CASTELLÓ. Los cereales han sido uno de los alimentos esenciales de la dieta humana desde que en la llamada revolución agrícola del Neolítico se introdujeron en la alimentación. Muestra de la importancia de este producto de la agricultura de secano es el gran número de molinos harineros inventariados en las comarcas de Castellón, cuyo número llega a los 400, y de los que una gran parte estuvo en activo hasta mediados del siglo XX.
La función principal de esos molinos, que funcionaban gracias la gestión del agua de barrancos y ríos, era producir harina a partir del grano cosechado en las tierras del municipio, un ingrediente básico en muchas de las recetas de la zona, sobre todo del pan y de dulces autóctonos, que los vecinos tenían a su alcance fácilmente gracias a la proximidad de estas instalaciones que permitían moler los granos del cereal. Las familias amasaban en casa el pan y lo llevaban a cocer a hornos comunales. Una tradición que con la industrialización se ha fue perdiendo poco a poco.
Campos y variedades de grano en desuso
Unos años después de la crisis provocada por el boom inmobiliario, la pareja compuesta por Silvia López, ingeniera agrónoma, y Borja Pazó, puso en marcha su proyecto empresarial: Era. Una marca que se dedica, como si de un viaje en el tiempo se tratara, a cultivar y cosechar cereales en campos de su propiedad, ubicados en Camarillas (Teruel), y producir harinas ecológicas con un molino de piedra, aunque diseñado para funcionar con luz eléctrica y no con la fuerza del agua, ubicado en Altura. "El objetivo es dar valor y visibilizar las variedades tradicionales de cereal de la zona a partir de la comercialización de la harina que se extrae de ellas y que ya se estaban perdiendo", explica Borja Plazó.