La tentación de continuar al frente de la gestión tras una catástrofe parece irresistible para aquellos que no supieron prevenirla, como si el fracaso en la anticipación y prevención de una tragedia fuera una credencial suficiente para liderar la reconstrucción.
La devastación causada por la maldita DANA no solo ha puesto al descubierto las carencias en infraestructuras, planificación urbana y un burrocrático sistema de alertas, sino también la preocupante inercia de mantener en sus puestos a quienes demostraron una notable incapacidad para proteger a la ciudadanía. Este "así no" que encabeza este artículo no es un mero eslogan de protesta; es, a mi juicio, la demanda de una sociedad que exige un cambio radical en la gestión de la reconstrucción.
La pregunta es muy simple: ¿cómo podemos confiar la recuperación a quienes presuntamente ignoraron las advertencias técnicas, desoyeron a los expertos y minimizaron los riesgos, tanto ahora como en el pasado? La respuesta debe ser clara: no podemos. No se trata de una cuestión de venganza o ajuste de cuentas, sino de pura lógica y responsabilidad pública.
La reconstrucción requiere una nueva mirada, manos limpias y, sobre todo, la capacidad de aprender de los errores. Necesitamos equipos técnicos independientes, expertos en gestión de crisis y, fundamentalmente, profesionales que no estén comprometidos con las decisiones que nos llevaron al desastre. Solo así podremos garantizar que las medidas de recuperación no sean un mero parche sobre los problemas estructurales que nos hicieron vulnerables.
La transparencia y la rendición de cuentas no pueden ser meras palabras en los discursos oficiales. Deben materializarse en mecanismos concretos de supervisión, en la participación activa de la ciudadanía y en la implementación de controles externos que garanticen que cada euro invertido en la reconstrucción sirva realmente para prevenir futuras catástrofes y garantizar un futuro para aquellos que lo han perdido todo.
El "así no" que da título a estas líneas es más que una negativa; es una exigencia de cambio profundo en la manera de gestionar lo público. Es el recordatorio de que la responsabilidad política no puede diluirse en excusas burocráticas ni en la inercia administrativa. Los mismos gestores que fallaron en la prevención no pueden ser los arquitectos de la recuperación. No es solo una cuestión de justicia, es una necesidad práctica para garantizar que la reconstrucción sirva realmente para construir un futuro más seguro y resiliente.
La sociedad valenciana merece y exige un nuevo enfoque, con gestores capacitados y sin el lastre de los errores pasados. Solo así podremos transformar esta crisis en una oportunidad real de mejora y no en un mero ejercicio de maquillaje sobre los mismos cimientos defectuosos que nos hicieron vulnerables. Así no se reconstruye un territorio devastado. Así no se recupera la confianza ciudadana. Así no se construye el futuro.