Debo reconocer que la política ha tenido -y tiene- una presencia constante en mi vida, hasta el punto de constituir un lugar privilegiado donde detener la mirada. Sin embargo, no he necesitado participar en ella para sentir que nada de lo que ocurre en la arena pública me es ajeno. Me ha bastado con contemplarla desde el burladero para participar de su hechizo, pero también de su miseria, la miseria que engendra la traición a los principios, a los programas y a la palabra dada, enigmas que la política nos aporta y de los que debemos hacernos eco si queremos entender lo incomprensible, y lo incomprensible, ¡cómo no!, es el inefable Pedro Sánchez, ese hombre sin palabra ni criterio, ese hombre que tiene unos principios y los vende por un puñado de votos, y con ellos entrega España a quienes la vejan y la traicionan, y al hacerlo, su alargada y funesta sombra nos evoca las célebres palabras de Macbeth, aquellas que nos recuerda que, quizá, la historia de la humanidad bien pudiera ser poco más que “un cuento contado por un loco, lleno de ruido y de furia, y carente de sentido”, un relato cuyo personaje principal solo nos proporciona un cielo oscuro y sin apertura, ante el cual la palabra silencio carece de sentido.
Corren malos tiempos para la lírica (salvo para el hermanísimo, claro está). Pero peores tiempos corren para la justicia y para el derecho. Tiempos de control gubernamental. Tiempos de censura. Tiempos en los que el Tribunal Constitucional ha perdido todo su prestigio (lo reconozco: me cuesta llamarle tribunal). Tiempos en los que el fiscal general sabe de quien depende. Tiempos de control del poder judicial. Tiempos de cobardía legislativa. Tiempos de traición y desengaño. Tiempos de amnistía para los golpistas. Tiempos de reivindicación de los "héroes" de los ERES de Andalucía (solo fueron 700 millones de euros -mera calderilla-, gastados en mujeres de vida alegre, cocaína y bacanales culinarias, entre otras lindezas. Pequeñas minucias que no fueron a parar a los parados que dicen defender). Tiempos de plagios doctorales. Tiempos en los que sin tener ninguna licenciatura académica se accede a la dirección de un máster en una vieja y prestigiosa universidad (algunos con dos licenciaturas no hemos tenido tanta fortuna). Tiempos en los que la Prensa del Movimiento se ha convertido en el bastión más sólido del Gobierno (¿algún lector es capaz de recordar que las hojas parroquiales del gobierno hayan destapado un solo caso de corrupción del partido sanchista? Solo recuerdo el de Borrell para poner a Almunia de candidato a la presidencia, y salió como salió). Tiempos en los que las Facultades de Derecho callan. Solo voces aisladas las dignifican. No son voces menores. Son insignes colegas como Gimbernat, Ruiz Robledo, Fernández Farreres, Sosa Wagner, Teresa Freixes, Cruz Villalón o Quintero Olivares, juristas que denuncian, sin temor alguno, la arbitrariedad y el puro decisionismo de un gobernante que nunca yerra, porque este, mejor que nadie, sabe lo que al pueblo le conviene en cada momento.
Pero este gobierno mendaz ignora que quienes no estamos al servicio de ningún partido tenemos memoria y algo de conocimiento jurídico, ma non troppo. La memoria me lleva a recordar el silencio de la Constitución de 1978 sobre la amnistía. Este debería ser lo suficientemente elocuente para tomar partido en su contra, máxime si tenemos en cuenta que en el momento de su redacción hubo dos enmiendas a favor de su inclusión en el texto constitucional, pero fueron rechazadas, lo que evidencia la clara voluntad política por no introducirla. A su vez, un mínimo conocimiento del Ordenamiento jurídico me hace comprender que la tan cacareada desafección de una parte de la sociedad civil catalana respecto a las instituciones estatales forma parte del ideario independentista, un ideario simplista y falsario que ha asumido un gobierno que se caracteriza por su deslealtad y por su ausencia de honestidad (todos los ministros afirmaron que la amnistía era inconstitucional. La hemeroteca les delata. Yo, también). Aunque no ignoro que es inútil, cabría recordarle que la base de una comunidad política no se basa en si somos más o menos afectos a sus instituciones, sino en la estricta obediencia a la autoridad legítima, sin la cual no puede existir la convivencia pacífica, porque la legalidad desdeña los privilegios, la arbitrariedad y parcialidad en aras a la objetividad y a la certeza acerca de lo lícito e ilícito. Pero, para este desgobierno, lo ilícito y lo execrable es siempre la oposición, esa indeseable y trasnochada fachoesfera tardofranquista de la que seguramente formamos parte (¡y uno sin enterarse!), pero también la prensa canalla, que no es otra que todos aquellos medios que no se pliegan a la consigna y a la propaganda del Ser Superior. De este último aspecto deseo hablar.
Me gusta recordar a mis alumnos que sin libertad de prensa no puede existir un Estado de Derecho. El ejemplo más paradigmático quizá lo constituya el Watergate. Dos jóvenes reporteros de investigación del The Washington Post, Carl Bernstein y Bob Woodward, destaparon el espionaje que se estaba llevando a cabo en la sede del Partido Demócrata. Sus reportajes contribuyeron a la dimisión de Richard Nixon. No solo no se les estigmatizó, sino que su periódico obtuvo el premio Pulitzer por el servicio público prestado en el ámbito del periodismo. Posteriormente, sus rostros pasaron a la gran pantalla, encarnados por Robert Redford y Dustin Hoffman, lo que evidencia la relevancia y el reconocimiento alcanzado en su época, del que aún se hacen eco las generaciones posteriores.
En esta cuestión, como en tantas otras, este malhadado gobierno me provoca, cuando menos, tanto rechazo como perplejidad. ¿Cómo es posible que un gobierno que se considera progresista, ecologista, feminista, y todo lo que acabe en "ista", pueda impulsar una 'ley mordaza' contra la prensa? Puede. Vamos que si puede. Me sigo preguntando: ¿Cómo es posible que el presidente de un gobierno que desprecia la verdad, la palabra dada y que es, en sí mismo, una fake news andante, pueda quejarse de que otros difundan noticias falsas? Fascinante. Sí, es fascinante. Pedro Sánchez, ese hombre enamorado, es el Fouché de la política patria. En él no hay principios. No hay verdades. Solo cambio de opiniones (antiguamente se llamaba cambio de chaqueta). Solo se mueve por el poder. Y a él acuden los corifeos de turno. Y con ellos la incertidumbre se cierne sobre la prensa libre que aún queda. ¿Qué delito ha cometido para ser perseguida y señalada? Investigar los numerosos casos de corrupción que tiene el PSOE y los que le afectan a su círculo más cercano: su mujer y su entrañable hermano (el Leonard Bernstein de la música patria). Pero viejo PSOE ya no existe. Es el partido de Sánchez. El partido que expulsa a Redondo Terreros y a Leguina para, a renglón seguido, pactar con todos los enemigos del España, incluidos los chicos de Bildu, con Otegui a la cabeza. Ese hombre de paz como le definiera el presidente que quebró económicamente a España, por eso hoy asesora a ese modelo de democracia que es Venezuela.
Aunque el tema requerirá de otros artículos, cabe apuntar nuevos interrogantes: ¿Cómo es posible que un gobierno democrático determine quién informa con objetividad y quién no? ¿Cómo puede un gobierno democrático señalar a periodistas y a medios de comunicación? ¿Cómo puede un gobierno democrático establecer listas negras de periodistas no afines? ¿Cómo puede un gobierno democrático convertirse en el paladín del nuevo macartismo? ¿Quiénes serán capaces de prestarse a la infamia de señalar a compañeros o a profesionales de la información? ¿Cómo podrá guardar silencio la Prensa del Movimiento ante tamaña injerencia sobre el denominado cuarto poder? No lo duden: o lo justificarán o lo silenciarán. ¿Saldrán Almodóvar y sus chicos a manifestarse por la libertad de prensa al grito: "Sin libertad no hay democracia"? Le veo más paseando por Panamá. No me digan el por qué ¿Se pronunciarán, iracundas, las Facultades de periodismo y de Derecho? A las primeras les va la vida en ello. A las segundas, también, porque en ellas se enseña que, ante un posible delito, o una violación de derechos, se debe acudir ante el órgano judicial competente, pero nunca tomarse la justicia por la mano ni imponer la censura preventiva, típica de regímenes como el cubano, una cárcel viviente por la que suspira la extrema izquierda española.
A Sánchez, como en su día a Azaña con la Ley de la Defensa de la República (y luego hablan de la idílica República), no le temblará el pulso en cerrar -o ahogar financieramente- a todos aquellos medios de comunicación que no le son afines o que son incapaces de tapar las excrecencias de su partido o los problemas judiciales de su familia (¿señalarán también a la Complutense por pedir al juez que investigue a Begoña Gómez por "apropiación indebida"?). La hoja de ruta es fácil de intuir: primero les señalará, y luego la inquisición laica, debidamente subvencionada, hará el resto. A su favor cuenta un gran y fiel protector, de cuya nobleza da buena cuenta su apellido. Y llegado el momento, si se impugna al alto tribunal (¿tribunal?), nadie en su sano juicio dudará de qué lado se posicionará, quedando el artículo 20 de la Carta Magma para el recuerdo. Al tiempo.
Me permito terminar con una reflexión de Josep Pla: "Llegará un momento en que nadie podrá tener una idea clara del hecho más simple e inmediato. Y dentro de unos años el hombre que por azar diga algo que se aproxime a la realidad, será condenado a la horca con la mayor naturalidad. […]. Lo que hemos de ver aún, Dios mío, si la salud nos acompaña…". ("Un amigo: Albert Santaniol", La vida amarga). Nada que añadir.
Juan Alfredo Obarrio Moreno es catedrático de Derecho Romano