Hace unas semanas iba en el coche camino de Orihuela oyendo un podcast de Café Marx (lo recomiendo, síganlo) y se me quedó grabado un comentario al que luego le estuve dando vueltas por mi cuenta en forma de duda: ¿Es la nostalgia un sentimiento reaccionario?
Si entendemos la nostalgia como una especie de pulsión de repetición del pasado sin duda debe serlo porque nos impediría mirar hacia adelante. ¿Pero es eso la nostalgia? No soy filósofer pero sí un tipo bastante nostálgico y, a riesgo de meterme en terreno pantanoso, creo que no es esa la vaina. En la nostalgia se mira hacia al pasado, sí, pero no para volver a él sino más bien para imaginar aquello que podría ser y no es. La nostalgia nos interroga sobre si las cosas pudieran haber sido diferentes o si esto es todo lo que hay. Nos hace bucear en nuestras experiencias vividas (porque es lo que tenemos a mano) para encontrar los elementos que nos permiten pensar un mundo diferente. En ese sentido la nostalgia puede ser, muy al contrario, un sentimiento revolucionario.
Hace apenas dos semanas se cumplía el décimo aniversario del 15M y, a riesgo de que me lapiden, diría que aquel fue en cierta medida un movimiento nostálgico. Evidentemente nadie allí planteaba una vuelta al pasado, al contrario, creo que todos éramos muy conscientes de que en buena medida la situación en que se encontraba el país era producto precisamente de los excesos y los errores de aquel. Desde luego no vi a nadie allí pidiendo que volvieran los felices 2000 de la burbuja inmobiliaria. Lo que sí que había era la sensación de que las promesas que se nos habían hecho desde que éramos críos estaban rotas, que se nos había robado nuestro futuro., y vibraba el deseo (nostálgico) de retomarlo en nuestras manos para restablecer la posibilidad de una vida mejor.
Como buen nostálgico, soy alguien que siente veneración por su familia, por su país y por la larga tradición de luchas sociales que ha mantenido nuestro pueblo, así que, en definitiva, yo podría ser parte del público objetivo del discurso de Ana Iris Simón que se hizo viral la semana pasada. Sin embargo, a medida que oía su intervención me daba cuenta de que habiendo cuestiones en las que estaba fundamentalmente de acuerdo, había otras en las que tenía la sensación de que se nos estaba tratando de colar mercancía averiada y aún en otras, que estábamos llamando del mismo modo nociones radicalmente diferentes.
En los 50 y los 60 cientos de miles de españoles se fueron al extranjero para ganarse la vida. Las remesas que enviaban a España permitieron la entrada de divisas que fueron un puntal fundamental del desarrollo económico en aquellos años. Mi madre fue una de esas emigradas. Se marchó con 16 años a Frankfurt donde trabajó como una burra en un hospital limpiando habitaciones mientras se sacaba el título de enfermería. Todos los meses les mandaba algo de dinero a mis abuelos que lo usaron para poder pagar su casa. Unos años después mi madre regresó y estuvo trabajando durante 40 años en la sanidad pública. Hoy en día todavía recibe una pequeña pensión de Alemania.
Esa es nuestra historia, un pasado que se alarga hasta el presente. España es y ha sido siempre un país de emigrantes. Lo problemático no está en los que vienen sino en los que se van. Situar el problema en el lado correcto de la ecuación es la diferencia entre un pensamiento reaccionario y uno revolucionario. La nostalgia es revolucionaria cuando mira a los que se van, cuando se fija en lo que podríamos ser si este país no estuviera cercenado por el atraso y dirigido por unas élites extractivas e incompetentes. La nostalgia por un país donde poder vivir nuestras vidas.
La imposibilidad de desarrollar un proyecto de vida propio es también la imposibilidad de poder formar una familia. La idea de un mundo sin niños es en sí misma, distópica. Aunque no desees tener una familia deberías poder tenerla, deberías poder decidir. Defender la familia no es una cuestión particular que afecte solo a quienes deciden tener hijos, es una condición de la reproducción social. La crianza de las generaciones venideras es lo que permitirá que podamos ser cuidados en nuestra vejez. Todos nosotros, los que tenemos hijos y los que no. Por eso la responsabilidad sobre la crianza debería ser una responsabilidad compartida y no un asunto particular. En España no existe tal cosa como un “Estado familiarista” sino un Estado del bienestar subdesarrollado que actualmente no es capaz de garantizar ni el cuidado de los niños ni la conciliación de las familias.
Hay una cita de Santiago Alba Rico que siempre tengo presente sobre cuáles deberían ser las bases de un proyecto emancipador: revolucionario en lo económico, reformista en lo político y conservador en lo antropológico. Es nuestro deber contribuir a preservar las pocas y maltrechas instituciones sociales que todavía nos permiten conservar un vínculo comunitario. Vigorizarlas y propagarlas solo es posible sobre la base de un programa radical y transformador.