Pedro Sánchez no se está cortando, no le está temblando el pulso para mover los hilos orgánicos de su formación y poner al frente de las federaciones socialistas a gente de su cuerda. Está conformando una red de araña a su medida con el objetivo de maquiavélicamente mermar la influencia del Partido Popular a nivel territorial. Ignora que se perciba su liderazgo como autoritario y caciquil. Ande yo caliente, ríase la gente, pues qué le importa a él levantar ampollas mientras él siga resguardado en la estructura orgánica que le proteja de la llegada del invierno. En realidad, aunque las gafas dimensionadas por los sesgos de confirmación nos hagan ver lo contrario, todos los líderes hacen lo mismo que él, con más discreción, pero no hay ninguno que renuncie a controlar el cortijo partitocrático; el que diga lo contrario, miente. Hasta los que se creen con la patente de corso sitúan a sus afines en las baronías autonómicas y en todos los puestos de responsabilidad orgánica. Ya comenté en alguna ocasión que la organización de los perfiles que ocupan los escaños en el Congreso de los Diputados es una buena foto fija para dirimir sobre las filias íntimas del líder de turno.
Sí, Alberto Nuñéz Feijóo hace lo mismo en su partido que Pedro Sánchez en el suyo. El trato y la cintura se adapta en función del interlocutor que tenga delante. La diferencia que ha habido entre el líder del PP y el del PSOE es que mientras el socialista ha podido diseñar una formación a su medida en la última década, Feijóo se encontró un partido hecho cuando tomó el control en aquella noche de furia y puñales. Se tuvo que tragar muchos sapos, algunos que habían echado del estanque a gente de su confianza. Hizo la vista gorda por mero pragmatismo, consciente de que le compensaba más confiar en los amigos de Teodoro García Egea que en hacer saltar toda la estructura orgánica por los aires para remodelar la casa a su gusto. No se sentía más que con la licencia de inquilino, de ese huésped doméstico que no podía hacer grandes obras porque no siente como propia la morada en la que reposa la cabeza. Dio una oportunidad a sus hijos bastardos, a los pupilos que habían sido aupados por la anterior dirección del PP. En el fondo, en su subconsciente, deseaba que las apuestas de Teo fracasaran para así justificar moralmente el sacrificio de Pablo Casado y el volantazo orgánico con su llegada. Sabía que una derrota de los cachorros casadistas habría justificado su relevo y servir en bandeja de plata la venganza a sus colegas; algunos en Génova no perdonan la deshonrosa humillación que le brindaron a Isabel Bonig para llevar en volandas a Carlos Mazón.
El trato que le está profiriendo Alberto Nuñéz Feijóo al presidente de la Generalitat proyecta nítidamente que, de haber sido por él, el alicantino nunca habría ocupado un cargo de tanta responsabilidad. No se deja de percibir la sensación de que la izquierda quiere que Mazón se vaya a casa y que el PP les está ayudando a echarle. El otro día escribía Ángela Vera en Artículo 14 que la formación se había marcado como objetivo relevar al president de la Comunitat, que no es más que un peso muerto al que no hay que reanimar sino quemar en la hoguera de las vanidades de la trituradora política. Seguramente de haber sido otro el que estuviera en la situación de orfandad en la que se encuentra Mazón, el líder del PP nacional habría mostrado más sensibilidad, tacto y respeto. Llega a ser alguno de sus afines el que le toca esta papeleta y habría trucado el juego para que ganase, aunque en un principio saliera perjudicado en la primera rifa. Como la figura del líder autonómico no es de su agrado, le ha abandonado a su suerte sin ayudarle a pagar la fianza del relato e imponiendo la condena de ser sepultado por las desgracias. El abrazo del otro día es una representación más puritana del beso de Judás a Jesús; a quien yo abrace, ese es al que tienes que prender. Los aplausos a Carlos de la reciente cumbre en Asturias no son más que un espejismo de las farisaicas alabanzas a Isabel Bonig cuando la sentenciaron en 2021. El capricho del destino ha hecho a Feijóo el trabajo sucio, ahora podrá poner en la Comunitat Valenciana a alguien de su confianza, a un aliado, a un caballero blanco que llegará a lomos del caballo del oportunismo cuando mejor le convenga. Carlos Mazón sabe que el 29 de octubre le vendió su alma a Feijóo y este hará con ella lo que le parezca cuando considere oportuno.