llegó a crear una alarma general. Así es como todos entramos en pánico bajo la “teoría del shock”…