Puro Glamour es un dietario en el que los libros, la crianza y las ciudades marcan una vida que reivindica su cotidianidad sin grandes desgracias
VALÈNCIA. Aloma Rodríguez dejó Madrid y volvió a su Zaragoza natal. Podría ser el comienzo de un drama infinito, pero es el de un dietario que solo necesita de la cotidianidad para ser mordaz y honesto: Puro Glamour (La Navaja Suiza, 2023). Una literatura en primera persona que no se enclaustra sino que se expande a través de las personas que le rodean. Rodríguez, que visitó València para presentar el libro hace unos días, también habló con Ediciones Plaza.
- El libro nace de una serie de artículos que haces para Letras Libres. ¿Cuál es el principio y el fin de de un dietario de unos diarios como como estos que haces tú?
- El principio siempre está más claro, que es cuando tienes el impulso de escribir. El final no lo tenía tanto claro y siempre podrías haber seguido. Quería que fuera un cierre, no exactamente efectista, pero sí que fuera algo… epifánico. Cuando hacía viajes con los niños, le decía a Bárbara (la editora) “tengo esperanzas en este viaje”. No en que pasara algo, sino hubiera un cierre, que tuviera yo la revelación de lo que tenía que hacer.
Pero sí que es verdad que siempre, en este tipo de libros, lo fácil es empezar y lo difícil es ver cómo aguanta la tensión y hasta cuándo y en qué momento. O sea, cómo construyes la coherencia, más allá de que sean los mismos personajes y las aventurillas.
- Escribes en un momento del libro que los documentos sirven también para saber qué olvidamos. Una líneas antes hablas de una cámara que se queda encendida y retrata una nada que podría ser interesante. ¿El dispositivo literario de este libro es más esa cámara intentando buscar esa persona que lleva dos calcetines diferentes debajo de la mesa en un banquete de boda o el archivo que dentro de unos años te recuerda qué has olvidado?
- Yo creo que más la parte de los calcetines. Releyéndome lo paso mal, así que no creo que suceda. Pero sí que hay una voluntad de atrapar. Mi madre me dice siempre que escriba cosas que luego se me olvidan, como las típicas chorradas que dicen tus hijos y todo eso. Me interesa la idea de cómo se construyen los mitos íntimos, las típicas cosas que seguro que tú tienes algo en tu familia que eres el-que-no-sé-qué, un momento que te señala para siempre. Ir construyéndolo sobre la marcha me parecía también gracioso. Y sí que hay una voluntad de buscar ciertos momentos, la extrañeza dentro de lo cotidiano y del día a día.
- En la literatura en primera persona muchas veces las novelas se construyen desde un gran giro dramático. En este caso, sí que hay cambios en tu vida, pero muy cotidianos. ¿Cómo armas, sabiendo que esto va a tener un fin literario, la construcción de tu propio personaje?
- Bueno, creo que el personaje del que menos se sabe en realidad es del que narra. No quería que fuera un libro como intimista, que se desviara mucho hacia adentro, sino que fuera más un personaje que cuenta lo que pasa a su alrededor y que mira más hacia afuera que hacia adentro. En realidad, yo me escondo enseñando. Parece que estoy hablando de mí, pero en realidad creo que me escondo más de lo que me enseño. Para mí, la única manera de hacer esto de manera honrada es intentando sacarte siempre bien. El personaje que yo construyo pues claramente nace un poco desde el autodesprecio y tiene sus torpezas.
- En los últimos años, la literatura en España ha reflexionado mucho sobre la familia y de manera muy diversa. ¿Cuánto de las pequeñas dinámicas que muestras sobre tu propia cercanía crees que pueden aportar a un debate sobre la familia más genérico? Porque de alguna manera todo cuenta, todo narra, todo aporta.
- Mi familia, mis padres, mis hermanos y yo, somos muy afortunadas, más allá de las típicas de un hermano que no se habla con otro. Somos extrañamente bien avenidos. Yo no tengo una voluntad de que se aprenda nada. Si tuviera que aportar algo al debate general sería: “tranquilos, chicos”.
A mí lo que sí me molesta es, que cuando se pone de moda un tema, hay una especie de adanismo que a mí me resulta bastante raro. Como cuando la gente descubre la maternidad: llevamos no sé cuantos miles de años reproduciéndonos, ¿no se te había ocurrido antes nada?
Y luego, una cosa es la literatura del trauma, que tiene un sentido; pero sigues, sigues, sigues, y si eso se convierte en la literatura que vale, al final es como el sketch de los Monty Python. No podemos convertir la literatura en una competición de traumas, porque además parece que estás haciendo lo contrario: darle un valor literario a un tema que no lo tiene. Lo que siempre es la desgracia que te haya pasado es una putada.
Y, por último, lo que no me gusta tampoco son los ajustes de cuentas —tampoco tengo nada que ajustar. A lo mejor si mi padre fuera un cabrón pensaría de otra manera y literariamente seguro que lo aprovechaba.
-También me interesa mucho la relación material que tienes con los libros, que está súper presente en tu narración. Los libros que se te comen, los libros que se tienen que mudar, que se tienen que leer, que se tienen que reseñar, que te quitan tiempo, etc, Una relación que va mucho más allá de lo que te guste o no el libro.
Pues mira, igual eso sí que es un poco trauma, porque mi padre también es periodista y escritor. Los libros son un problema mucho más grande y real en el caso de mi padre porque tiene muchos más años de trayectoria, entonces recibe muchos más.
O sea, te mareas en casa de mis padres porque hay muchos libros por todas partes y se van comiendo la casa. Tú tendrás una casa pequeña, que son las casas que nos podemos permitir y también es un problema real.
Leo en pantalla, pero no me gusta. Prefiero leer en libro de papel y se dice que recuerdas más cuando tienes que pasar las hojas. Por otro lado, a mí me gusta también tener esa relación con los libro: material, el del ejemplar que anotas y puedes tener, con el tiempo, una conversación contigo mismo. Todo eso tiene un valor importante.
Y luego está toda la parte profesional, que es la de leer muchos libros que a lo mejor no elegirías leer; y a veces tiene cosas buenas y a veces tiene cosas malas. Hay una visión de la lectura muy idealizada y muy etérea, cuando en realidad es algo tangible. Una periodista me preguntaba si me daba miedo no escribir, no poder escribir algo. Lo que me da miedo es quedarme ciega y no poder leer, que es una cosa que seguramente me pase —no leo con mala iluminación, soy miope… Tengo muchas papeletas y eso me agobia.
Son problemas que hacen pensar que eres miserable, pero que es que están ahí y te peleas con ellas. Yo cada semana tengo que sacar dos libros de mi estantería porque mi casa es pequeña y convivo con más gente…
-Qué interesante el capítulo en el que hablas de la crítica.
Sí, os gusta mucho.
-Creo que, en primer lugar para ti, y en segundo lugar para nosotros, es hasta terapéutico. Te imaginaba haciendo terapia mientras lo escribías.
Es como un vómito, tiene esa cosa. Pero me gusta mucho porque muchos compañeros estamos traumatizados.
-Todos.
Alguna periodista me dice "sí, yo también he llorado leyendo un libro que no me apetecía". Estoy contenta de ese parrafillo porque… Es que no se puede, es un disparate, ¿no? ¿Cuántos libros te lees toda la semana?
La industria editorial se está volviendo loquísima. Vas como un pollo sin cabeza un poco y luego las tarifas que pagan son horribles. Es explotarnos, machacarnos y, cuando nos hayáis hecho chorizo, pues ya otro.