VALÈNCIA. Steve McQueen comenzó desarrollando su carrera artística en el ámbito del underground y el videoensayo, una disciplina que le sirvió para explorar las posibilidades plásticas de su objeto de estudio a través de la experimentación visual. Poco a poco fue consolidando sus intereses creativos que, en general, se centrarían en el cuerpo y su plasmación cruda en un entorno represivo.
A McQueen le interesa la imagen y su poder para plantear preguntas de naturaleza corrosiva. De ahí surgió su ópera prima, Hunger (2008) y después Shame (2011), ambas protagonizadas por Michael Fassbender y que lo situaron como un director tan inquieto como incómodo. Después llegaría su reconocimiento definitivo y los premios gracias a 12 años de esclavitud (2013), convirtiéndose en el primer director negro en ganar el Oscar a la Mejor Película.
Tras el estupendo thriller feminista Viudas (2018) ahora regresa con un experimento totalmente diferente que le ha servido para acercarse a sus raíces caribeñas, una antología de cinco episodios, cada uno en forma de película, sobre del racismo que ha sufrido la comunidad negra en Inglaterra a lo largo de las décadas de los 60, 70 y 80 partiendo de una serie de episodios reales. Producida por BBC y Amazon, en España podrá verse a través de Movistar +.
El título de la antología, Small Axe alude a una frase de una canción de Bob Marley: “If you are the tall tree, then we are the small axe”. En ella encontramos dos películas que se han colado en la mayor parte de las listas de lo mejor del año: El Mangrove y Lovers Rock, que además podrían convertirse en protagonistas de la temporada de premios de este 2020 no solo marcado por la pandemia, sino por el resurgimiento del Black Lives Matter tras el asesinato de George Floyd el pasado mayo.
McQueen siempre ha tenido muy presente en sus películas la crítica social y política, demostrando que es un director tan comprometido como a contracorriente a la hora de escarbar en el interior de muchas cuestiones que continúan siendo espinosas, como la brutalidad policial, la lucha ideológica, la adicción al sexo o la violencia, pero en este caso abraza sin reparos el activismo cinematográfico para hablar del racismo institucionalizado, retrotrayéndose al pasado para entablar así una comparación con el presente. En ese sentido, Small Axe se convierte en un poderoso dispositivo fílmico de auténtica militancia y denuncia que le sirve al director para poner en evidencia la discriminación racial incrustada en la sociedad inglesa en la que él mismo se ha criado.
En el primer episodio (el más largo de duración, 128 minutos) recupera el juicio a los nueve de Mangrove, un mediático proceso que tuvo lugar en 1970 tras una protesta frente al acoso policial que estaba sufriendo el dueño de establecimiento donde se reunían intelectuales negros en Notthing Hill. Los acusados fueron sentados en el banquillo sin pruebas y aprovecharon para reivindicar sus derechos defendiéndose a sí mismos.
Resulta inevitable establecer una comparación entre El juicio de los 7 de Chicago, de Aaron Sorkin y El Mangrove. Los hechos que se narran transcurrieron prácticamente en el mismo tiempo y en ambos casos quedó claro que se trató de una reacción reaccionaria injustificada y marcada por el odio frente a la lucha por los derechos civiles, la libertad de los colectivos oprimidos y la reivindicación ciudadana.
McQueen rueda con solidez cada uno de los acontecimientos, sabe cómo introducirnos en ese microcosmos que es el Mangrove, el punto de encuentro y refugio para todos los integrantes de una comunidad estigmatizada que necesitaba establecer vínculos con el espacio que le rodeaba. Hay speechs de naturaleza programática e incendiaria (en los que se luce Letitia Wright), un acercamiento casi en clave documental a los hechos verídicos que se cuentan (en especial en el caso de la manifestación) y una puesta en escena sólida para las escenas judiciales que ocupan buena parte del metraje. Una especie de revisión moderna de los presupuestos del Free Cinema británico, pero en esta ocasión desde la perspectiva de un director negro que se encarga de desvelar una parte de la historia que no nos habían contado.
Sin embargo, la joya de la corona de Small Axe es sin duda Lovers Rock. En ella el director vuelve a poner de manifiesto su interés por los cuerpos y el espacio en el que se mueven, en este caso en una casa donde transcurre una fiesta, desde sus preparativos hasta el amanecer y donde se reunirán jóvenes negros que buscan expresarse a través de la música (los ritmos del Sound system jamaicano) en un lugar en el que sentirse libres y exorcizar su opresión a base de dubs.
Estamos ante una pieza que exuda libertad (sobre todo en el aspecto formal) en la que el director acopla su puesta en escena orgánica al movimiento de los cuerpos y del sonido. Las coreografías de las chicas al ritmo del Kung Fu Fighting, de Carl Douglas, la sensualidad de los bailes lentos y la catarsis de testosterona final, nos sumergen en una atmósfera fuera del mundo y con unos códigos expresivos propios e intransferibles.
El espectador se introduce de una manera inmersiva en una de esas blue partys, que así se llamaban estas veladas que se convirtieron en todo un símbolo contracultural. Por ella se moverán una serie de personajes, aunque en este caso su importancia es meramente anecdótica. Aquí de lo que se trata es de sentir ese momento, el sudor de los cuerpos que se rozan, la música que te envuelve y que te transporta de forma hipnótica a esa pequeña habitación repleta de excitación y feromonas en viaje sensorial tan físico como etéreo.