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el cudolet / OPINIÓN

Adiós a Antonio Vanacloy Tarragón, Premio Nacional de Paellas

9/07/2022 - 

Morir arropado, junto a los tuyos, a los 91 años de edad, en casa y habiendo recibido varios galardones en la vida es una despedida que yo mismo firmaba ya. Hoy mismo. Hace unos días reconocía la labor en la vida de Antonio Gómez Pastrana. Por desgracia vuelvo a escribir sobre otra despedida, la de Antonio Vanacloy, un niño de la posguerra, un chico de la generación del pa negre. A Toni para los amigos lo conocí personalmente. Un hombre que le ganaba tiempo al tiempo, y eso, es un reto difícil, casi imposible. Antonio nos dejaba el pasado 20 de junio.

Sus hijos, Antonio, Sixto, María y Carolina estuvieron codo con codo con él hasta el final de sus días. Antonio nació en 1930 en Sot de Chera. A los pocos años de edad, en plena adolescencia recaló a las orillas del Mediterráneo, en una playa al sur del Cap i Casal, en el Recatí (El Perellonet) y acabaría casándose con María Zorrilla Aliaga. Empezaría a trabajar en tiempos difíciles en aquella España de la autarquia, en aquel país oscuro y negro, y comenzó a desarrollar su actividad profesional como pinche. Los hoteles Antina y Recatí fueron sus primeros puestos de trabajo en una España receptora de turistas.

En aquel momento, la movilidad laboral era el pan de cada día de un país que buscaba el dorado con el turismo. Tras el paso por los hoteles, Antonio recaló en un restaurante de solera, El Vert i Blau de la familia Gabino, que este año cumple el sesenta aniversario. Al dejar el local de la famosa patata Amparín, Toni se instaló conduciendo los fogones de la Casa Blayet, un histórico y referente de la cocina valenciana. En los años sesenta se dedicaría a cocinar paellas de pollo y conejo, realizando un trabajo encomiable en un momento clave para la economía española.

Franceses y holandeses serían los principales clientes de este restaurante familiar. Allí se ganó a pulso, y en varias ocasiones el Oscar al mejor cocinero nacional de paellas (65-67) y no solo en una ocasión, por lo menos fueron tres veces  los premios que recibió. Antonio no solo se conformaría con elaborar arroces, posteriormente se dedicaría a la distribución de pollos y conejos, y los fines de semana a dar de comer a los clientes de Blayet. Sus compañeros de profesión hablaban él que era un bromista.

En los 90, en pleno boom del turismo familiar, la familia abriría un restaurante, Gaviotas, y acabaría ayudando a sus hijos a seguir el legado de sus arroces. Toni fue un hombre que la historia lo reconocerá por ser un maestro arrocero, por ser un trabajador autodidacta, y por ser un señor modesto que dio de comer a miles de paladares.

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