Prime time regurgitado en agosto
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Aún hay mujeres que creen en el amor verdadero. Sheila, protagonista de ‘Para toda la vida’, es nuestra última esperanza para rescatar el romanticismo del olvido. Veinte pretendientes se disputan su corazón.
El día en que el Régimen del 78 daba un pasito más hacia su consumación, me entretenía viendo, por la noche, la segunda entrega de Para toda la vida, el último estreno de Telecinco.
Me asomé a la cadena rosa después de escuchar los elogios que el crítico Ferran Monegal, mordaz y deliciosamente irónico en sus análisis, hizo de este programa en que una joven soltera, Sheila, es cortejada por veinte hombres, todos ellos muy guapos y aparentemente heterosexuales.
Este viejo cuento de hadas transcurre en un casoplón que me recuerda a la serie Dinastía. Sheila, la reina del programa, reparte rosas a los chicos que le hacen tilín. Todos salivan cuando ella se acerca con cualquier pretexto. En este comportamiento hay algo de perros en celo. Empiezan a surgir piques entre ellos, como era de esperar.
Sheila consigue despertar mi curiosidad: es, probablemente, la única mujer con dni español que aún cree en el amor para toda la vida. Uno le oyó decir cosas tan rotundas como estas: “Soy una chica romántica que cree en el amor verdadero. Quiero formar una familia. Pero el amor, chicos, es no un camino de rosas”. No lo es, sin duda.
Sheila es también una chica picantona, sin sobrepasar los límites del decoro. Es elegante, tiene clase, una inocencia que adivinamos perversa. Se le intuye ese lado muy cálido cuando los muchachos se quedan en ropa interior, y ella no les quita ojo. Luego, sin la presencia de los pretendientes, confiesa que le encantó ver tanta “carne”, tanto “torso”, lo “duros” que estaban esos cuerpos, cincelados en largas horas de gimnasio, y destaca la calidad del torso de Nacho, un ingeniero industrial de Barcelona, algo bajito, eso sí, que recuerda al príncipe de Beckelar con su media melena.
“Sheila está también conquistando mi frío corazón de hombre cínico y desalmado. Me pongo blandito al verla”
Sheila concierta citas, individuales y grupales, para catar a sus pretendientes. Entendemos “catar” en el sentido más amplio de la palabra. De momento no sale nada feo en la pantalla. La estrella de Para toda la vida sólo llega a besarse con Carlos en la primera entrega, y con Miguel en la segunda. Benditos afortunados, envidia de sus compañeros. Con Miguel, antes de entregarle sus labios, hace un pisado de la uva, lo nunca visto como muestra de acercamiento en dos futuros enamorados.
Los polluelos de Sheila encajan a la perfección con el canon estético del macho guapo en la España de 2022. Estos jóvenes, casi idénticos unos a otros, son carne de gimnasio, carne depilada y realzada con tatuajes en algunos casos. Se retocan las cejas. Casi todos los concursantes llevan barba, y algunos presumen de coleta y pendientes como Héctor, que para ganarse el corazón de Sheila le escribe ripios, y Pol, un señor de Gerona que preside un club de fútbol sala.
Es ilustrativo descubrir las ocupaciones de estos jóvenes. Bien es cierto que hay un fontanero como David, eliminado por “ir de flor en flor”, según la queja de Sheila. El respetable oficio de fontanero contrasta con el de Miguel, empresario que curiosamente oposita, y con el de Héctor, profesor de capoeira. Hay también un jinete olímpico (Sergio), un account manager (Javier), que debe de ser primo cercano del temible Santiago Abascal por compartir barba asiria; un jugador de golf profesional (Miguel Ángel) y un emprendedor, cómo no, en la persona de Álvaro.
Destacan también Tote, un quinqui moderno que diseña joyas y ha jugado en la selección murciana de fútbol, y Teddy, a la postre eliminado, empresario y consultor, con un físico entre Cristiano Ronaldo y Luis Aguilé, cruelmente eliminado por emplear palabras como “discernir” en un concurso no concebido para sutilezas semánticas.
En la segunda entrega, los chicos tuvieron que hacer de todo para no ser eliminados. Se enfrentaron a pruebas de resistencia, como reptar por el barro, y jugaron un partido de fútbol con Manu Carreño como locutor.
Los que hemos crecido viendo Sálvame, Supervivientes y La isla de las tentaciones le agradecemos al sucesor de Paolo Vasile que haya pensado de nuevo en nosotros, su castigado público, al estrenar Para toda la vida. La España actual, tan dada a la emoción fácil y a la caspa grasienta, no se puede entender sin el alimento espiritual que ofrece la cadena del visionario Silvio. Millones de compatriotas nos refocilamos viendo los programas de Telecinco, igual que cerditos chapoteando en una charca.
Para toda la vida, adaptación de la estadounidense The bachelorette, ha pinchado en sus dos primeras entregas. Sólo 635.000 telespectadores vimos la segunda, lo que supone un raquítico 6,9% de cuota de pantalla, y eso que el incombustible Jesús Vázquez, presentador del programa, se esfuerza por captar el interés del público.
Yo estoy dispuesto a concederle otra oportunidad. Este lunes volveré a perder horas de sueño para ver los flirteos de Sheila con sus galanes. Ya sólo quedan catorce. Mi candidato es el argentino Juan Pedretti, ahora que los argentinos lo ganan todo. En cierta manera, Sheila está también conquistando mi frío corazón de hombre cínico y desalmado. Me pongo blandito al verla. Tal vez ella lleve razón, y el amor para toda la vida exista, y sólo sea necesario echarle ganas, tener la paciencia y abrir bien los ojos para encontrarlo.
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