CASTELLÓ. No es ninguna novedad afirmar que la falta de relevo generacional está condenando a diferentes oficios tradicionales a su desaparición en muchos municipios, siendo el sector agroalimentario uno de los afectados. Todo ello se traduce en falta de servicios básicos para la vida de la población, como una carnicería, una tienda o una panadería, comercios que ayudan a cubrir las necesidades diarias de las familias que residen y, también, a fijar población en los pueblos.
En la actualidad, alrededor del 50% de las localidades de las comarcas de Castellón tienen menos de 500 habitantes y la mayoría de ellas no cuenta con estos servicios. Una vez los propietarios de este tipo negocio se jubilan, las puertas se cierran. La falta de vocación y la incógnita sobre la rentabilidad del negocio debido al número de habitantes provocan esta situación. No obstante, en los últimos años han surgido algunas iniciativas que aportan un punto de esperanza a la realidad actual. Un ejemplo es la apertura, hace tres años, de la panadería Trigo Salvaje en la localidad de Arañuel después de muchos años sin que los vecinos pudieran disfrutar de este servicio. Fue una apuesta de las hermanas Clara y María Ríos, que dejaron Onda para emprender en el pueblo de sus padres, que conocían desde su infancia. Un verdadero reto que, sin saberlo, recogía el testigo de una bisabuela de Jaén, que fue panadera.
"Todo surgió durante la pandemía", explican, época en la que decidieron regresar a Arañuel y montar la panadería que ilusionaba a María, que había estudiado un ciclo medio de Formación Profesional sobre este oficio y había realizado algunos cursos especializados en Barcelona. Clara dejó su trabajo de administrativa en Castelló. Empezaron de cero, y en los bajos de la vivienda habitual, habilitaron un espacio para el mostrador y otro para el obrador, donde elaboran todos sus productos de forma artesanal. "Al principio todo eran incógnitas y teníamos algo de miedo porque no es lo mismo montar un negocio en la ciudad que aquí, donde hay muy pocos vecinos, pero la gente nos recibió muy bien porque era un servicio que hacía falta y nosotras, poco a poco, nos hemos adaptado a las necesidades", aseguran.
Las hermanas Ríos explican que el inicio "no fue fácil, pero con el tiempo tienes otra perspectiva. Y aunque, a veces, parece que es más una labor social que un negocio, sabemos que tenemos que vivir de nuestra empresa". La primera idea de las propietarias de Trigo Salvaje fue elaborar diversos tipos de pan, trasladando de esta manera la manera de trabajar de los nuevos panaderos artesanos, "pero nos dimos cuenta enseguida de que la gente quería el pan de toda la vida y empezamos por lo básico. Ahora, a medida que la gente ha ido aceptando la idea, ya trabajamos también panes de semillas, panes integrales, de aceituna o de tomate seco, por ejemplo", comentan.
María es la encargada de elaborar el pan en el obrador, por lo que es la que más madruga. Por su parte, Clara también colabora en el obrador y es la que está más pendiente de los clientes en el mostrador. Normalmente, el pan lo elaboran a demanda, "ya que en un municipio tan pequeño hay que tener más o menos clara la cantidad de pan que hay que hacer cada día, aunque siempre hacemos algo más por si viene alguien de paso o de otro pueblo a comprar". Una medida que en verano se multiplica, ya que la población es mucho mayor y hay más turismo. "En verano es increíble la gente que hay, es una temporada que hay que aprovechar para compensar otras épocas más difíciles", argumentan.
Aparte de pan, en Trigo Salvaje también elaboran empanadillas de tomate o los dulces típicos de la zona, como los rollitos de anís, los pastissets de boniato o de cabello de ángel, la coca de San Juan, bollos de nueces y pasas o los típicos rollos de San Antonio y Santa Quiteria, que reparte el ayuntamiento el día de la fiesta. A estos productos María y Clara han unido nuevas recetas como las cookies, además de cocas de coco o los rollitos de canela, "que han tenido buena aceptación entre los clientes".
Unos clientes que no solo están en Arañuel, ya que dos veces por semana también se desplazan a Cirat, concretamente los días de mercado, para dar servicio de panadería. Además, durante el último año también han empezado a desplazarse a alguna de las ferias que se celebran en la comarca.
Después de casi tres años de apertura del negocio en el medio rural, la valoración es positiva y, "aunque hay temporadas que son duras, como el invierno, la calidad de vida es mayor que en la ciudad, lo cual es para nosotras una gran ventaja, ya que que nos permite vivir en un entorno tranquilo, en el que se puede disfrutar de la naturaleza cada día y donde todos nos conocemos". El negocio, según explican las dos hermanas, se pudo abrir gracias al apoyo del programa Leader, que gestionaron a través del GAL Palancia Mijares.