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reflexionando en frío / OPINIÓN

Aquí sí hay playa pero no tenemos un Ford

18/06/2024 - 

La pasada semana escribí un artículo abordando un misterio paranormal, esos que le gustan a Iker Jiménez, que hacen que clave los ojos como focos sobre los asuntos desdichados y repose la cabeza sujetándose la barbilla mientras permanece inerte escuchando las psicofonías del misterio. Abordé en una pieza que quedó relegada por las elecciones europeas al purgatorio de la creación, representado por la carpeta de borradores el curioso caso del turismo que no dejaba dinero. Aquella opinión nació de mi perplejidad al asistir a tertulias y cenáculos en los que determinadas voces corales enarbolaban el derecho de los visitantes a venir a nuestras tierras sin necesidad de colaborar económicamente en nuestros flujos. Pese a que es una insensatez tal disparatada teoría que no cuenta con la verificación de ningún tipo de método científico, muchos compran la fórmula del éxito relativo de un turismo que tiene nulos efectos en las comunidades en las que influye. No es más que una representación de la huida hacia delante de un ecosistema dependiente del oxígeno que nos proporciona la bombona de los servicios.

De los creadores de esa deconstrucción del esperpento de Valle-Inclán, está en auge el oxímoron emocional de los que sacan el crespón negro cuando la industria regional se estanca o muere mientras apuestan todo al turismo. Me resulta curioso cuanto menos que los mismos ambientes que avivan el fuego turístico que llena de humo que hace morir de intoxicación al resto de sectores, lloren ahora por el recorte de plantilla de la planta de Ford en Valencia. Se han subido al árbol esperando a que caigan las nueces sin darse cuenta de que podrían recolectar más de otros árboles más frondosos; cuando se den cuenta los otros frutos se habrán marchitado. No me sorprende el desarrollo de los acontecimientos, no es más que el desahogo y la causa-efecto esperable de un cúmulo de cosas. Al que le sorprenda el estancamiento industrial de nuestro país cuando tenemos unos políticos que fían todo al turismo vive en la inopia o no sabe cómo funciona el mundo. El cierre de las fábricas o el recorte de personal en plantas como la de Almussafes hace que me vengan a la cabeza diferentes voces, psicofonías nítidas de carne y hueso de espíritus emprendedores que, al plantearles la problemática de un mercado dependiente del sector turístico, te responden sacando la espada de Damocles arrinconando contra la pared tu argumento, cuestionando que si España no vive del turismo entonces de qué va a vivir. Esas mismas almas se asustan cuando aparece el fantasma de las Navidades futuras y con sus acciones nos avisan de una España sin factorías y con grandes chiringuitos (me refiero a los de la playa, que de los otros ya tenemos bastantes).

Creo que uno de los grandes problemas que tiene nuestro país es la poca ambición de nuestros gobernantes. Desde principios de los dos mil asistimos legislatura tras legislatura al servilismo político de los que están destinados a sacar el mejor rendimiento de nuestros recursos; da la sensación de que se conforman con ir tirando, con ser un país de segunda categoría, parecen aliviados de no tener que sentarse en las mesas en las que se toman las decisiones de los marcos globales. Genera cierta admiración (la envidia sana no existe) ver cómo Italia ha sido el país anfitrión de la reciente reunión del G-7 y nuestros vecinos se codean con las mayores economías del mundo; España siempre asiste a esas reuniones como invitado, siendo un papel limitado al no ser un miembro de pleno derecho. Es encomiable ver cómo Javier Millei ansia convertir a Argentina en una potencia económica en los próximos treinta años; aquí sólo escuchamos eso de boca de expertos, en tertulias de café, en foros cerrados, nuestros políticos no parecen estar por la labor. El FMI ya advirtió hace menos de un año que España dejará de ser una de las quince mayores economías del mundo y parece que nos da igual. Lo importante es que podamos tomarnos nuestra caña en la terracita al salir de trabajar. En realidad, el elixir de los dioses tan sólo es un antídoto de placebo que no sacia las inquietudes espirituosas, por eso en cuanto un chaval sin oficio ni beneficio nos ilusiona mínimamente con comentarios subidos de tono le votamos para que nos represente en Europa.       

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