VALÈNCIA. Ya estamos otra vez en campaña electoral. Parece que fue ayer, pero no: fue hace cuatro años. Un poco más, merced al miniadelanto de Ximo Puig en 2019. El propio Puig es el único candidato que repite en los seis partidos con representación en las Cortes, en una nueva demostración de que el poder desgasta, sobre todo, al que no está en el poder. Puig permanece, pero los demás van cambiando, incluidos sus acompañantes de pacto de legislatura y Gobierno, el Botànic, que aspiran a reeditar un tercer mandato, frente a un espacio de la derecha caracterizado por la recuperación de la pujanza del PP, que en 2019 prácticamente empató con Ciudadanos y ahora aspira a integrar casi todos esos votos bajo sus siglas.
Desde hace años, la Cadena Ser ha tenido la habilidad de organizar sus debates (autonómicos y municipales) al inicio de la campaña. Esto tiene una clara ventaja: aún estamos frescos y lo que dicen los candidatos puede parecer remotamente novedoso. Hace cuatro años que no vemos debates y queremos soñar con un espectáculo digno de Sálvame, o bien con un intercambio de pareceres de tal hondura y complejidad que haría palidecer al Ágora ateniense. Luego empieza el debate y se nos pasa, claro. También tiene una obvia desventaja: estás viendo el debate de la Ser y dices: "Madre mía, queda mucha campaña por delante". Y, si se trata del que esto escribe, muchos debates por delante para contarles a ustedes. Pero no lloren por mí, ya estoy curado de espanto. Yo vi a Albert Rivera sacar un trozo de cemento en un debate; nada puede ser peor que eso.
Otra gran ventaja de los debates de la Ser es su brevedad: poco más de una hora, y todos a casa. Dos bloques, uno de balance y otro de propuestas, y un minuto de oro. Luego todo se difuminó rápidamente, porque el balance siempre es que uno lo ha hecho de maravilla y los otros prácticamente han hundido todo lo que han tocado, y la propuesta siempre es que me voten a mí y no al otro. Programa, lo que se dice programa, tampoco hubo mucho. Pero es un formato bastante dinámico y entretenido, sobre todo para un debate a seis candidatos, donde es fácil que el espectador desconecte.
En teoría, las fuerzas estaban bastante igualadas de inicio: dos bloques, uno de izquierdas, el gobernante del Botànic, con el President Ximo Puig (PSPV) y los candidatos de Compromís (Joan Baldoví) y Podem-Esquerra Unida (Héctor Illueca). Y otro de derechas, la oposición, liderada por Carlos Mazón (PP), acompañado de Mamen Peris (Ciudadanos) y Carlos Flores (Vox). Pero, en la práctica, así como el bloque de izquierda sí que funcionó como un todo casi monolítico, con apenas menciones entre ellos, en las derechas cada uno fue mucho más a su aire, y Mamen Peris, de Ciudadanos, directamente por libre, buscando el carril central.
Siempre que veo al president de la Generalitat, Ximo Puig, en un debate, pienso que este hombre no está nada a gusto en ese formato y que está deseando que se acabe la cosa. A veces se queda cavilando largos instantes y uno teme que no aterrice, aunque luego siempre lo haga. Puig es la "izquierda sensata", la izquierda que no da miedo a la derecha, siempre sosegado, a veces parece que un poco pasota; pero eficaz en las réplicas, especialmente a Mazón, pues prácticamente no interactúa con nadie más. Y, en particular, no interactúa ni remotamente cuando le mencionan a su hermano y los contratos públicos que recibió, algunos del propio Puig cuando era alcalde de Morella, cuestión a la que se refirieron los tres candidatos de la oposición en diversas ocasiones, siguiendo la estela del diario El Mundo y su habitual tradición de sacar "terribles escándalos" en campaña electoral, que luego se disuelven cual azucarillo conforme termina el recuento.
Puig, en resumen, participó en un cara a cara con Mazón dentro del debate a seis, del que salió airoso, sobre todo con sus réplicas a algunos ataques de Mazón, que abrió fuego hablando del "delegado del sanchismo en la Comunidad Valenciana" y por ahí siguió, sobre todo en la primera parte del debate.
El candidato del PP es rápido y eficaz en el discurso, pero también un tanto acartonado, repleto de catchphrases (o, si no queremos andarnos con tanta tontería politológica, latiguillos) que repite allá donde va, algunos con mucha historia, como el "impuesto a la muerte" (Impuesto de Sucesiones), el "infierno fiscal" o su inveterada obsesión con el sanchismo. Se refirió tantas veces al sanchismo Mazón, que casi parecía que es una expresión que tiene un poder mágico, mil votos más de gente horrorizada con el sanchismo cada vez que la dices en voz alta y con expresión pavorosa.
El problema es que, como cabe suponer, el sanchismo es avieso y malévolo como pocos, y en este debate adquirió muy variadas formas. Mazón entró en el debate para darse a conocer ante un electorado que en gran medida no sabe de él (sobre todo, como es lógico, fuera de la provincia de Alicante) y para asestar golpes a Ximo Puig, al que aspira a suceder. Y se encontró un verdadero frente sanchista en su contra, del que participaron los tres partidos del Botànic con entusiasmo y también Mamen Peris, candidata de Ciudadanos. Como cuando a la selección española de fútbol le toca un grupo en el Mundial con Holanda, Alemania y Japón y la prensa clama: "España, en el Grupo de la Muerte", Mazón se vio en dificultades desde el principio, con demasiados frentes que atender (un apunte: la prensa siempre dice que España está encuadrada en el Grupo de la Muerte, aunque sea el grupo de Arabia Saudí, Eslovaquia y Costa Rica, pero ya me entienden).
En consecuencia, Mazón fue probablemente el candidato que salió peor parado de este debate, porque recibió ataques de todas partes y no atinó a responder a todos. A algunos, como a Mamen Peris, no les respondía nunca, incluso cuando ella le interpelaba directamente; a continuación, tomaba la palabra Mazón y se ponía a hablar de otra cosa.
Para mi gusto, la candidata de Ciudadanos, Mamen Peris, fue la principal beneficiada de este debate. Por un lado, porque Ciudadanos se juega su existencia en estas elecciones, y -no nos engañemos- sin muchas perspectivas de éxito. Peris, además, es sin duda la candidata menos conocida por el público. Así que cualquier oportunidad de asomar la cabeza y que los ciudadanos tengan en cuenta su existencia tiene un gran valor, como lo tendría para cualquier partido que está en el alero del 5% o por debajo.
Por otra parte, Ciudadanos, tras la amarga experiencia de los pactos de 2019, o lo que sucede cuando casi empatas con el PP y le regalas todo el poder al PP (que los conservadores españoles se te comen mientras tu electorado te abandona porque, total, para votar al PP 'B' prefiero votar al original), parece medio haber aprendido la lección. Al menos, ella sí que parece tener clara la lección, y ya se ha encargado Mazón, con su compra incesante de cargos de Ciudadanos, de recordársela.
En consecuencia, Peris fue al debate para asestar golpes certeros a diestro y siniestro, pero sobre todo al bipartidismo, ante la indiferencia de Puig y Mazón. Este ninguneo a la candidata de Ciudadanos (del que participaron todos los demás candidatos, pero más acusadamente Mazón y Puig, los dos principales interpelados), como diciendo "como no vas a entrar, no hablo contigo", no quedó demasiado bien, y en especial en un debate en el que ella era la única mujer rodeada de señoros que hablaban entre sí de sus cosas.
También estuvo ágil Joan Baldoví, a quien se le notan los años en el Congreso de los Diputados y está muy acostumbrado a debatir en todo tipo de formatos. Baldoví se convirtió en el más fiel escudero del Botànic, reivindicando sus logros como un conjunto (aunque con principal énfasis en los de las consellerias de Compromís). A veces, viendo el entusiasmo botánico de Baldoví y su absoluta ausencia de críticas a Puig y al PSPV, uno no podía evitar pensar: pero… ¿este señor es lermista?
El candidato de Compromís buscó desde el principio a su archienemigo atávico y ahí se centró: el PP. Compromís se siente muy cómodo en la dialéctica de enfrentamiento con el PP, y además es recíproco: también al PP le gusta enfrentarse a Compromís. Apenas se pisan electorado y a sus respectivas bases les encanta ver cómo sus candidatos se atizan con su némesis. Baldoví repartió su tiempo en reivindicar el Botànic y soltar hábiles comentarios jocosos al final de las intervenciones de Mazón y Carlos Flores, con lo que en el recuerdo del espectador quedaría no tanto lo que hubieran dicho tales candidatos, sino la sorna de Baldoví. Me pareció un hallazgo esta interacción con Carlos Flores:
-Carlos Flores: Señor Mazón, me he comprado libros en la Feria del Libro para leerme tranquilamente cuatro o cinco semanas, a la espera de que usted me llame para formar Gobierno.
-Joan Baldoví: No se preocupe, tendrá usted tiempo de sobra para leerlos en la oposición.
También Carlos Flores estuvo bastante cómodo en el debate. Ofreció un perfil moderado, centrado en soltar chascarrillos irónicos sobre los candidatos de izquierdas, generalmente bien articulados. El candidato habla bien y no resulta amenazante. El problema es que parece un poco como el tío Edelmiro en las comidas de Navidad, siempre ocurrente, siempre soltando bromas de todos y para todos. Pero luego de él, de Edelmiro, pasan los años y descubres que no cuenta nunca nada de su vida, y te preocupa que esa fachada de bonhomía oculte otras cosas. Un gran vacío interior, en el caso de Edelmiro, un partido sin programa, más allá de la defensa de la incomensurable grandeza de España y la no menos incomensurable perspectiva de pillar sillones y presupuesto público a base de criticar a los que no piensan en otra cosa que pillar sillones y presupuesto público.
Finalmente, tenemos a Héctor Illueca, candidato de Podem-EU. Como Mamen Peris, se juega la vida en estos debates. Quizás más que Peris -cuyas posibilidades de alcanzar el 5% son escasas, a juzgar por las encuestas-, porque Podem-EU está en el alero de ese 5%. Juega en su contra su estilo discursivo, monocorde y aburrido como pocos. Cada vez que intervenía, me daba la sensación de que Podem-EU bajaba del 5%. Al mismo tiempo, su candidato tuvo varias intervenciones acertadas y fustigó a lo que llamó "las derechas unificadas", en referencia a PP y Vox (y, como aclaró después, también a Ciudadanos), comparando su afán por bajar impuestos con el desastroso mandato de la ex primera ministra británica, Liz Truss, mundialmente conocida por aguantar en el cargo menos tiempo que una lechuga.
Por otra parte, Illueca logró que la vivienda, el tema que gestiona en el gobierno valenciano, acaparara buena parte de la atención en el debate, aunque a menudo fuese para reprocharle que la Conselleria de Vivienda, por más y mejores planes que afirme Illueca que están en marcha, va a acabar la legislatura sin entregar una sola vivienda.
El debate, en resumidas cuentas, fue un buen preámbulo de la campaña. Sirvió para lo que debe servir un debate: para presentar a los candidatos y sus propuestas y para entretener al público mientras cada uno de los espectadores cavila a cuál de las opciones otorgar el voto. Y tuvo momentos para echarse unas risas cuando los candidatos rivalizaban en reprocharse su ineficacia para lograr la mejora del sistema de financiación autonómica (para 14 años de espera vamos ya).