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CRÍTICA DE CINE

'Zombi Child': La herencia maldita

14/08/2020 - 

MURCIA. El cine de Bertrand Bonello está marcado por un sustrato conceptual y simbólico muy poderoso. Sus películas siempre van más allá de lo que estamos viendo, abriendo inesperados caminos tanto a la percepción sensorial como a la multiplicidad de reflexiones en torno a temas que nos llevan desde la degradación moral, la hipocresía social, la frivolidad de la sociedad de consumo, la lucha de clases, la represión femenina o la violencia de carácter ideológico.

Después de la controvertida Nocturama (2016), el director francés regresa con un ejercicio narrativo profundamente libre en el que se encarga de establecer un diálogo entre el pasado y el presente para hablar la esclavitud a través del significado original del término caribeño zombie.

Por eso, Zombi Child comienza en Haití, en los años sesenta. Tras una ceremonia vudú ejercida por un hechicero, un hombre muere para después ser resucitado y convertirse en mano de obra mecánica.  Sin voluntad y sin memoria, repetirá su tarea sin descanso, hasta que un día, de manera accidental, tome conciencia de su identidad perdida y escape deambulando sin rumbo fijo.

De forma paralela, nos trasladamos a la Francia actual a un internado de señoritas elitista que se remonta a la época de Napoleón y que fue creado para educar a los descendientes de aquellos que hubieran sido honrados con la Legión de Honor. Su máxima es inculcar los valores de la nación y perpetuar el patriotismo.


Allí estudia Fanny (Louise Labeque), una joven soñadora que parece ensimismada en sus pensamientos y que establecerá una relación de amistad con una nueva alumna, Mélissa (Wislanda Louimat), que esconde algunos secretos procedentes de su legado familiar.

El director engarza estas dos historias de manera orgánica y consigue crear una atmósfera enrarecida en perpetuo suspense, en la que habita el misterio y pulula el elemento sobrenatural. Sin embargo, cada parte de este díptico se identifica con un código totalmente diferente. El episodio que transcurre en Haití remite a La legión de los hombres sin alma y a Yo anduve con un zombie, las películas que constituyeron el verdadero germen de lo que hoy se ha convertido en un género en sí mismo, y sirve para hablar de la explotación humana. En cuanto al fragmento que tiene lugar en el internado, Bonello opta por una ambientación entre idílica y amenazante, en ocasiones con claros guiños a Picnic in Hanging Rock, y que adquiere los moldes de una coming-of-age retorcida y absorbente.

El nexo en común es el propio pasado colonial de Haití y la revuelta de esclavos que derrotó a las tropas de Napoleón provocando su miseria económica al contraer con Francia una deuda histórica. Todo esto no se menciona en la cinta de Bonello, pero sirve para establecer una relación entre esos dos universos antagónicos que permanecen todavía unidos por un pasado de crueldad y extorsión. Además, el director se basa en un caso real de zombificación, el de Clairvius Narcisse que ya fue objeto de estudio en el libro La serpiente y el arcoíris, de Wade Davis y sobre el que Wes Craven hizo una película.

Bonello también utiliza este dispositivo para hablar de la propia Francia. En una de las clases asistimos a una conferencia a cargo del historiador Patrick Boucheron en la que reflexiona sobre la figura de Napoleón como símbolo y, al mismo tiempo, traidor de la revolución, viéndose así frustrada para siempre la idea de libertad. Los fantasmas del colonialismo chocan así con ese grupo de niñas privilegiadas que se mueven por intereses pueriles para hablar de la memoria y del recuerdo, del legado de los antepasados.

Al director no le interesa sermonear, sino sugerir. Zombi Child es una película abierta a muchas interpretaciones que nos llevan de lo social a lo fantástico. Los materiales que utiliza resultan tan variados que parece imposible que se hayan podido unificar para hacer algo coherente. Pero ahí está su magia, como si a cada momento se nos escapara de las manos porque nunca da lo que promete y eso, lejos de provocar insatisfacción, parece aumentar el deseo.

En realidad, parece como si toda la película quisiera trasmitir la idea de trance, entre el estado de consciencia y de duermevela. Un viaje alucinógeno en el que nunca sabes qué va a pasar y en el que el tránsito de la vida a la muerte y viceversa siempre se encuentra presente. En esa línea intermedia se sitúa Zombi Child, entre los ritos tribales y la música del rapero Damso.

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