En pleno debate por los límites del humor y de la ficción, tras la retirada incluso de un episodio de Fawlty Towers de los servicios de streaming de la BBC, en el mundo del cómic viene el recuerdo de Sturmtruppen. El italiano Bonvi se dedicó durante décadas a hacer humor con el absurdo de la disciplina militar utilizando como personajes a soldados de la Wehrmacht. En sus tiras retrataba a desgraciados, carne de cañón, y oficiales psicópatas, pero en sus gags también aparecía el Holocausto.
VALÈNCIA. A la espera de conocer las consecuencias del teletrabajo, nadie como el italiano Bonvi retrató mejor el funcionamiento de las empresas en las que se requiere las presencia del asalariado en la oficina. Lo único es que Bonvi dibujaba una tira que se titulaba Strumtruppen, (Tropas de choque) y versaba sobre los soldados del III Reich metidos en faena en plena II Guerra Mundial. Se mofaba de la disciplina absurda hasta la hilaridad y la alienación de las personas en el ejército. Lo simpático es que sus ideas y críticas son extrapolables a muchos más ámbitos en la actualidad.
La semana pasada recordaba a este autor @Narbiz en su cuenta de Twitter. Sus historietas se pueden analizar hoy por "salvajes", como recomendaba este tuitero, por ver dónde andaban los límites del humor en los 60, 70 y 80 y, también, como mofa de los totalitarismos en una época, la actual, donde el extremismo causa fervor entre las nuevas generaciones. Valga como prueba que si bien los zoomers son una generación más tolerante, solidaria y activamente comprometida que todas las demás, es también, en España por ejemplo, la que más vota a partidos radicales.
Pero sobre todo, vale como ejemplo para valorar la retirada por parte de la BBC del capítulo Los alemanes de la serie Fawlty Towers, emitido en 1975, en el que el protagonista interpretado por John Cleese profería insultos racistas como "nigger". Curiosamente, nada se dice del personaje Manuel, un emigrante catalán, poco inteligente e incapaz de entender el idioma, con el que se cebaba ese mismo personaje que hacía Cleese.
Con los años, siempre se ha considerado un ejemplo de xenofobia británica hacia los españoles. Tanto fue así, que en la emisión en España el personaje pasó a ser italiano y se llamó Paolo, y en Cataluña, en TV3, lo convirtieron en mexicano. Se le dobló con acento mexicano y todo lo que pone de manifiesto que en esto del racismo siempre hay una escala gradual de pobreza humana. Si la mayor penuria se encuentra, lógicamente, en los puestos de arriba, los que están en medio exhiben el mayor índice de estupidez.
En Strumtruppen, en principio los alemanes fueron caracterizados con todos los prejuicios posibles del estereotipo, salvo pocas excepciones, como algunos soldados rasos. En los años 60, aquello suponía darle al tentetieso de lo lindo, como se hacía en el cine hasta el exceso. Sin embargo, aquí se cruzaban líneas y se tocaban temas delicados, como el más delicado de todos, el Holocausto. Había chistes como uno en el que los soldados que custodian un campo de concentración se introducen en las "duchas" de los prisioneros judíos para quejarse de que son mejores que las suyas y luego darse cuenta de que ahí huele a gas. En otra, a un soldado en el frente le envía una carta su novia judía y se alegra de que no haya tenido problemas por las políticas raciales. Dice que está muy bien, que la han llevado a un resort de vacaciones: Ravensbrück.
Sin embargo, las críticas eran muy inteligentes. Incisivas. Hay una historieta inmortal sobre la psicología del que abraza la aniquilación o expulsión de su rival político o cultural. Un nazi, subido en el púlpito, va exponiendo su solución a diferentes problemas. Al de la superpoblación, "exterminación"; al territorial, "exterminación" y cuando llega a la superproducción, alguien de los asistentes sugiere "¿exportación?", para que el nazi se desespere, "nein! nein! exterminación", y se sienta rodeado de "una caterva de judíos". Es el sino de los que abogan por la pureza con instintos criminales, que al final todo el mundo le acaba pareciendo indigno. Incluidos sus fans.
Franco Bonvicini, natural de Modena, empezó en el mundo de la publicidad de la mano de su amigo el cantante Francesco Guccini. Trabajó también en el cine y en animación, hasta que finalmente, en 1968, ganó un concurso del diario Paese Sera. Una tira cómica antibélica y pacifista cautivó a un diario que había sido fundado al final de la guerra por iniciativa del Partido Comunista y que en 1968 se había volcado con los movimientos juveniles. Durante 25 años, Bonvi llegó a publicar 6000 tiras de Strumtruppen. Una venada que le dio desde que, aunque fuese pacifista convencido, le tocase hacer la mili en una unidad de carros de combate.
En España, su primera aparición fue en el número 3 de la revista Zeppelin, en noviembre de 1973. Se le presentó como unas viñetas que "no son una sátira de tipo político-militar, sino también una denuncia contra el mundo de los pequeños burgueses", debido a que "ridiculiza a una sociedad en la que el individuo ha pasado a ser un simple número que no discute jamás las órdenes y a quien no le está permitido obrar por criterio propio". El componente alegórico era también importante.
En cuanto a su influencia, en El Foro de la T.I.A. hay un hilo que discute si Francisco Ibáñez tomó nota de sus tiras. Es un debate recurrente si el autor de Mortadelo y Filemón plagiaba a otros, solo se inspiraba en la obra ajena o si era una esponja que absorbía todas las influencias del momento, como las del dibujante belga André Franquin. Hay opiniones para todos los gustos entre los usuarios, pero sí es cierto que Ibáñez reprodujo algunos de sus esquemas humorísticos.
A medida que se avanza en la producción de Strumtruppen, el humor cada vez es más blanco, más "humano". Los soldados alemanes pasan por momentos de ser retratados como genuinos desgraciados enviados a la muerte y la mutilación por unos psicópatas superiores y una cultura nihilista de la violencia, a ser muñequitos adorables. Para un servidor, esa es la etapa que se hace más chocante. Es como los pitufos, con sus cosas, sus divertidos desencuentros, solo que se trata de las Fuerzas Armadas del III Reich.
En ese punto, esa no es la vena más auténtica de Bonvi, aunque tuviese enormes ventas. En otras historias, como sus Crónicas de después de la bomba, que publicó aquí en la revista 1984 de Toutain, su sentido del humor volvía a ser el descarnado. Esta vez, no obtuvo reconocimiento en Italia, pero en Francia fue un éxito. En un escenario post-nuclear, se burlaba de una humanidad que consideraba que la normalidad era vivir con deformidades entre residuos. Había gags con bebés que, con un ameno estilo cartoon tan característico en el arte de la viñeta, el heredero del cine mudo, los personajes pugnaban con triquiñuelas, como el Coyote y el Correcaminos, por comérselos. Devorarlos vivos. Al igual que a las ratas o, vice versa, niños pequeños a un hombre desprevenido, como pirañas. Ahí se quedó definitivamente a gusto el autor, desgraciadamente desaparecido en 1995, pintando sin el más mínimo pudor a la humanidad como la jauría que es.