Ahora que todos andamos liados con los papelotes de la renta, creo que es el mejor momento para reflexionar sobre los impuestos. Que sí, que los Estados se financian con estos ingresos, incluida la sanidad y educación (yo añadiría también Policía, Guardia Civil y Ejército, aunque les duela a los progres, porque considero que son tan importantes como los primeros); que todos debemos contribuir y que en la vida solo hay dos cosas inevitables: la muerte y Hacienda.
Ok. Hechas estas consideraciones previas, que todos compartimos, vamos a intentar elevar un poquito más el debate. Es de naturaleza humana disponer de cuántos mayores recursos, incluido claro el dinero, para tener la vida más cómoda posible. Por eso, los gestos de filantropía siempre son de alabar, sean de diez euros en el Domund o los no sé cuántos millones que lleva Amancio Ortega donados a la Sanidad pública. Eso es así como que el sol sale por el día y la luna de noche.
La izquierda nos quiere hacer creer que no, que es de ávaros querer más dinero por más trabajo (o de mayor responsabilidad y riesgo). Todos iguales, pero por abajo. Estos discursos pomposos chocan contra la realidad, que es donde se estrellan siempre sus gobiernos (ocurrió con Rodríguez Zapatero y vemos cómo Pedro Sánchez va por el mismo camino). Todos queremos pagar los impuestos que nos corresponden; no menos, pero tampoco más. ¿Conocen ustedes a alguien que ceda al Tesoro su devolución, en caso de ser negativa la renta? Por favor, preséntenmelo, que me quite el sombrero.
Creo que nadie lo hace. Y estamos en nuestro derecho. No por ello somos malas personas, solo personas. Punto. El mundo es así, no lo he inventado yo, que cantaba Manzanita.
Entendiendo esto, quedan las opciones de vida y gestión de lo público. La izquierda quiere todo el dinero de los ciudadanos que puedan, que ellos sí lo saben gastar, mientras la derecha proponemos un reparto justo. Lo justo para cubrir las necesidades de la sociedad, pero con la libertad de que los individuos dispongan de su dinero (que nadie les ha hecho ganar, salvo ellos) para su proyecto vital. Siempre hay que volver a Margaret Thatcher: “El socialismo se acaba cuando se acaba el dinero de los demás”.
En ese debate estamos ahora, puesto en el centro del escenario de manera brillante por Núñez Feijóo y continuamente reclamado por Carlos Mazón en la Comunitat Valenciana.
La izquierda no quiere ni oír hablar del tema, claro. Ahora reducir impuestos no es de izquierdas, como en tiempos de Zapatero, y cuando lo ha intentado Ximo Puig, en contra de las diatribas de su jefe Sánchez, no ha sabido ni hacerlo.
El Botànic no vale para eso. En el tema tributario, sí les doy todo el mérito de inventar nuevas tasas más que a nadie se nos habían ocurrido.
Ahí tenemos esa tasa turística que llevan tres años dale que te dale con la matraca (y después dicen que en la derecha somos cansinos con lo de reducirlos); o de las bebidas azucaradas, o la comida rápida. Acabarán por cobrar por echarle pelotas al caldo para paliar el sufrimiento de la ternera. Al tiempo.
Otro mantra que la izquierda siempre suelta a la primera de cambio y sin escuchar es que el PP pide que se quiten todos los impuestos (el presidente de Extremadura, Guillermo Fernández-Vara llegó a preguntarse cómo se iban a financiar los tratamientos de quimio). Mentira gorda.
Dos cuestiones. Primera: reducir impuestos no significa per se disminuir ingresos al Estado. Cada uno podemos pagar un poco menos, pero que haya más gente contribuyendo porque cada vez haya más trabajadores. Esa es la idea final, aunque la izquierda sólo sabe crear empleo que sea público. Más profesores, más médicos y enfermeras, dicen. Y eso está muy bien, no lo voy a discutir. Pero, ¿qué más?
Un informe de los técnicos de Hacienda cifra en 60.000 millones de euros el dinero público que no se controla y no se sabe a qué se dedica en todo el Estado. Tenemos otros tantos millones dedicados a tener más ministerios que nadie, cargos y una parte de la Administración política, que no funcionarial, creada por ideología, no por necesidad.
Hay que hacer más con menos. Y aquí me gustaría introducir el concepto de equidad: dar a cada uno lo justo. Me mojo, como siempre. ¿Consideran ustedes justo subir un IPC del 10% a todas las pensiones por igual, sean de 480 o de 2.500 euros? ¿O es más equitativo revalorizar las más bajas y, en lugar de incrementar las más onerosas, dedicar ese esfuerzo a subvencionar el precio del combustible a los agricultores?
Merece cuánto menos una pensada tranquila, como la que le ha dedicado Feijóo y un gran equipo de profesionales al tema. Ya les digo que la situación que nos viene encima no la salvarán cuatro lemas de facultad ni ningún ingenioso gurú de la comunicación con una frase recordable.
Lógico. Hemos pasado, por fin, de discutir sobre el sexo de los/las/les ángeles a tratar temas de consideración para todas las familias y ciudadanos, donde nos jugamos nuestro futuro. Pero, de esto trata la política, ¿no?