VALÈNCIA. Apetecía tener algún lío. Todo era cuestión de ajustar la balanza: cargar pa lo físico o pa lo intelectual. Así que a ver qué pasaba. Como andaba predispuesto me ligó una francesa que dudo tirara pa lo físico o pa lo intelectual. A saber qué me vio. Al tercer encuentro le dije que o minifalda o escote o morros o ojos, porque todo a la vez es exagerado. Ella se ponía lo que quería y a mí... ¡cómo me ponía! Que es lo que me importaba. Nos veíamos de vez en cuando y sin ningún compromiso. Le gustaban los juegos. Sobre todo el de untar la parte delicada de mi cuerpo con Bovril para, luego, limpiarlo con su lengua. Si te manchas con mahonesa, por ejemplo, de un lamido desaparece, pero si es de Bovril no. Si es de Bovril necesitas entre nueve y once lametones para que desaparezca, porque aquello es un concentrado de vaca, huesos, apio, mostaza, huevo y algo más que forma un engrudo denso como el alquitrán. Un potenciador gastronómico usado en nuestra receta sexual. Y sí, Caroline también se untaba.
Entre toda esa bestialidad emocional leí una noticia que me dejó sorprendido para los tiempos que corren en la ciudad. La Diputación de Valencia tiene desde hace tiempo el logo más irritante, retorcido y desagradable que cualquier diseñador pueda imaginar. Ese logo no es de este mundo, siempre fue feo y tan incómodo como estornudar con diarrea. La pesadilla de una gran institución que durante décadas ha jodido infinidad de trabajos que no se merecían semejante garrapondio. Necesitaban una nueva imagen y, por fin, decidieron cambiarla. Me interesó participar, así que solicité la documentación. El sistema elegido desde hace años por las instituciones es la llamada a proyecto. En el primer paso únicamente hay que presentar un currículo y muestra de trabajos similares, y de ahí elegirán tres candidatos. Si eres uno de los seleccionados, en el segundo paso, y cobrando, haces una propuesta básica. De esas tres saldrá la definitiva. Y si es la tuya, en el tercer paso, la llevas hasta el final y pum, ochenta mil pavos que facturas para drogalinas, sexo, rocanrol o incluso malgastarlo. ¡¡¡Que somos artistas y no vivimos únicamente para procrear y comer!!!
Recibí la documentación y la empollé. Ese briefing es muy bueno. Se debería publicar y enseñar en las escuelas de diseño. Está estudiado y es muy completo: cuenta la historia de la imagen desde que se creó, objetivos, aplicaciones, versiones, adaptaciones, aproximación de horas de trabajo por apartados, propuesta económica de todos los puntos… además comprobé los números y ¡¡¡me di cuenta de que cobro poco!!! Insisto, impecable. Así que decidí montar un equipo con cuatro compañeros.
¡¡¡Acabó el plazo y no nos presentamos!!! Uno por exceso de trabajo, otro porque se iba de vacaciones, otro porque pilló y andaba disperso y otro porque se sentía poco apoyado. Y además el runrún de que, como se lo van a dar a uno de los grandes, pues para qué presentarnos. Nos dio miedo y punto. ¡Pero so bobo, si con ese grupo nosotros éramos uno de los grandes!
Al final se presentaron catorce estudios, cuando la media suele ser de cincuenta. Y de esos eligieron a tres y luego a uno, de Barcelona, que seguro hará un buen trabajo.
Se nos ha quedado cara de idiotas. ¿Qué ha pasado? ¿Qué pasará? Mi amigo Víctor lo razona muy bien en la página web (graffica.info/?p=388745).
Y, como dice Juan Antonio Canta, lo importante no es si ganas o si pierdes, lo importante es que no pierdas las ganas. Las perdí, Caroline se fue y hasta el pito del Bovril.