VALÈNCIA. Un color favorito, un animal, un olor… Cientos son los elementos, objetos e ideas que pueden definirnos y que nos ayudan a construir nuestra personalidad. A mayor introspección más similitudes encontramos entre nosotros mismos y lo que nos rodea, pudiendo generar un interesante tema de conversación sobre a qué cosas nos parecemos. Buscando los parecidos razonables la fotógrafa valenciana Irene García Orenga extrae a través de unos textos de su hermana [y a raíz de una conversación con una amiga] la conclusión de que los humanos tienen algo que ver con las flores, un sentimiento a través del cual estudia la anatomía, los cuerpos y la vida de cada uno en comparación con brotes, ramos y hojas de todo tipo de colores. Para ella, y para sus otras dos mitades, esta conversación supuso que comenzaran a compararse con las flores en las que finalmente se acabarían refugiando, y de ahí nace su proyecto de fotolibro A flor de piel, en el que da vida a las comparativas a través de la fotografía.
A través de su lente Irene García Orenga lo que busca es comprender esta similitud desde dos lugares clave: la anatomía de las vidas y la de los cuerpos, algo que se resume en un desliz fotográfico lleno de tonos otoñales y donde las flores toman vid a a través de su interpretación humana: “Al final lo que hago es comparar las flores y las personas, reflexionando sobre la hipótesis de que tal vez son lo mismo.
Luego hay otro momento del libro en el que decido juntar flores y personas para crear imágenes con un gran peso compositivo, jugando con la imagen y los colores”. Entre sus páginas se puede contemplar cómo las personas posan como las flores a las que se asemejan y como a su vez se entremezclan entre brotes y raíces para crear nuevas escenas. La fotógrafa insiste que no se trata solo de colocar a una modelo sobre las flores, sino que es un trabajo en el que pretende que los sentimientos “echen raíces”.
Para explicar este grado de emocionalidad con las plantas hay pequeños textos que resumen un poco su teoría. Dentro del libro hay fragmentos en los que se habla sobre cómo flores y personas se dan la mano a través de las raíces, y como la vida y la muerte tienen mucho que ver con las flores hasta sin quererlo: “Después de haber sido cuerpo, raíz, tallo y pétalo, vuelvo a serlo todo otra vez. Y aunque a ojos desconocidos solo se advierta una existencia, en mi tumba nacerán flores”, reza uno de los textos que se encuentran entre las páginas del fotolibro.
Este tipo de reflexiones ayudan a la artista a explicar cómo se comparte la existencia entre ambas: “Las flores de primeras parecen bonitas pero son también muy delicadas, viven con la naturaleza y se adaptan al medio, tienen sus formas de fluir y vivir con la calma”, explica la artista, “las fotografías lo que buscan es aprovechar la luz natural, las telas, los focos y los colores para poder explicar la parte emocional del por qué querríamos convertirnos en flores”.
Con todo esto responde de alguna manera a lo que se plantea con su hermana, en un proyecto que podría contar con tantas fotografías como especies de flores hay en el mundo y que bebe de referentes como Robert Mapplethorpe o Eugenio Recuenco. Gracias a una colaboración con una floristería y a una conversación que le mueve emocionalmente consigue tejer un libro en tonos verde hoja con el que cuenta la historia de una observación de la naturaleza.
“Al final aprendo que cada uno se puede sentir reflejado en cualquier cosa, y las flores para mi abrazan a las personas y me puedo ver representadas en ellas fácilmente”, confiesa. Con todo esto su publicación alcanza un cierre circular, las flores se reflejan en el papel, que salen de las hojas que les dan cobijo durante el año. Una publicación que se convierte en poesía sin quererlo y que responde a una conversación casual sobre parecidos que podría ser tan eterna como lo son las comparaciones.