Hace una semana viví un amanecer con dieciséis grados que no tiene precio. Aquel domingo, Morella se sacudió la ola de calor y regresó a su estado natural de verano. Era el domingo de Corpus, día de fiesta mayor, tras el sábado de la Degolla y baile de gegants. Artal, Rosella, Abu-Seid y Seida recorrieron la calle principal morellana, bailando como nunca, precedidos por cabuts y gaiteros, con el entusiasmo de las niñas y niños dellogadors. Después, regresaron a su casa institucional, tumbados, junto a los sonidos musicales de la mort del gegant.
Muy emocionante y espectacular. Tanto que sentí el paso veloz de mis dos hijos pequeños vestidos de blanco, con lazo y faja roja, pegando con las pequeñas espadas de madera y tiñendo de amarillo colorante de azafrán a quien se acercara. Tras décadas de estas vivencias sentí, la pasada semana, el mismo paso veloz de mis nietos, de Aimar y Biel, vestidos también de blanco y rojo, con las mismas pequeñitas espadas de madera roja, jugando y cambiando el color de la tarde.
Ha sido una semana frenética en su actualidad, tanto que resulta difícil definir sus consecuencias y entidades. Qué mundo tan jodido estamos habitando. El domingo de la pasada semana reculé en Vinaròs, cerca de la cala Montero, con mis hijos, mis tres nietos y las madres de mis nietos. Fue una especie de catarsis que nos llevó a disfrutar del silencio, de la brisa del mar y, sobre todo, de las risas y euforias infantiles. Este día fue una isla de sosiego, con el sonido de chapoteo de una piscina familiar, entre aguadillas y recuerdos de algarabías con mis hijos. Entre ser tiburones subacuáticos que producen tsunamis o ballenas jorobadas que desbordan la piscina con sus sonidos profundos.
Aquel domingo de la última tarde en Vinaròs vi pasar cerca lo que tendría que suceder el siguiente lunes. Andalucía había votado y había marcado un nuevo tiempo con toda su legitimidad. Con el cuerpo envuelto en el salitre del mar, con la cabeza habitada de las risas de mis nietos, la radio nocturna despertó un breve letargo. Aquella noche era el punto de partida de algo diferente.
La pasada semana, con todo lo vivido el domingo, ha sido, si cabe, más desalentadora. Hemos sumado más rabia y desasosiego, sufriendo un vacío, un cambio radical de las políticas progresistas de este pequeño país mediterráneo. Un doliente transcurrir de los días que no satisface a nadie y que perjudica a todos.
Ante tanta historia doliente, añoro mucho, muchísimo, a mi estimada amiga, la escritora Fina Cardona Bosch. Esta semana hubiera necesitado su análisis, su opinión, su mirada certera de la actualidad valenciana en aquellos excelentes artículos València quina paciència. Fina sabía cómo destripar al extremo el devenir valenciano, las crisis de todas las izquierdas y derechas, las crisis de todas las personas dirigentes. Fina era certera y precisa, y la hecho mucho de menos.
Decirte Fina que Pau -con quien querías viajar al círculo polar- está estos días en las islas Feroe, que tanto te gustan. Le he pedido una fotografía para ti. Y la tengo. Porque estos paisajes de calma, de identidad arraigada, son como tú eras, una de las mejores escritoras del país valenciano y una de las mujeres con una excelencia humana y sensible que jamás conocí. Y, algún día, Fina, habitaremos en una casa de madera junto a los mares del norte. Algún día veremos las auroras boreales, algún día sanaremos la mierda de este maldito mundo.
Estos días atravesamos una actualidad que nos supera. Esta semana, la OTAN tiene cita en Madrid. Yo voté en contra de la OTAN en el referéndum consultivo del día 12 de marzo de 1986. Recuerdo que, trabajando en Castelló, se organizaron jornadas socialistas en las que invitaron a periodistas a debatir con cargos institucionales.
Una campaña que organizara mi estimado colega Ernest Nabàs. A mí me tocó debatir con un reciente político que había sido periodista. Me mantuve en todo momento en contra de la OTAN frente a su pasión estadounidense.
He mantenido este posicionamiento hasta hoy, defendiendo en privado y con firmeza mis opiniones. He ido dudando en el tiempo, pero, hoy, tal como está evolucionando el mundo, tal como EEUU se está haciendo con Europa, pues, reafirmo mi posicionamiento. Y me siento insegura, triste y pesimista hacia el futuro inmediato.
El mismo país que dirige la OTAN, que propaga las libertades y derechos como bandera mundial, que está penetrando en Europa, acaba de sentenciar que el derecho al aborto no es legal. Ha sido el Tribunal Supremo, de mayoría conservadora y fascista, y esta unión de estados ya no jura su evolución por las libertades. Muchos estados ya han prohibido el derecho al aborto. Es triste que el presidente Biden sea el actual demócrata residente de la Casa Blanca, como el presidente Obama, que han condenado rotundamente la decisión del Tribunal Supremo. Es jodido porque en esta unión de estados no significa nada.
En este mundo prima un silencio insoportable, como si no pasara nada ante tanta y tanta ignominia. No pasa nada si las mujeres estadounidenses no pueden abortar, si regresamos todas, por contagio, a la prehistoria de los abortos clandestinos, a aquellas perchas metálicas que se convertían en armas mortales para tantas mujeres. Regresar a los confinados de hierbas, a las tijeras que buscaban entre ovarios y úteros… A viajar a otros países para las mujeres con posibilidades, a jugarse la vida para el resto de las mujeres.
No solo son las mujeres americanas quienes sufren. La nueva ola es que sufran las mujeres de todo el planeta. Por poner un ejemplo, el vicepresidente del gobierno autonómico de Castilla y León ha manifestado públicamente su apoyo rotundo a la prohibición del aborto en EEUU.
La negra actualidad es muy deprimente. Es complicado escribir sobre los días que, en teoría, nos pertenecen como ciudadanía, es muy triste escribir sobre la fotografía de los inmigrantes hacinados junto a la valla de Melilla. Sobre los más de treinta muertos. Es demoledor. Al final, deberíamos preguntarnos en qué jodido mundo vivimos, una casa global que sufre, cada día, insoportables ignominias. Y seguimos sin respuestas, sin soluciones. Tremendo dolor.