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PUNT DE FUGA / OPINIÓN

¿Libertad para qué?

Foto: EFE/Juan Carlos Hidalgo
2/04/2021 - 

Se ha contado muchas veces aquella vieja anécdota sobre la entrevista del socialista español Fernando de los Ríos con Lenin en 1920 en Moscú, en las postrimerías de la guerra civil rusa. “¿Libertad para qué?” preguntaba el dirigente soviético, “libertad para ser libres” respondía el diputado del PSOE.

En efecto, la libertad siempre se concibe como un absoluto, o somos libres o no lo somos. La libertad lo inunda todo, no se puede compartimentar sin caer en la arbitrariedad y la contradicción. Pero sin dejar de dar la razón al viejo socialista, hay que romper una lanza en favor del calvo de la perilla. La pregunta de Lenin se ha interpretado como una burla llena de cinismo cuando en realidad plantea una cuestión realmente incómoda que debería darnos que pensar.

La concepción liberal de la libertad es aquella que establece que el individuo es todopoderoso en su esfera privada. Su reino es su propiedad. Un padre es el rey en su casa y un empresario el rey en su empresa. En ese espacio su poder es absoluto y nadie tiene derecho a interferir. Pero el poder no solo se ejerce sobre los objetos sino sobre las personas. El rey en su casa es el amo de la mujer y los hijos. El rey en la empresa es el amo de sus trabajadores.

Por tanto, según la concepción liberal se es más libre en función de cuantas propiedades y cuantas riquezas se acumulen, y la libertad es siempre libertad sobre otros y a costa de otros. En esa crítica a la noción liberal de libertad es donde coinciden la pregunta de Lenin y la respuesta de Fernando de los Ríos, y era esa afinidad ideológica la que motivaba que Fernando de los Ríos hubiera ido hasta Moscú y que estuviera reunido con Lenin.

En la esfera pública rigen leyes que todos los ciudadanos deben cumplir. En la sociedad política los problemas son comunes y se resuelven estableciendo reglas y procedimientos que nos incumben a todos. Esa es la teoría al menos. Por eso la lucha de los trabajadores y la lucha de las mujeres nunca se limitó a mejorar las condiciones de su sometimiento dentro de la esfera privada de la casa y de la empresa sino en llevarlas a la esfera pública. Allí donde sus reivindicaciones podían hacerse ley y forzar al hombre y al patrón a tratarles como ciudadanos iguales. Todo esto lo explica infinitamente mejor, el gran Antoni Domènech en su magnífico ensayo El eclipse de la fraternidad.

La noción clásica y republicana de libertad es otra completamente distinta según la cual todas las personas que vivimos en una misma sociedad nos garantizamos recíprocamente nuestros derechos para no tener que vivir sometidos a nadie. La libertad nunca es privativa, solo adquiere sentido cuando se inserta en la vida en común. La libertad precisamente por ser un valor absoluto no se puede compartimentar entre la esfera pública y la privada.

Vayamos ahora al grano. Cuando la derecha española trata de recobrar la noción liberal de libertad para defender la no interferencia del Estado en la vida de los individuos, en realidad lo que pretenden es coartar la libertad de los ciudadanos de decidir colectivamente sobre aquellas cuestiones que nos afectan a todos. Decisiones que tomamos a través de procedimientos democráticos y que aplicamos a través de instituciones a les que hemos investido de legitimidad para actuar. Según esa visión eres libre solo en función de tu patrimonio, libre hasta donde lleguen tus propiedades y tu cuenta corriente. La libertad como privilegio al margen de los demás y a costa de los demás. Libre de saltarse las restricciones sanitarias, libre para irse a vivir a Andorra y no pagar impuestos o para irse a Abu Dabi a vacunarse antes de tiempo.

Las infantas Elena y Cristina en imágenes de archivo. Foto: EP

La cara b de esa noción de libertad es, por supuesto, la censura en el espacio público y la dominación en el espacio privado. Si expresas públicamente tu opinión o te manifiestas, ve con cuidado o puedes acabar en la cárcel. Si la persona a la que amas es de tu mismo sexo, reprímete o hazte cargo de las consecuencias. Si quieres que la sociedad reconozca y respete tu identidad de género, eres un enfermo. Si eres pobre es un problema personal que no debe resolverse garantizando derechos sociales sino ciñéndote a lo que te ofrezca el patrón y sin meterte en líos. Si no puedes emanciparte es un asunto familiar que no tiene que extrapolarse a una regulación pública que garantice el derecho a la vivienda.

Por eso, cuando la derecha española habla de libertad debemos recordar a Lenin: ¿libertad para qué? Queremos libertad para decidir en común los asuntos que nos afectan a todos. Libertad para expresarnos y para manifestarnos. Libertad para amar a quien queramos y para vivir como nos dé la gana. Libertad para decidir sobre nuestro cuerpo y nuestra identidad. Libertad para tener un proyecto de vida propio basado en la garantía de una vivienda digna y unos ingresos mínimos. En definitiva, libertad para ser libres.

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