Los dioses fueron magnánimos y coronaron con un cielo soleado los XXII Commonwealth Games, celebrados en Birmingham en el verano del Año II d.C. -después de la covid-. La ciudad inglesa se prestó voluntaria en un año marcado por la pandemia y la guerra, después de que Ruanda, uno de los 43 miembros de la Commonwealth declinara su responsabilidad como organizador de esta competición deportiva internacional, que se celebra cada cuatro años. En la memoria colectiva queda, no sólo su pasado colonial, sino los vuelos recientes desde el Reino Unido repatriando emigrantes africanos hasta ese país, antaño bajo la corona de la Reina de Inglaterra.
Las calles de esta ciudad inglesa, centro neurálgico de las revolución industrial en siglos pasados, se llenó de música y colores. Visitantes de los cinco continentes llegaron siguiendo a sus ídolos deportivos, desde Canadá hasta Australia pasando por Sudáfrica, India, Jamaica o Sierra Leona. Estos juegos dieron la vuelta al mundo, un mundo que al otro lado del Canal de la Mancha, en la envejecida y perdida Europa, se le cerraban sus fronteras a las puertas de una guerra.
La voz de alarma la dio el Parlamento Europeo (PE), que alertó de los peligros de un discurso xenófobo, propio de los peores años del fascismo, en el periodo entre guerras de cien años atrás. Los líderes de los grupos políticos del PE adoptaron una declaración condenando las manifestaciones abiertamente racistas del primer ministro Viktor Orbán y subrayaron que estas declaraciones violan los valores de la UE. “Instamos a la Comisión a que trate con prioridad los procedimientos de infracción en curso contra la violación por parte de Hungría de las normas de la UE que prohíben el racismo y la discriminación, y a que haga pleno uso de las herramientas disponibles para abordar las violaciones de los valores consagrados en el artículo 2 del Tratado”.
El Gobierno de la Unión, en el TerritorioEuropa, ya había decidido activar el Reglamento de condicionalidad del Estado de Derecho contra Hungría, tras una carta de advertencia. El Parlamento reiteró su llamamiento a la Comisión para que se abstuviera de aprobar el plan nacional húngaro en el marco del Mecanismo de Recuperación y Resiliencia hasta que se cumplan todos los criterios. Es decir, Hungría no recibiría sus fondos de recuperación post pandemia mientras no cumpliera con los estándares democráticos europeos. “Aprovechamos la oportunidad para reiterar que no hay lugar para el racismo, la discriminación y el discurso de odio en nuestras sociedades”.
Orban había manifestado que “los húngaros no son una sociedad mixta” y que los europeos no deberían mezclarse con no-europeos. “Una parte es un mundo donde los pueblos europeos y no europeos viven juntos. Estos países ya no son naciones. Estos países no son más que conglomerados de pueblos”, sentenció el Primer ministro.
-La deriva de la Unión Europea hacia la extrema derecha se había agravado con la crisis de Ucrania y sus aliados del Este. ¿Recuerdas David? Fue el principio del fin. Sus afirmaciones tuvieron todo tipo de consecuencias. Una de sus asesoras más cercanas, Zsuzsa Hegedus, no pudo contener la indignación. Hegedus comparó el discurso de Orban con el lenguaje utilizado en la Alemania nazi y presentó la renuncia a un cargo que había ocupado durante 20 años.
-Lo recuerdo Laura. Estas declaraciones estaban en el DOC18-22 que te dejó en herencia las Tieta, cuando cruzó el Canal de la Mancha en un viaje de adiós. Las declaraciones de Hegedus quedarían par la historia como una declaración de guerra… “Lamento sinceramente tener que terminar una relación debido a una posición tan vergonzosa. No me quedó otra opción”, dijo la ex asesora de Orban. Y añadió en su carta de renuncia: “No sé cómo no te diste cuenta de que estabas presentando un puro texto nazi digno de Goebbels”. Hegedus hacía referencia a uno de los principales propagandistas nazi bajo el régimen de Adolf Hitler, mientras al otro lado del mar del Norte las calles se vestían de color.