VALÈNCIA. En una novela, una de las dinámicas más sencillas y utilizadas para atrapar al lector es generar empatía. A través de ella, la historia puede despegar y permitirse otras licencias, porque en el ejercicio de la compasión que se pide invisiblemente sobre un personaje, el lenguaje puede importar menos que la resolución de un conflicto.
En Tan tonta (La Caja Books, 2023), Premio València de Narrativa 2023, Carlos Catena Cózar hace el doble tirabuzón y carpado creando a una protagonista que incomoda al lector porque, por una parte, es una víctima de tantísimas violencias, y por otra, no es una narradora fiable. ¿Cómo empatizar? Pero sobre todo, ¿cómo no empatizar?
“Veo mucho que la narrativa contemporánea recurre a la primera persona como una manera de legitimar el relato. Sobre todo cuando está hablando de alguien que ocupa el lugar de la víctima, (en este caso, no tanto en la trama, pero sí en el mundo), los escritores recurren a esa primera persona para darse empaque a sí mismos. Parece que si alguien dice algo en primera persona no se duda de eso en la narrativa. Por eso me interesaba mucho tener una primera persona que traicionara al lector. Y encima, que fuera alguien inocente, que con pocas herramientas, que encima te genera más empatía y te hace confiar en ella más, de pronto se fuera desvelando que no es tan inocente como parece”, explica el autor en conversación con este diario.
La historia sitúa a una au-pair con un pasado traumático en su primera experiencia laboral. Tan joven, tan inocente, tan frágil, se enfrenta a la sospecha de que el niño al que cuida pueda estar sufriendo abusos sexuales. A ella le atraviesan varias violencias sistémicas: por su supuesto, ser mujer; pero también migrante en un país anglosajón, joven precarizada; y sí, también la violencia del lenguaje. Pero todo esto, tal y cómo plantea el autor, ¿es suficiente para creerle ciegamente? “Cuando la niñera proyecta sobre el niño una serie de sospechas de las que no puede defenderse, lo que está haciendo es imponer su trauma y traspasárselo de una manera u otra”, explica el autor.
El resultado es un relato inquietante que viaja a través de una voz inocente que, buscando un lugar en el mundo, ha encontrado la posibilidad de que un niño pierda el suyo. En su obsesión por protegerle, también genera esa primera persona momentos incómodos, como los que suceden por la noche, cuando los dos juegan juntos a espaldas del padre. “Para mí son momentos totalmente fuera del mundo. Además, son momentos un poco creepy porque hay una intimidad que, al mismo tiempo, se podría mirar desde la sospecha en muchos momentos del libro. A mí lo que me interesaba es que, tanto la niñera como el niño, salen un poco de su papel y de su lugar en el mundo y de lo que se espera de ellos, y tienen esa intimidad genuina, esa amistad rarísima, que parece que no obedece a nada, que es un secreto porque no se entendería, ni siquiera por parte del padre”, desgrana Catena.
También deja respirar, en esa sospecha continua y hacia todos los lados que dispara la novela, las propias aspiraciones de la au-pair, que sueña con un futuro con pareja, viviendo en una playa británica, trabajando y con amistades… La vida normal que aún no ha tenido.
“Yo a ella la veía como una persona que ha ido a un psicólogo regulero que le ha dicho que tiene que creer en sí misma, que tiene que convencerse a sí misma de que no es una persona traumatizada, y entonces dejará de ser una persona traumatizada; y tiene que dejar de proyectar toda su inseguridad y todos sus problemas sobre todo lo que ocurre; y, si confía en el mundo, pues el mundo confiará en ella y todo le irá bien. Ella, a pesar de proyectar su pasado en todo, intenta darle la espalda continuamente: no sabe ni siquiera nombrarlo, hace como si su pasado no hubiera ocurrido. Y eso me parece una hipocresía muy interesante y además muy contemporánea: en la terapia se te cura todo y ya empiezas de nuevo en la casilla de salida. Pero eso no es así. En realidad, tienes que seguir viviendo con lo tuyo y tienes que seguir sabiendo nombrarlo. Y sobre todo, el trauma no es una tarjeta del Monopoly que te libra de la cárcel”.
A pesar de estar escrito en primera persona, o precisamente por eso, la protagonista no tiene la capacidad de afinar el lenguaje para contar de la manera más precisa ni lo que pasa, ni lo que le pasa, ni lo que piensa, ni lo que siente: “Quería que este personaje fuera muy mala narradora. Cuando digo esto pienso en Los Galgos de Sara Gallardo, que está en primera persona y tiene a un protagonista muy elocuente, muy buen narrador, que sabe todo el tiempo contarse a sí mismo y contarse a los demás. Yo quería enfrentarme a la narración que haría alguien que no tiene herramientas para narrarse, que no sabe lo que le pasa. Y eso incluye su pasado, pero también su situación material y ser un personaje que no está politizado en todos los aspectos”.
Además de no saber nombrar ni su pasado, ni su presente, el choque idiomático aumenta esa “desconfianza del lenguaje”, tal y como determina el autor. “En la novela hay todo el tiempo una búsqueda de la palabra en el sentido de qué está pasando en la casa, qué le pasa al niño, qué le pasa a ella, cómo va a salir de ahí. Todo eso, en realidad, es una búsqueda de nombrar esas situaciones”.
Por supuesto, el lenguaje también es una cuestión política compleja: “Creo que actualmente somos conscientes de que el sexo, el sacrificio por los demás y el trabajo son lugares potencialmente llenos de violencia, pero es difícil nombrar esas violencias de manera justa tanto con los demás como nosotros mismos. Al mismo tiempo es difícil nombrar con precisión esos espacios sin caer en el conservadurismo o en la enmienda a la totalidad, o imaginarlos de modo que nos libremos de la parte violenta y nos quedemos con la buena. No sé, me gusta pensar que en la búsqueda de la protagonista hay una búsqueda contemporánea por un mundo mejor, y la constatación inevitable de que, al menos de manera inmediata, el mundo es un lugar bastante hostil para todos”.
Catena también hace una búsqueda en esta primera novela: la de complejizar el propio formato, dándole la vuelta al arquetipo de la víctima en un contexto literario en el que, últimamente, ha tenido mucho peso la autoficción: “Hay un lector que en los últimos años ha leído mucha autoficción y ha buscado mucha realidad en el género novela. Yo quería torpedear sus expectativas. En las primeras 20 páginas, uno puede pensar que es otra novela testimonial de alguien que se va al extranjero y te cuenta sus precariedades y su pobreza y lo mal que lo pasa y ya está. Pero a mí me interesaba avivar todas las posibilidades del género novelístico y jugar con el lector todo lo que pudiera”.