VALÈNCIA. “Todos me dicen: qué bueno que estés aquí”, y “prometemos mejorar”. Pero no lo hacen. Siempre que estoy en esos lugares elegantes, palacios, castillos o lo que sea, me siento muy incómoda. Siento como si todos estuvieran en un juego de roles, todo es únicamente fingir. Siento que es falso. Siento que no importa cuántos de nosotros estemos en huelga. Lo que importa es que las emisiones tienen que ser reducidas. Y tienen que hacerlo ahora”. En Yo soy Greta, el documental dirigido por el sueco Nathan Grossman, escuchamos reflexionar en voz en off a Greta Thunberg, la adolescente sueca que un día, en agosto de 2018, decidió ponerse en huelga todos los viernes a las puertas del parlamento sueco para protestar por el incumplimiento del acuerdo de París que establecía las medidas para la reducción de las emisiones de gases de efecto invernadero.
Seguramente hayan escuchado alguno de sus brillantes discursos, pero lo que no habrán visto hasta ahora es a la Greta íntima, a la Greta sin filtros; a la joven con Asperger empecinada en ponerse en huelga por el clima; a la metódica estudiante que se escribe sus propios discursos; a la descuidada hija que se olvida hasta de comer, debido a su obsesión, y que no quiere ponerse un vestido; o a la persona con un tremendo coraje, capaz de cruzar el Atlántico en un velero sin ni siquiera cuarto de baño.
Grossman conoció a Greta cuando esta se presentaba cada viernes en el parlamento de Estocolmo. Decidió acompañarla, pensando en un primer momento que se trataba de un reto
de dos o tres semanas y que el contenido daría para un cortometraje. Pero enseguida llegó el interés mediático por ella, las primeras manifestaciones y la invitación a hablar en la Conferencia de la ONU sobre el Cambio Climático de 2018, en Polonia. Desde entonces viaja acompañada de su padre y de Grossman. Con ese material está construido el documental. A Polonia se fueron en un coche híbrido con el maletero lleno de latas de frijoles. Los siguientes viajes fueron siempre en tren o autobuses eléctricos. Luego llegó la inclemente travesía en un velero, un trayecto de dos semanas por el Atlántico que puso a prueba su capacidad de resistencia y su compromiso.
El Asperger como cualidad, no como enfermedad
Greta no siempre está seria, enfadada o llorando. En Yo soy Greta, ríe a carcajadas. Y su risa es contagiosa. Es un placer verla divertirse mientras revisa las fotos de su visita al Papa, por lo ridícula de la estampa, o tomarse con buen humor y seguridad en sí misma las críticas de líderes como Trump, Bolsonaro o Putin. Impresiona comprobar la excelente educación que ha recibido, la fluidez con la que habla inglés y cómo a lo largo de la temporada de viajes y discursos va superando su tendencia al aislamiento social. En una entrevista alguien le menciona que “sufre” Asperger. Enseguida ella matiza, rotunda: “no me gusta decir que lo sufro, sino que lo tengo”. Más cortante es en sus discursos. “¿Está encendido el micrófono?”, pregunta en el parlamento británico. Se escuchan risas. “¿Está encendido de verdad?”. De nuevo resuena el jolgorio en la sala. “¿Mi inglés está bien?”. Le responden al unísono: “¡Sí!”. Es cuando Greta saca las garras: “Porque me empezaba a preguntar si me oyen. Ustedes nos mintieron. Nos dieron falsas esperanzas… Nada ha cambiado. A pesar de todas las hermosas palabras y promesas, las emisiones siguen aumentando… No hemos tomado las calles para que se saquen selfis con nosotros y nos digan que admiran lo que hacemos… Nosotros los niños estamos haciendo esto para que pongan sus diferencias a un lado y empiecen a actuar como lo harían en una crisis”. Para entonces no se escucha ni una mosca. Greta ha vuelto a hacerlo. Les ha dejado fuera de combate.
Un viaje personal y mediático
Yo soy Greta no trata sobre medioambiente. No analiza los aciertos y errores en la carrera por eliminar el efecto invernadero. El documento se enfoca en ella y resulta revelador. Probablemente sus críticos lo vean como un experimento hagiográfico o un montaje para eliminar cualquier duda sobre su personaje. Quienes la admiramos, vemos a la persona de carne y hueso. Sin trampa ni cartón. Identificamos a la chica que a veces se siente superada por la excesiva atención hacia ella; a la activista concentrada con lo que hace; a una mujercita con las cosas claras; a la amante de los animales que adora a sus dos perros y a su caballo. Al ser humano que disfruta del silencio. Probablemente la imagen más bella del documental sea esa: la de Greta Thunberg abrazando a su caballo, escuchando su corazón latir durante largos minutos.
La organización Fridays For Future suma ya trece millones de simpatizantes y el próximo 3 de enero Greta cumplirá 18 años. Aunque la pandemia eclipsó su aventura, ella continúa su activismo por videoconferencia y redes sociales.