VALÈNCIA. Una autora anónima, de la que solo conocemos un pseudónimo y el título —homónimo de su libro—: Ailoveny Güats. Sus memorias, publicads por la editorial Continta me tienes, viajan desde una infancia en Alcoi, hasta su trabajo como puta en Barcelona. Pero sobre todo, su voz, amadrinada por Cristina Morales, que habla entusiasmado de un texto que llama a la revolución.
Y así. Ailoveny grita que abajo el trabajo y que arriba las putas. Dice que lo peor de ser puta es tener que cobrar, y de con todo esto, desplaza los marcos mentales y narrativos de las (orgullosamente) expulsadas del sistema. En el libro hay memorias, pero también una llama pendiente de avivarse, y un texto al que le da igual ser torpe, porque consigue su objetivo: cortocircuitar las mentes alineadas por los Estados y sus aparatos educativos, policiales y culturales.
Ailoveny atiende por correo las lecturas y las preguntas de Culturplaza.
- Escribes lo siguiente: “Las chachas soportan el dolor porque se ha convertido en heroínas proletarias, por méritos propios, claro está. A nosotras por tenerlo todo y ser públicas nos quieren quitar hasta la clase”. ¿Desde dónde posicionas a las putas? ¿Son la marginalidad radical de la sociedad?
- Los estados trabajan muy eficientemente en la cohesión e integración de eso que llaman ciudadanía para que ya no haya márgenes, para que nada escape fuera de control y que la población sea homogénea; más fácil de cotejar, controlar y reprimir. Las putas son mercancía de la cual el estado, como buen proxeneta, reclama su parte generando una relación de dependencia (las condiciones de precariedad son en ocasiones óptimas para generar un vínculo fuerte con la Administración que es quien pasa a ser la gestora de la miseria). Las putas no están marginalizadas, están siendo abusadas por los aparatos represores del estado en sus múltiples facetas policiales y sociosanitarias. En cuanto una mujer quiere actuar libremente (dentro o fuera del mercado; a propósito o en contra del trabajo sexual) se activan todo un conjunto de estrategias de control ético-político para condenar cualquier posicionamiento que vaya más allá de la idea de familia, casa, trabajo, coche, etc.
- Es imposible, a pesar de que poco tiene de institucional, no preguntarte por la situación político-mediática de las trabajadoras sexuales. Tercera locativa, punitivismo, feminismo a la contra… ¿Qué pasa cuándo ni siquiera el contexto de un feminismo tomando protagonismo y un gobierno progresista le resta hostilidad a la situación?
- En mi casa no tenemos televisión, un día tuvimos una y a veces veíamos un programa llamado First Dates con la intención de conocer el contenido ideológico que se deduce de la idea contemporánea de amor. Otro día vimos un debate sobre prostitución donde TV3 no había invitado a ninguna prostituta (sí a Lidia Falcón y Laura Macaya). Los problemas que competen a nuestro gobierno progresista son televisivos en el mejor de los casos y de proxenetismo en el peor. Son cuestiones que pueden distraer a la burguesía o a la clase política pero que dificultan el terreno revolucionario. Hay mujeres que ejercen como esclavas laborales o sexuales, hay personas migrantes en este país que viven con condiciones laborales peores que las del s. XVIII y su mejora, su salida, jamás vendrá de la mano del gobierno que mata en las fronteras y chulea con su policía a las mujeres en la calle. De existir una mejora en las condiciones de vida no vendrá de la ley sino de la autoorganización (ellos dirán que las leyes son los fundamentos del cambio. Nosotras sabemos que son su consecuencia, un arma de doble filo). Mientras nuestros gobiernos del progreso perpetúen las condiciones de miseria habrá mujeres que optarán por prostituirse como habrá otras que optarán por donar órganos, etc. (ellos eso ya lo prevén y lo consideran necesario para perpetuar los privilegios de unos pocos). Ahora bien, paliar las condiciones materiales o de pobreza no es garantía de nada si no nos cuestionamos el modo según el cual, en nuestra sociedad, se imponen relaciones no prostitucionales basadas en el interés y la deuda, relaciones que son legítimas porque de ellas depende el poder y el capitalismo: relaciones matrimoniales forzosas, relaciones basadas en el consumo exprés que pasan por desubstanciar a las personas convirtiéndolas en carne cuantificable: color de ojos, de pelo, de piel, altura, currículum, peso. Cartografía de la carne, cálculos matemáticos esenciales para probar un match que haga crecer un consumo sexual adecuado a los nuevos protocolos donde la dignidad personal se confunde con el capital erótico que se acumula en una foto de Tinder o en un cuerpo obediente. Si hoy en día el acontecimiento amoroso es el resultado de una forma de autoexplotación física y digital basada en la exhibición identitaria y la disciplina de los cuerpos, ¿de qué hablamos cuando hablamos de prostitución?
- Te quería preguntar, cómo no, por la forma también. ¿Cómo configuras una voz que es compleja también porque recorre el tiempo, el espacio, y puede pasar de la satisfacción a momentos límite?
- Supongo que el nexo de unión entre la satisfacción y lo que tú llamas momentos límite coincide ocasionalmente con la belleza porque el poder, afortunadamente, también tiene sus fugas.
- Cristina Morales hace un prólogo increíble, en el que alaba tu atrevimiento a la hora de plantear tanto el fondo como la forma de Ailoveny Güats. ¿Lo sientes así, como un atrevimiento?
- Hablar de atrevimiento me parece excesivo (atrevida es la obra de Idoia López, de Patricia Heras, o de Inés Palou) mujeres que han tenido el valor de representar la represión política que viven en las cárceles bolleras o putas en un país donde hasta hace bien poco a cualquier mujer que quería vivir sola de forma autónoma se le aplicaba cualquier pena.
- Tal vez uno de los momentos más complejos de todo el libro sea la asamblea. Explícame qué posiciones encuentras aquí.
- Se trata de una asamblea de mujeres que se reúne en el porche de la Facultad de Filosofía de Barcelona para denunciar las actitudes putófobas de la academia. Las voces más antagónicas son las de Cayetana y Aleena. Cayetana concibe la prostitución como un ejercicio de autodeterminación, su idea es weberiana: como el dominio es intrínseco a cualquier tipo de relación personal, la prostitución es desenmascaradora en su exhibición de la violencia. Aleena reprocha a Cayetana el hecho de que una actividad presuntamente emancipadora haya de pasar por el sufrimiento y el padecimiento que ellas, como trabajadoras, sufren a diario. Este hecho convierte a Cayetana en una figura robesperiana que anima a las masas a revolucionarse pese a los daños que en ellas eso pueda ocasionar. Por otro lado, Fabiola encuentra que la insumisión, la verdadera revolución, es la salida del ejercicio sexual del marco capitalista, para Fabiola lo deseable es la abolición del trabajo, que el deseo salga de los márgenes del mercado. Todas coinciden en que esa salida es una salida peligrosa, así lo manifiesta Daniela cuando habla de Tralala (personaje de Hubert Selby, prostituta que se ofrece gratuitamente en un bar a un grupo de personas que acaba matándola). Para Daniela no se puede ser puta fuera de las reglas de la prostitución y el capitalismo. Cayetana no termina por reconocer la paradoja de su discurso, el hecho de que para emanciparse de las cadenas haya de atarse necesariamente a ellas, una paradoja que reivindica a grito de “¡¡¡ABAJO EL TRABAJO!!! ¡¡¡QUE VIVAN LAS PUTAS!!!”.
- Otro de los cénit del libro es el manifiesto contra la escuela. Te quería preguntar precisamente por el papel que juega las instituciones y las administraciones en las infancias marginales. ¿De qué manera la compasión se convierte en una herramienta delineante? ¿O es al revés, hace falta aún más atención por parte del Estado ante las vulnerabilidades? En fin, ¿dónde ves el problema ahí?
- Lo que comentaba anteriormente sobre la marginalidad de las prostitutas es aplicable a la infancia. Lo esencial del Estado es como articula la fuerza, así que es su función aglutinar hasta el debilitamiento cualquier conato que escape fuera de las fronteras de su propósito. La vulnerabilidad no es nunca esencialista, se produce siempre en contextos hostiles donde la gestión de la fuerza del Estado reprime a unos pocos a favor de sus necesidades materiales o sencillamente a favor de mantener el status quo.
- “Los mismos que vienen por la noche a visitarte, vendrán por el día a detenerte”. Este también es el relato de las personas que rodean a Ailoveny Güats (Pamuk, Besso, los policías… En su mayoría, hombres). ¿Cómo dibujas la masculinidad en esta novela?
- La masculinidad queda identificada según el binomio hijo-padre donde lo paterno representa la Ley (El Estado, La Palabra, La Ilustración, ideales marxistas que se desquebrajan por su falta de adecuación a un contexto demasiado acuoso o irregular...). Los Hombres adultos, en su mayoría, son la imagen del patetismo y la inutilidad de la Ley o la Palabra como medios destinados a la superación de la miseria. Pamuk, que es un amante-hijo, es la ilusión o esperanza, la alternativa política o reformista que al igual que la actividad prostitucional no alcanza a provocar satisfacción.
- Te quería preguntar por la autoficción, sobre si es una herramienta, un género, un engaño. En la medida en la que escondes tu identidad, también te alejas de la autoficción, ¿no?
- Supongo que la autoficción ha existido siempre en tanto que la historia de la literatura pasa por representar el vínculo que nos une como individuos a la experiencia que implica ser humano en términos universales de género o especie. La codificación que hacemos para contar algo o representarlo ya pasa necesariamente por lo propio. Dicho esto, no huyo tanto de la categoría de autoficción como de la de identidad personal, algo que no me interesa lo más mínimo, más en un contexto donde el escritor es visto como una suerte de transferenciante privilegiado. Debería ser obligación del escritor desvelar a sus lectores que la Palabra, las artes y esas cosas que nos elevan el alma o nos contentan el espíritu son un engaño para convencernos de que dios no ha muerto y que de haberlo hecho nosotros, oh maravillosos escritores de inteligencias artificiales, podríamos ocupar su lugar (como si aquello que nos convierte en miserables no fuera precisamente esa sed de infinito).