VALÈNCIA. La Organización Mundial de la Salud cifra en alrededor de un 20% los niños y adolescentes que en el mundo tienen trastornos psiquiátricos o problemas mentales. Una cifra que va en aumento debido, en gran medida, a factores ambientales, según apunta la doctora Giovanna Legazpe, médico psiquiatra de la Unidad de Salud Mental de Hospital Vithas Nisa Valencia al Mar- Ivane Salud. “El niño o el adolescente se encuentra a menudo con menos recursos, menos armas para gestionar sus emociones, y tolera mal la frustración cuando algo sale mal, han cambiado las pautas educativas, hay una falta de límites y de normas; en ocasiones, el ritmo de la vida moderna no permite a los padres dedicar el tiempo necesario a los niños; y en otros casos encontramos familias desestructuradas en las que el niño está en medio de los problemas de adultos y se angustia o se pueden dar casos de mucha exigencia que puede provocar ansiedad y estrés”.
Y a todo ello se une un mal uso de las redes sociales. “Hay miles de foros que explican como autolesionarse sin que se enteren sus padres, supuestos juegos online como el de la ballena azul… Además de ser un arma muy fuerte para favorecer el bulling. Y en muchos casos los padres se quedan fuera, por desconocimiento o por ser una red que no controlan, y si no hay una vigilancia puede ser peligroso”.
Los trastornos más habituales en la infancia y adolescencia son de ansiedad, de estado de ánimo (depresión o trastorno bipolar) o por comportamientos disruptivos (por ejemplo, el trastorno por déficit de atención/ hiperactividad o TDAH). “No hay diferencia entre los trastornos en los niños y en los adultos. Si bien es cierto que hay ciertas peculiaridades a la hora de presentar los síntomas. Por ejemplo, los trastornos de ansiedad, en los niños priman los síntomas somáticos, me duele el estómago, la cabeza, no querer ir al cole… o en los trastornos depresivos, más que cursar con esa tristeza patológica del adulto cursa con irritabilidad, cambios de humor bruscos, todo le molesta”, explica la doctora Legazpe.
Donde sí hay diferencia es en el tratamiento. Aunque en general, en psiquiatría se trabaja para dotar al paciente de la máxima funcionalidad, para que pueda vivir integrado en su ambiente y no alejado de él, eso es mucho más importante en el caso de la infancia y la adolescencia, donde educar a un niño con trastorno mental en un ambiente que le ayude a hacer su vida de manera más natural, es mucho más beneficioso.
En la Unidad de Salud Mental del Hospital Vithas Nisa Valencia al Mar- Ivane Salud el tratamiento es individualizado, ya que depende del niño y de la patología. Además interviene un equipo multidisciplinar en el que trabajan psicólogos, psiquiatras y otros profesionales especializados, y donde la familia, los tutores y los profesores juegan un papel clave. “Sobre todo los padres, que son el pilar en el que se debe sustentar el tratamiento del niño”.
En la mayoría de los casos el tratamiento se basa en la psicoterapia, en utilizar distintas técnicas como el juego o el dibujo para comunicarse con el niño y que se sienta cómodo para expresarse. Esas técnicas se complementan con pautas de conducta, tanto para los niños como para los padres, “para que sepan cómo ayudarles y cómo trabajar desde casa”. Con ello se consigue cambios en el comportamiento, mejora de las relaciones, menos ansiedad, mejora de la autoestima… “Pero hay casos más graves en los que es necesario medicar antes de empezar con la psicoterapia, para que el niño se encuentre mejor”, comenta la doctora Legazpe.
Detectarlos y tratarlos a tiempo es clave. “Las consecuencias de no tratarlo son graves. Si no atacamos el problema a tiempo esos síntomas se perpetúan en el tiempo y pueden presentar un trastorno mental grave en la edad adulta”. De hecho la mitad de las enfermedades mentales comienzan antes de los 14 años. Además de que los trastornos mentales tienen grandes repercusiones en el desarrollo emocional e intelectual de niños y adolescentes, así como en su adaptación social.
¿Cuáles son las señales de alarma? Hay que prestar atención a cualquier cambio de comportamiento o de conducta. Un niño angustiado o triste se retrae, deja de salir con los amigos, en casa se encierra en la habitación, no quiere ir a actividades que antes disfrutaba, no quiere ir al colegio, evita sitios o reuniones… A ello se une irritabilidad más frecuente, dificultad para concentrarse, autolesiones, trastornos alimenticios como la pérdida de apetito, consumo de sustancias. “En muchos casos el papel de los profesores o tutores es clave y son los que primero pueden avisarte de que algo pasa, porque se han dado cuenta que el niño no juega con sus amigos, se sienta solo en un rincón en el recreo, no participa en clase, suspende cuando antes iba bien… Por ello hay escucharles y confiar en su conocimiento para detectar las señales”, apunta la médico psiquiatra de la Unidad de Salud Mental del Hospital Vithas Nisa Valencia al Mar- Ivane Salud.
Sin embargo, en este tema el gran problema con el que se encuentran en Salud Mental es con el estigma y los prejuicios de muchos, inclusive de algunos progenitores. El desconocimiento o las ideas de cómo era la psiquiatría hace sesenta o noventa años todavía genera temor, y eso provoca que se niegue la realidad. “Mi hijo no tiene ningún problema”; “A mi hija no le hace falta ir a un psiquiatra”, … son algunos de los comentarios más frecuentes. “Si los padres y el profesional médico no están al unísono no se consigue una alianza terapéutica adecuada y el trato con el niño será complicado porque pondrá sus defensas y sus barreras y no podrás interactuar con él”.
Por ello es necesario incrementar las campañas de sensibilización, “para dar visibilidad a este problema, para que se deje de ver a los niños con un trastorno mental como ‘los raros’”. Además de dotar a los colegios y a los padres de las herramientas necesarias para saber detectar el problema a tiempo. “Un niño no sabe expresar sus temores o sus problemas. Sabe que algo le pasa pero no te sabe decir el porqué. Por eso tenemos que ser capaces de ver que hay detrás y eso se consigue dedicándole tiempo a esos niños, comunicarnos con ellos, que nos cuenten y contarles, porque si les explicamos nuestros sentimientos y emociones eso les ayuda a comprender y a saber cómo expresar los suyos”, concluye la doctora Legazpe.