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autor de 'La sangre del padre' 

Alfonso Goizueta: "Alejandro Magno superó todas las fronteras, pero no las de su propia vida"

7/02/2024 - 

ALICANTE. Alfonso Goizueta (Madrid, 1999) es doctor en Relaciones Internacionales por el King’s College y licenciado en Historia y Relaciones Internacionales por la misma universidad. Siempre le había fascinado Alejandro Magno, pero no había sido un ‘erudito’ sobre él ya que la trayectoria académica le ha llevado por otros derroteros distintos al del mundo clásico. Su figura le fascinaba desde el punto de vista literario y se lanzó a escribir sobre ello, zambulléndose primero en un riguroso proceso de documentación con el que forjar el armazón de una novela. “Lo hice con el alivio o tranquilidad de que no iba a ser un proyecto historiográfico y que no tenía que revolucionar nada”, confiesa el autor. En ese momento descubrió a unos personajes femeninos muy fuertes. Tanto su madre, Olimpia, como Sisigambis, madre de Darío III, rey de Persia, a la que Alejandro adoptó como una madre propia. “Hay un poder silente en esas mujeres, grandes matriarcas, a menudo invisibilizadas por la historia, pero que han movido los hilos de los grandes imperios”, describe. Para él es casi lo más enigmático sobre la vida del protagonista y, por tanto, uno de los ingredientes de La sangre del padrefinalista del Premio Planeta 2023, que presentará este viernes, 9 de febrero, en las Veladas literarias del restaurante Maestral.

— Alejandro Magno es una de las grandes figuras de la humanidad. Obviamente se ha escrito y hablado mucho de él, pero sobre todo sobre su faceta bélica o conquistadora. Sin embargo, tú has querido abordar el lado más humano…

— Todos tenemos una imagen muy arquetípica de Alejandro Magno, encapsulada dentro del imaginario popular como ‘gran conquistador’, pero únicamente movido por el orgullo o la ambición. La novela lo que busca es al hombre detrás de la biografía. Esta es una novela sobre un joven, contada por otro joven, y a mí me divertía pensar qué podía pasársele por la cabeza a ese chico de 22 años cuando salía de Macedonia, al abandonar su casa, al enfrentarse al mundo, etcétera.

La novela reflexiona, por tanto, sobre algunos de los grandes temas de la humanidad. Esa superación personal, ese crecimiento, solo que, a través de la historia de Alejandro Magno, que me sirve como vector para aproximarme a temas que no son necesariamente la novela histórica, sino que son del género humano.

— ¿Se puede uno meter en la mente de un personaje de tal calibre para forjar un perfil personal con los escasos datos que han trascendido sobre él a lo largo de los milenios?

— La falta de fuentes es un reto y a la vez algo positivo. Para el historiador es muy difícil componer una imagen personal sobre Alejandro Magno porque, efectivamente, no hay muchas fuentes, pero para el novelista, esa ausencia puede ser un tesoro porque te permite rellenarlo con la imaginación. Entonces, al final, lo que yo hice fue un ejercicio de empatía, a través de los siglos, pensando qué me podía ser común con él.

No me puedo meter en la piel del conquistador del siglo cuarto después de Cristo porque no lo soy, pero sí puedo imaginarme cómo puede sentir una persona en todos esos temas que son atemporales. Por ejemplo, cómo se puede sentir una persona joven que tiene una mala relación con su padre, de la que se espera algo que no está seguro de si puede dar. Cómo es su concepción de la idea de formar una familia y tener hijos, al mismo tiempo que se hace mayor y quiere disfrutar de la vida. Esas cosas, que son más humanas, son las que al final construyen al personaje.

No sé si Alejandro Magno sentía o amaba de la misma forma en la que yo lo he reflejado en la novela, pero tampoco tengo la necesidad de hacer una tesis doctoral o de darle un enfoque historiográfico. Es una licencia que me tomo como novelista para construir a un personaje. Lo importante es que sea fidedigno, pero no deja de ser de ficción.

— De lo que sí dispones es de ciertos datos que te ponen en contexto sobre cómo podría responder una persona ante esos retos. En ese trabajo de psicoanálisis o de empatía, ¿qué has encontrado al ‘entrar en la mente’ de Alejandro Magno?

— Lo fundamental es que su viaje no deja de ser una huida. Él huye de su casa y lo que a mí me motivó a escribir sobre Alejandro era responder a por qué no quería volver. En ese análisis más personal, lo que tuve que desarrollar más es esa infancia tan tóxica. El hogar tan asfixiante en el que había crecido y por qué había querido huir de aquello.

“El viaje de alejandro es una huida y también una búsqueda para intentar encontrarse a sí mismo”

Siempre postergaba el regreso. Su relación con su madre le atormenta desde que deja Macedonia hasta casi el final de sus días. Eso es, por tanto, la parte central. El viaje como huida, pero también como búsqueda para encontrarse a sí mismo. Él no se encuentra estando en Macedonia. Sabe que el Alejandro que lleva dentro, al que quiere conocer y descubrir, necesita horizontes nuevos. Muchos más horizontes.

— De hecho, buscar esa libertad es una de las cosas a las que se ve empujado, pero, ¿cómo de libre puede ser uno de los hombres más poderosos del mundo?

— Efectivamente, es un viaje en busca de la libertad, pero el coste de la libertad está ahí. El coste del poder es otro de los temas fundamentales de la novela. El imperio acaba comiéndoselo. El Alejandro imperial acaba matando al Alejandro humano. Se va dejando girones de libertad por donde va pasando porque, según va acumulando más poder, según va avanzando más por Persia, deja de ser más hombre para convertirse en un prototipo de conquistador que no puede ser libre. Una de las reflexiones de la novela es, precisamente, si todo eso mereció la pena. Si con todo eso fue verdaderamente feliz o si habría sido más feliz persiguiendo las cosas más sencillas de la vida, como el amor, asuntos de dejó de lado en pos de la gran épica.

Alfonso Goizueta.

— Empezó luchando por la libertad, pero se convirtió en un tirano…

— Al principio, genuinamente, él pensaba que su misión era liberar a los pueblos griegos que estaban sometidos al imperio persa, pero lo cierto es que luego sufrió lo que los historiadores definen como ‘orientalización’. Conforme va avanzando más por Asia, se va empapando más de la cultura persa en la que el rey no es un rey entre iguales, sino que es un descendiente de los dioses y, por tanto, el centro de todos los cosmos.

Se va empapando de todo eso, se va volviendo más persa que griego, y eso es lo que acaba haciendo que adopte costumbres más tiránicas, pero no solo en el plano más político. A mí lo que me interesaba reflejar es cómo impacta ese tirano en el resto de sus relaciones. En particular, en su relación con Hefestión y en cómo deja de ser un amor entre iguales en Grecia para ser un amor entre un amo y un esclavo en Persia.

— Era un hombre en constante superación no solo en lo político sino también en lo personal… ¿Esa superación personal le hacía ambicionar metas más grandes?

— Creo que iban en paralelo. Primero quería superar a los grandes líderes, pero después quería superar a la propia geografía. En esa idea de postergar el regreso, se va poniendo más metas. En el plano personal, se quiere demostrar que es más de lo que le han dicho que es o que tiene que ser.

“alejandro No es capaz de enfrentarse a sus miedos más íntimos; esa frontera de la vida no la supera”

Desde pequeño, le han dicho que tiene que ser mejor que su padre o que antepasados como Aquiles y Hércules. Por eso encontramos a un Alejandro Magno que crece por encima de todos ellos, pero que no es capaz de enfrentarse a lo más primigenio o a los miedos más íntimos: el miedo a la madre o el miedo a su relación homosexual con Hefestión. A eso no es capaz de enfrentarse, por ejemplo. Esa frontera de la vida no es capaz de superarla.

— Como historiador y teniendo en cuenta que es una novela, entonces, ¿qué grado de realidad y de ficción aportas en la escritura? ¿Te ha costado encontrar el equilibrio? 

— Cuando escribes una novela histórica yo creo que lo que tienes que hacer es un ejercicio de verosimilitud. Hay que ser fidedigno en los hechos históricos, pero, en la parte personal, donde no tenemos fuentes, hay que buscar que encaje y lo importante es que sea verosímil. Que encaje con el personaje que más o menos se destila de las fuentes históricas.

Alejandro, que fue una persona educada por Aristóteles, no podía ser poco profunda. Tenía que tener mundo interior porque, desde los trece años, le había educado el mayor filósofo. A mí me encajaba que pudiera tener esa vida personal más compleja y que se hiciera esas preguntas. Me parecía verosímil que sintiera y sufriera de esta forma, sobre todo en un ambiente en el que le rodean ese padre, esa madre o Hefestión, al que tiene que cuadrar con la idea de tener una reina y unos hijos. Todas estas cosas que están ahí, porque nos lo cuentan los historiadores, lo que yo hago es llevarlas a la ficción en el plano humano. Cómo se sienten o se padecen todos estos datos.

— ¿Crees que le has entendido?

— Sí, creo que sí, pero he entendido a mi Alejandro Magno, que es mi construcción del personaje, porque igual otro historiador o novelista escribe sobre él y es otro personaje totalmente distinto al mío. Pero, sí. Creo que le he llegado a entender. Sobre todo, al final de su vida, con esa pregunta vital sobre si le mereció la pena.

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