La clave para desplegar redes energéticas inteligentes y flexibles, el concepto de moda, es el almacenamiento. Lo dijo en el Energy Storage World Forum de Berlín (¿a pensar un certamen en Feria Valencia a rebufo de la gigafactoría de Sagunto?) alguien a quien nos interesa seguir, Simon Löffler, de Volkswagen Group Charging.
Sucede por igual tanto en el ámbito eléctrico como en el de las soluciones verdes de generación por venir, como la captura y valorización de CO2 y el hidrógeno. Y lo han puesto en práctica empresas como la finlandesa Wärtsilä que ha diseñado un sistema propio de baterías en red (grid forming) que, integrado con sistemas de generación flexible, eólica, solar y térmica, permite a cualquier territorio sencillamente conectarse y desconectarse de la red general según convenga a su resiliencia y equilibrio energético. Así lo acredita la isla portuguesa de Graciosa.
Lo saben bien, asimismo, las empresas de base tecnológica (algunas con sede en la Comunitat Valenciana) que, muy recientemente, en 2020, pusieron en marcha la Asociación Española de Almacenamiento de Energía (Asealen). Esta misma semana tienen una reunión que se presume tensa con la Comisión Nacional de los Mercados y la Competencia (CNMC), a la que llevan persiguiendo casi desde su creación, el Gobierno y otros actores del sector energético. Piden que se eliminen los obstáculos, fundamentalmente regulatorios, que aún frenan su despliegue masivo.
Obviamente, no es asunto que interese mucho apoyar, tal y como lo plantea Asealen, a las grandes compañías, uno de los colectivos que mejor manejan el arte de la propiciación política. Las mismas empresas que hoy abanderan el impulso a las instalaciones fotovoltaicas y eólicas en los 2000 irrumpían en los congresos sobe el futuro de la energía (recuerdo perfectamente uno en el Palacio de Congresos), dibujando perspectivas aterradoras sobre su potencial proliferación. Gas, ciclo combinado, ese era el futuro.
Así sucedió que la empresa europea con mejor rendimiento de células fotovoltaicas, un prodigio tecnológico, la valenciana Siliken, acabó agostándose rodeada de cardos y malas hierbas. Hoy tenemos atractivos proyectos de instalación de grandes superficies de paneles solares (son impagables los relatos de los altos cargos del PSPV sobre las formas que Compromís encuentra para frenarlos a través de la Conselleria de Mireia Mollà o de cualquier otro medio posible: “…y cuando creíamos que ya estaba, nos dicen que hay que volver a empezar todo el proceso de cero”), pero la abrumadora mayoría de principales empresas productoras de tecnología fotovoltaica son chinas.
El presidente de Asealen, Yann Dumont, director general de Reolum Renewable Research, repasaba hace unos meses la situación del sector del almacenamiento energético en un artículo para sus asociados en el que hacía balance de 2021 y planteaba las perspectivas para 2022. Un relato en el que alterna lo que describe como “altos y bajos” y en el que deja constancia de que está siendo sometido a la clásica fórmula de mareo institucional que consiste en decir que sí a lo que pides, pero plantearte una solución que no puedes aceptar.
Baste decir que el Gobierno lanzó a principios del año pasado la Estrategia de Almacenamiento Energético, que contempla pasar de los 8,3 GW actuales a 20 GW en 2030 y 30 GW en 2050, pero, en realidad, no es exactamente una vía para que las empresas de base tecnológica disputen el liderazgo del sector por la vía de la flexibilidad y la resiliencia en beneficio de los consumidores. Es Gatopardo en estado puro, business as usual. Y como a estas alturas, con los fondos del Plan de Recuperación convertidos en un coladero incapaz de distinguir la excelencia del oportunismo, no es sencillo tomar partido. Lo más seguro es lo de siempre.
Dumont se congratula en su texto del anuncio de proyectos hibridados con almacenamiento en Extremadura, Islas Baleares, País Vasco y Canarias. Añade a la lista de “altos” un borrador de decreto en Castilla y León en el que se prometen avances para simplificar la tramitación administrativa. No aparece la Comunitat Valenciana en su relato.
La Generalitat mantiene un contacto directo con miembros de Asealen, alguno de los cuales son, verdaderamente, valores tecnológicos a defender. Como HESStec (Hybrid Energy Storage Solutions), con cuyo director general, Eugenio Domínguez, pude departir en la fiesta del 12 aniversario de Valencia Plaza junto a la secretaria autonómica Empar Martínez. La clave es si la gigafactoría de Sagunto nos convertirá en un polo de conocimiento y si eso servirá para democratizar un sector ahora profundamente aristocrático en España.
El almacenamiento de energía desempeñará un valor estratégico con seguridad y es una tecnología en la que, después del varapalo fotovoltaico de la primera década del milenio, estamos a tiempo de tomar posiciones. El conocimiento que se genere en la electricidad se podrá aplicar a la energía térmica, al CO2 o al hidrógeno. Por eso llama la atención las dificultades que desde la Administración siguen planteándose para que la capacidad transformadora e innovadora de las empresas de base tecnológica se despliegue. La Comunitat Valenciana debería aprender de lo sucedido en el pasado y subirse cuanto antes a ese tren.