Una dura travesía: conversaciones con el president (II)

El psiquiatra Rafael Tabarés-Seisdedos, catedratico de Psiquiatría de la Universitat de València y miembro del comité de expertos que asesora a Ximo Puig sobre la pandemia de covid-19, recoge en este escrito, continuación del publicado en julio, sus impresiones sobre las conversaciones que, al margen de ese comité, ha mantenido con el president durante la pandemia

20/12/2020 - 

VALÈNCIA. Acercarse al Palau de la Generalitat a charlar con el president se ha convertido en un ritual del que no me desprendo. El poder atrae y el núcleo duro, el uranio enriquecido dentro del reactor, está en los despachos de este palacio renacentista. Una visita al foso desde el que todo puede crecer o destruirnos, se hace una vez y no puede ser la última. Camino hacia allí preguntándome por qué vuelvo pertrechado con mi expresión ecuánime y mi Moleskine. En sus tapas calabaza puedo leer un pensamiento de Alicia de Lewis Carroll: "One side of what? The other side of what?" ("¿Un lado de qué? ¿El otro lado de qué?") que aparece en la conversación con la oruga fumadora de opio. Será que estoy buscando mi identidad en el País de las Maravillas. Imagino a la directora del Gabinete del President, Esther Ortega, en el papel del Conejo Blanco vistiendo una lechuguilla y un chaleco lleno de corazones, mirando a cada minuto su reloj de bolsillo mientras murmura que la visita se ha prolongado demasiado. Al sindic socialista, Manolo Mata, como el Gato de Cheshire por su rara cualidad de mostrarse y desaparecer sonriendo. El Sombrerero es, sin duda, el secretario autonómico de Presidencia, Andreu Ferrer, atrapado en su despacho y condenado a "matar los problemas" a cualquier hora, solo o junto a la Liebre de Marzo (por ejemplo, el subsecretario de Presidencia, Emili Sampío, gran aficionado a las actividades cinegéticas) y el Lirón, el director general de Relaciones con Les Corts, Antonio Torres, tan hierático y silencioso que parece dormido. ¿Y la Reina de Corazones? ¿quién se siente contrariada a la mínima y ordena "que le corten la cabeza"? En estos tiempos de pandemia, el casting está reñido.


Sigo preguntándome por qué me dejo inquirir por polímatas que rodean el vértice de la pirámide, esos hombres y mujeres en los que yo aspiro a encontrar almas despiertas que toquen todas las áreas: salud, arte, educación, economía, ciencia... Al fin y al cabo, el edificio es renacentista. Y el momento de gran contracción. El espacio tiempo parece plegado, decisiones de gran aliento deben tomarse en cuestión de días, todo es tentacular y está topológicamente saturado.

Mi llegada ya no despierta recelo ni sorpresa, ya nadie cree que el president tenga una dolencia mental ni un doble fondo o una confesión de la que yo sea depositario. "¿Qué espera conseguir, doctor?", me ha preguntado una paciente incisiva que no oculta su decepción cuando se entera de que revoloteo por aquí. Tiene la misma actitud que mi madre. Si me acerco a estos pasillos, ¿me alejo de ellas? Mi paciente hace preguntas afiladas, tiene un instinto de diván argentino, ¿qué tendrá que esconder en su inconsciente, doctor? Me encojo de hombros y sólo logro decirle que uno convive con sus demonios. Lo cierto es que esta mujer me ha descendido a la condición de polilla: si te acercas a la luz, te achicharras. Si te alejas, te congelas.

Prefiero pensar en Leonardo y su taller del Cinquecento o en Ausiàs March y el Siglo de Oro de las letras valencianas. Imbuirme de un espíritu de privilegio, creer que soy un fisgón infiltrado entre talentos con espíritu universalista. Entre sus manos corren proyectos europeos, modificaciones de leyes, planes de vacunación. Y como un humanista librepensador imaginado por Harari, el president cree que el progreso y la razón prevalecerán: "Una de las lecciones de la pandemia -me confiesa- es que el ser humano tiene que dialogar con la naturaleza, no dominarla y menos explotarla". Parece decir que, si fuéramos verdaderos hijos del Renacimiento, de la Ilustración, si fuéramos pacientes, eruditos, metódicos, si fuéramos respetuosos ocuparíamos una posición central pero proporcionada como el 'Hombre de Vitruvio'. La conversación vuela alto como la cometa cuando lleva el viento en contra, me digo.

SOBRE LOS ENFRENTAMIENTOS EN EL SENO DEL CONSELL: "CLARO QUE ME PREOCUPA, ME PROVOCA UNA ENORME TRISTEZA PORQUE TRANSMITE LA IDEA DE NO ESTAR A LO QUE ESTAMOS..."

Pocos discuten que el virus ha desnudado a la sociedad y parece que también ha desvestido al Gobierno valenciano. Ahí están las críticas de la vicepresidenta Mónica Oltra a la falta de consenso sobre la gestión de la pandemia y a la forma de elaborar el presupuesto. Hay momentos de tribulación en los que se vuelve dudoso el sentido de la empresa entera. "Claro que me preocupa, me provoca una enorme tristeza porque transmite la idea de no estar a lo que estamos -con tono de decepción- y, desde el minuto uno de la declaración del estado de alarma, la prioridad absoluta, la única razón de ser como gobierno fue que no se muriera la gente, que no sufriera nadie, que recuperáramos cuanto antes las riendas de nuestras vidas dejando atrás esta pesadilla…que las personas mantuvieran su empleo o que las empresas salieran adelante desde la colaboración, no desde la lucha...". Me confiesa que es una ingenuidad considerar que los miembros de un gobierno, una directiva o un equipo de fútbol tengan que ser amigos. Respecto a la vicepresidenta valora su dedicación y talento. "Estas historias desgastan y hacen más difícil el trabajo -señala con tristeza- pero las encauzaremos con serenidad y respeto... si no lo conseguimos, el eclipse puede ser definitivo", remarca. 

Estos temas inagotables de rivalidades y conventículos me hacen pensar en la élite japonesa que juega al go, el antiguo ajedrez del Oriente, y en la novela-reportaje de Yasunari Kawabata El Maestro de Go. El maestro y el rival son las grandes figuras del momento en el mundo del go, un antiguo juego de mesa en el que dos contrincantes luchan por el terreno colocando sus fichas de color blanco o negro. Con el avance de la partida, la tensión aumenta porque el encuentro entre las dos fuerzas en expansión es inevitable: con movimientos rápidos y ágiles de las fichas, cada jugador busca empujar y rodear al otro para incorporarlo al territorio propio. Dos mundos se enfrentan entre sí: la alegría del viejo estilo del go y el rigorismo del nuevo. Hay una rivalidad manifiesta en la partida de la que es imposible escapar, pero también una admiración subterránea por lo que representan. En la obra de Kawabata, la derrota de uno de ellos se certifica seis meses después. Éste moriría en breve, cuando llegaran las nieves del invierno.

El president mantiene un buen dominio de sí mismo cuando conversamos de los miembros del gobierno valenciano, está seguro de cuál es el lugar de cada uno y de quien tiene la última palabra, "el último botón". Más que estar embelesado por la ocupación de los espacios, tiene un interés por asimilar los datos y los conocimientos de la ciencia en la lucha contra el coronavirus. Pero esta "guerra en los laboratorios" sigue un curso incierto porque carecemos del conocimiento exacto de la naturaleza del virus y del dominio técnico del mismo. "Me asombra -sostiene abriendo los brazos y subrayando su perplejidad- la falta de certezas científicas con la que estamos haciendo esta travesía. Pero me asombra más aún, y hasta me indigna, el desprecio de muchos, incluidos presidentes y presidentas de gobierno, hacia las investigaciones científicas o los dictámenes de organismos internacionales de prestigio como la Organización Mundial de la Salud (OMS) sobre el uso de mascarillas, la distancia física, la ventilación o la vacunación".

"UNA DE LAS CARACTERÍSTICAS DEL MODELO DE GESTIÓN VALENCIANO HA SIDO ASUMIR LA INCERTIDUMBRE. ACEPTAR QUE MUCHAS VECES NO TENÍAMOS UNA IDEA CLARA DE POR DÓNDE TIRAR, HACIA DÓNDE IR, PERO SE CONTABA CON EL PERSONAL CUALIFICADO DE LA GENERALITAT"

Salvo para unos pocos, la vida no se guía por la verdad, nos decimos. Con los primeros juegos infantiles perdemos el respeto a mentir. Lo que resulta novedoso es la antipatía hacia la evidencia, que literalmente significa "ver", la hostilidad hacia los expertos. Hoy la gente siente un rechazo hacia los peritos, letrados, intelectuales, científicos, catedráticos y todo tipo de especialistas que forman parte de un sistema desacreditado y que, en nombre de la búsqueda del conocimiento, han contribuido a crear formas de explotación y destrucción. Por poner sólo un ejemplo, alguna responsabilidad tendrán los científicos que han sintetizado las sustancias o los médicos que recetaron millones de pastillas de opiáceos en una de las mayores crisis sanitarias en la historia de los Estados Unidos de América, y que ha provocado más de 350.000 muertos por sobredosis en los últimos veinte años (seis veces más muertos de los que dejó la Guerra de Vietnam). Además, vivimos en una sociedad que alienta el narcisismo primario, la confianza en uno mismo por encima de todo y la desconfianza en todos menos en los que son uno mismo. ¿Por qué creer en lo que viene de fuera? ¿Por qué aceptar lo distinto a uno mismo? Asistimos al tránsito del "todo es cuestionable" (falsable o refutable según Karl Popper) al "todo está bajo sospecha". Al no existir muros de contención, cualquier majadería asciende a los altares de la verdad con las redes sociales: la tierra es plana, las vacunas son veneno, el supremacismo de los blancos y de los hombres son características de la evolución biológica, el cambio climático no existe, las pistolas para todos mejoran la seguridad, bajar los impuestos a los que más tienen beneficia a los que menos tienen... El binomio mentira-sospecha es letal en las sociedades globales.

Según el seguimiento de The Washington Post, Donald Trump en 1.331 días como presidente, hasta el 21 de septiembre de este año, había realizado 23.035 declaraciones públicas falsas o engañosas. En las últimas elecciones presidenciales sedujo a 74 millones de votantes. Trump es un gurú de la psicopolítica porque maneja la mentira y la sospecha para conectar todas las esferas de valor. Una actitud recelosa, incluso paranoica, se consolida para dar rienda suelta a cualquier conjura. El paso siguiente es buscar como un rebaño el establo de la ultraseguridad, el autoritarismo y, en último lugar, el totalitarismo: conviértete a la causa o serás un enemigo a batir.

Coincidimos los dos en que, frente a este tenebrismo, la solución del mundo burgués y el movimiento obrero ha sido "saber es poder". El que sabe algo asciende en el ascensor social y se inmuniza frente a los engaños y la manipulación. Es "el placer socrático del conocimiento". Pero es un grave error disfrazado de profunda sabiduría considerar que, con sólo tener acceso a la información adecuada, la gente pensará y actuará de forma correcta, que sólo el conocimiento puede curar "la herida eterna de la existencia". Argumentamos que la gente que sabe, y está altamente cualificada, también se extrema, fantasea, no deja de impresionarse, necesita creer, se angustia, se enamora de la muerte. La gente que sabe también puede ser monstruosa. Es la energía, la sabiduría dionisiaca de Nietzsche en el Nacimiento de la tragedia. Es el terreno amplio, profundo y fértil de la creación artística, de la espiritualidad, pero también la materia prima de los ruiseñores de la patria y los adoradores del sol. En la última obra de Paul Valèry, Mon Faust (Mi Fausto), Mefistófeles sentencia: "En mis tiempos no sabíamos leer. Adivinábamos. Así lo sabíamos todo".

"QUEREMOS CREAR UN NUEVO SERVICIO VALENCIANO DE SALUD PARA MEJORAR LA GESTIÓN COTIDIANA DE LOS CENTROS DE SALUD. ADEMÁS, -AFIRMA CUANDO ATISBA MI ESCEPTICISMO- ESTO PERMITIRÁ A LA CÚPULA DE LA CONSELLERIA TENER TIEMPO PARA PENSAR Y PLANIFICAR"

Con la incertidumbre y la complejidad de la pandemia, la evidencia científica se encuentra en un gran aprieto. Los negacionistas y los conspiranoicos no dejan aire para respirar. Se adueñan de la interpretación de las pruebas científicas, de las tasas de contagios o del número de muertos con terribles consecuencias, ¿cómo aguantar el timón en una travesía plagada de monstruos? ¿Cómo encontrar el equilibrio? El president lo tiene claro: "Una de las características del modelo de gestión valenciano ha sido asumir la incertidumbre. Aceptar que muchas veces no teníamos una idea clara de por dónde tirar, hacia dónde ir, pero se contaba con el personal cualificado de la Generalitat Valenciana y la opinión de los que más sabían sobre campos específicos y de interés". Me confiesa que "la experiencia de escuchar a expertos de áreas tan diferentes como la salud pública, la epidemiología, la digitalización y el manejo de datos, la economía, la comunicación, la gestión sanitaria, la filosofía, la gobernanza, incluso la psiquiatría, ha sido muy enriquecedora para gestionar la situación". En el Comité de Expertos faltan los poetas como Schiller y algún espíritu libre como Zaratustra, me digo. 

En la gestión del poder existen personas dotadas para vivir en el multi-tasking, en el automatismo, en la superficialidad. Enredados en miles de asuntos apagan y provocan fuegos aquí y allá. Por el contrario, también hay quien se sumerge en la profundidad de los abismos para atisbar horizontes no imaginados. La pandemia ha demostrado que para el buen gobierno de un 'cisne negro' y, seguramente, para cualquier situación, es necesaria la concurrencia de ambos estilos. La agilidad de los primeros por su capacidad para ejecutar, y de la visión de los segundos por su don planificador. El problema es cuando se intercambian los papeles o cada uno va a la suya. Evitar dichos inconvenientes y alcanzar una armonía son tareas irrenunciables para los gobiernos. En este sentido, el president pone el ejemplo de la reforma de lo que llama "la arquitectura institucional" de la Conselleria de Sanidad: "Queremos crear un nuevo servicio valenciano de salud para mejorar la gestión cotidiana de los centros de salud. Además, -afirma cuando atisba mi escepticismo- esto permitirá a la cúpula de la conselleria tener tiempo para pensar y planificar".

No es fácil adivinar el futuro cuando aún se respira y se muere dentro de una época desbordante. Sin embargo, el president quiere mirar el horizonte y necesita ser optimista. "Me insuflo ánimo cuando me veo bajo ­-clava sus ojos en los míos mientras desliza una mínima mueca-. Me digo a mí mismo que miles de personas han perdido lo más valioso, la vida, y pienso en la entereza de sus familias. También me abruman las personas que han perdido su dinero, su trabajo y forman las 'colas del hambre', de las que nos previene el profesor Joan Romero. Me impongo estar a la altura de todos ellos para cumplir lo que se espera de mí, para que nadie quede abandonado en su desgracia -hace una pausa larga; está cabizbajo, mirándome por encima de sus gafas-. Si tuviera que escoger una palabra para ponderar lo que nos trajo este año, elegiría esperanza -se repone despacio- la confianza de superar la pandemia". Necesitamos la esperanza en forma de vacunas, presupuestos y fondos europeos para recuperar la salud y conseguir un estatus económico digno, especialmente, para los que más lo necesitan. Para revisar sin miedo lo que se ha hecho mal. Lo que se ha hecho bien.

"HOY ESTOY CANSADO, MUY AGOTADO; ME HE LEVANTADO MUY PRONTO Y NO HE PARADO. ADEMÁS, ANTES DE IRME A CASA, TENGO QUE HABLAR CON MANOLO MATA DE LOS PRESUPUESTOS... ESTE SÍ QUE ES PURA DINAMITA..."

"Hoy estoy cansado, muy agotado ­-dice mientras cierra los ojos-; me he levantado muy pronto y no he parado. Además, antes de irme a casa, tengo que hablar con Manolo Mata de los presupuestos... Este sí que es pura dinamita..." Nos brota una carcajada limpia, liberadora.

La noche está avanzada y salgo del Palau de la Generalitat. Me pregunto qué papel hace la risa en la vida. Parece que insufle ánimo, esperanza, que nos ayude a sortear los artificios oscuros, como el alcohol o los hipnóticos, y nos meta de bruces en el mejor de los sueños. Reírse ayuda a sobreponerse de la vida enferma y sus sombras.  

Inmóvil en el centro de la Plaza de la Virgen me topo con los primeros síntomas de una Navidad extraña. Este año no se presenta como siempre la hemos conocido. Pero no es una ficción, no es lo opuesto a lo verdadero. La pandemia no falsea la Navidad o nuestras vidas, sino que hace que se manifieste de un modo descarnado. Hemos visto escenas estos meses que no olvidaremos: una pareja con un bebé que se acerca a una fachada y alza a su hijo hacia un balcón. Los ojos de una abuela que se humedecen mientras miran. Silencios que nunca habían llegado a la ciudad durante las horas del toque de queda. La sonrisa cansada de los policías, las auxiliares, los estibadores, de todos los bultos que se mueven ya al alba y niegan el miedo. El neón infatigable de los hospitales iluminando despedidas. Rostros que sujetan el llanto en una pantalla y se dicen lo esencial en silencio. El tacto de un guante anónimo que no quiere soltar la mano de un enfermo. Ataúdes de cinc sellados con cuerpos que no debían irse. No todavía. Un precipitado de emociones que no quieren saber nada de las palabras que elegimos para ellas. Porque la vida vivida nunca es la vida contada. Es mucho más, aunque duela.

Sigo quieto y cierro un instante los ojos para captar mejor este escenario, que se me hace imponente. Pienso en el viaje del héroe griego y en las sucesivas pruebas que retan al protagonista para transformarlo. Pienso que a menudo no llega a ninguna parte, no hay conclusión ni resultado. Y la palabra elegida por el president me asalta: esperanza. En la historia del coronavirus, cada uno de nosotros está inmerso en un viaje personal, pero también en una travesía colectiva de comunitat. La naturaleza de la transformación y el final del viaje dependerán, en gran medida, de que escojamos esa palabra elegida, porque la vida es un 'estado de ánimo'.

(Este texto es un homenaje a Jaqueline du Pré. Su lectura dura los dos primeros movimientos del Concierto para cello en E menor, Opus 85 de Edward Elgar, interpretados por la malograda chelista)

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