Ni la 'Rolling Stone' entendió el regreso al rock and roll primigenio pasado por el bubblegum, eso que a finales de los 70 se llamó punk, de Joan Jett. Recibió insultos y reseñas hirientes de los críticos. Incluso los sellos le cerraron la puerta. La mejor respuesta fue "si al menos fuese un chico el que tocase la guitarra". En escena, le lanzaban botellas, le abrieron la cabeza, una vez le rompieron una costilla. Al final lanzó su disco en su propio sello y el resto es historia. Hoy, esas discográficas y periodistas sobreviven a duras penas
MURCIA. Como en la vida, el hundimiento de la industria musical tal y como estaba concebida antes de Internet ha tenido consecuencias fatales para la clase media del negocio musical. Muchos se han hundido también y los que sobreviven sin ser estrellas solo pueden hacerlo bajo una condición: el estajanovismo. Trabajo abnegado en redes y en directo. No todos pueden llegar a ese ritmo y desisten, otros lo soportan como complemento de sus trabajos ordinarios, como ocupación de fin de semana, hasta que empiezan a valorar pasarse la mañana del sábado en una terraza con sus familiares y amigos en lugar de tragar kilómetros en una furgoneta para tocar delante de diez personas como burros persiguiendo la zanahoria de una consolidación que ya no existe en el sector.
La cosa no queda ahí. Los gustos, como es lógico, están cambiando y los grupos ya no son tan necesarios para que vibre la chavalería. La automatización ha llegado a la música popular. Un crío en una habitación rinde con su PC, a efectos prácticos, como un grupo. O más. Eso que los pedantes llaman "bandas" en lugar de grupos también está en declive. Incluso por cuestiones prosaicas, como apuntaba The Guardian recientemente, montar un grupo cuesta un dinero en local de ensayo e instrumentos que ya no llega con los regalos de los padres, tampoco con los curros precarios y ni siquiera es atractiva la recompensa.
Y en toda esta adversidad, qué mejor que un documental de inspiración para no flaquear y seguir adelante con quijotismo. Para mí el más apropiado es Bad Reputation, el perfil biográfico de Joan Jett de Kevin Kerskale, un director especializado en publicidad y video-clips (Red Hot Chilli Peppers, Pantera o Nirvana). Como documentalista, ha estado interesado en la música electrónica, pero también en los grandes de la historia del rock, como Bob Marley o el documental que nos ocupa, Bad Reputation sobre Joan Jett.
Lo mejor de este perfil está al principio, como casi siempre. Sus historias como artista consolidada son menos interesantes. Aquí se habla de las noches en Los Angeles en los clubes que en aquel momento estaban pinchando glam. Este género musical de los 70 se veía mucho en televisión, pero en la calle era otra cosa. En estos locales se daba cita "la gente rara de una ciudad conocida por su gente rara". Puertas adentro, mandaba el sexo. Hay que tener en cuenta que aún no había sida y la ambigüedad sexual que caracterizaba el movimiento se convertía en liberación sexual y bisexualidad a pie de campo. Bowie, en el corte de una entrevista, dice que de aquellos años la memoria solo le dirige a eso: "De aquella época en Los Ángeles, solo me acuerdo del sexo, sinceramente". Para la protagonista, se trataba de un ambiente como el de una película que tuvo gran impacto en su época: Cabaret.
Como es sabido, el polifacético y heterodoxo Kim Fowley acogió en su seno a unas adolescentes que frecuentaban estas discotecas, a las que se sumó Joan, y montaron las Runaways. Este grupo, para el profano, eran una especie de Ramones femeninas, aunque su sonido estaba más anclado en los 70 que el de los de Queens, cuya combinación de guitarras y batería aceleradas miraba más al futuro. Runaways estaban en la liga del legado que habían dejado Brownsville Station durante esa década. Su canción más destacada es Cherry Bomb, pero tras el hit hay otras mucho mejores, como su versión de Rock and Roll de Velvet Underground, I love playing with fire, un hard rock elegante bastante depurado, o School Days, con un riff podría ser de los Dictators perfectamente, se nota que metió mano en la composición Fowley, un experto en este tipo de caramelitos de genuino RnR. Por citar otra, el himno I wanna be where the boys are, que hizo para Venus & The Razorblades, un producto semejante, montado después de partir peras con las auténticas, pero esta vez mixto y que no dio el pelotazo como Joan, Lita Ford y Cherie Currie.
No obstante, ese pelotazo en Estados Unidos fue muy relativo. A Joan la prensa la ponía de "puta", "perra" y "guarra"; el público le tiraba de todo, hasta botellas rotas, le abrieron la cabeza sobre el escenario; en otra ocasión le partieron una costilla con un lanzamiento de objeto contundente. A ella le dio igual y siguió adelante. Es en esta parte donde la extensa entrevista que es el documental aporta lo más importante, cuando ella dice que no se rindió porque sus padres la habían educado con la premisa de que en la vida, podía hacer lo que quisiera, ya fuese ser médica o rockera.
La prensa de entonces no estaba para estas sutilezas, las preguntas que les hacían en las entrevistas era sobre qué hacían en el local de ensayo si subía mucho la temperatura: ¿se quitaban la ropa, ensayaban desnudas? Los periodistas estaban interesados en si tenían sexo entre ellas, una vez las echaron de Disneyland por "lesbianas" después de hacerse una foto abrazadas todas juntas. La prensa especializada estaba en las misas. Imperaba el machismo y la condescendencia. El archiconocido y todavía vigente "eso no es música" en aquella época se traducía en decir "solo hacen uh, uh, uh". La revista Rolling Stone las detestaba. Y ellas, al propio Kim Fowley le dieron la patada por gestionar un posado en Japón de Cherie en el que aparecía con lencería en actitud de porno soft que indignó a sus compañeras.
El siguiente punto relevante es la influencia de los Sex Pistols. Joan viajó a Londres a grabar y, cuando volvió a California, trajo los imperdibles y todo lo que había visto en las islas. El punk no se extendió por Estados Unidos hasta que no emitió la televisión un documental sobre lo que estaba pasando con los Sid Vicius y demás, de modo que Joan se convirtió así en la primera punk de California.
La cuestión es que el grupo estaba formado por adolescentes, habían empezado con 15, 16 o 17 años. No entendían lo que eran las obligaciones y las chicas fueron abandonando el barco hasta que solo se quedó Joan. Perseverando, contrató a tres chicos, que pasarían a ser los Blackhearts, e inició un periplo por las discográficas con sus canciones con la intención de grabar un disco. Fue imposible.
Toda la industria les cerró sus puertas. Lo más bonito que le dijeron fue "si al menos un chico tocara la guitarra". Así que se lo montó por su cuenta. Hizo su propio sello, Blackheart, y estableció el do it yourself antes de que con el punk se convirtiera en ley. El éxito coincidió con la aparición de MTV, que la programó con gusto varias veces al día y Joan volvió a subir a lo más alto para caer verticalmente cuando, de nuevo en un sello, se enfrentó a él y los ejecutivos se pusieron tan serios que intentaron destruir su carrera vetándola que sonase en cualquier emisora.
La moraleja de esta epopeya es que pudo tener cierta influencia en el movimiento Riot grrrl de grupos como Bratmobile, Bikini Kill, etc... en ese género que tuvo su época en los 90 y ahora resultaría poco llamativo, puesto que todas sus reivindicaciones y actitud están plenamente extendidas en el movimiento feminista actual. Que Joan resultó influyente para esta generación de músicas es obvio, pero también lo fueron Siouxie, Poly Styrene, Kim Gordon, Lydia Lunch, X-Ray Spex y antes la mismísima Patti Smith.
La pena es que el rock, que todavía no ha dejado de ser del todo un genuino campo de nabos, cuando realmente podría experimentar cambios en este sentido porque lo exigen los tiempos, está en un declive, como señala el Guardian, imparable. No obstante, al término de este documental, Joan Jett y su socio cuentan que renegaban de Apple, que quería vender su disco a un dólar, pero que al final cedieron, lo sacaron al mercado en su plataforma y en un mes vendieron 70.000. Hagan cuentas. Claro que nadie de los que empiezan tiene el capital de fama de estas viejas glorias, otro de los motivos por los que no hay manera de sacarlos del negocio a guitarrazos, como ocurrió hicieron ellos antes con los demás.