Revista Plaza Principal

Entrevista

Ignacio Muñoz Sanjuán: «El avance contra la enfermedad de Huntington es histórico, pero se ha comunicado mal»

El biólogo molecular valenciano, referente mundial en el estudio de la enfermedad hereditaria y letal de Huntington, es crítico con el reciente anuncio a bombo y platillo de una terapia génica «curativa» de la compañía holandesa UniQure, ensayo en el que ha colaborado y que tilda de «hito científico innegable», pero que, a su juicio, ha generado falsas esperanzas entre los afectados, pues tardará años en ser accesible para la mayoría de ellos

  • Ignacio Muñoz Sanjuán, biólogo molecular valenciano
Suscríbe al canal de whatsapp

Suscríbete al canal de Whatsapp

Siempre al día de las últimas noticias

Suscríbe nuestro newsletter

Suscríbete nuestro newsletter

Siempre al día de las últimas noticias

Hay un vídeo sobrecogedor en internet en el que se ve a gente andando por la calle con un movimiento descoordinado de brazos, avanzando a tumbos, como si estuvieran ebrios y al borde de la caída o el desmayo a cada paso. A continuación, esas mismas personas miran a la cámara y, con el habla entrecortada, dicen: «No estamos borrachos, estamos enfermos». El vídeo fue publicado hace unos años por una agrupación española de afectados por la corea de Huntington: una enfermedad rara, neurodegenerativa, que se transmite de forma hereditaria y conlleva un deterioro motriz y cognitivo que suele abocar a un desenlace fatal.

Al estudio de esta enfermedad, y a la ayuda a las comunidades que la sufren en modo extremo, ha consagrado su vida el valenciano Ignacio Muñoz Sanjuán (València, 1972), biólogo molecular y genetista, que ha desarrollado casi toda su carrera como científico en Estados Unidos. Sin sus estudios y logros de base durante más de quince años no habría sido posible asistir a la iniciativa científico-médica que parece haber dado con un principio de solución a la enfermedad: el AMT-130, un ensayo clínico que la compañía holandesa UniQure ha realizado con veinticuatro pacientes a lo largo de tres años y cuyos resultados fueron anunciados con gran estruendo mediático en septiembre. El gen de la huntingtina, que todos tenemos pero que en los afectados presenta una mutación con consecuencias terribles, se ha conseguido «silenciar» por primera vez en las regiones cerebrales más afectadas, los ganglios basales.

 

— Has calificado de «histórico» el avance logrado por UniQure.

— Es que lo es. Nunca antes se había visto una terapia en la que los pacientes no empeoran y se frena el progreso de la enfermedad.

—¿Te ha sorprendido?

—No, porque he colaborado en todo el proceso y a los dos años ya se veían indicios muy positivos. Además, UniQure es una compañía líder en terapias génicas, y el enfoque prometía desde el principio, ya que se ideó una vía de aproximación muy diferente a las que anteriormente se habían intentado.

— ¿En qué ha consistido básicamente el AMT-130?

— Se ha seguido, durante tres años, la evolución de veinticuatro pacientes a los que se les había practicado una cirugía cerebral con resonancia magnética, doce en dosis bajas y doce con dosis altas, con objeto de degradar el gen de la huntingtina y minimizar sus efectos. Los doce pacientes que han recibido las dosis más altas han experimentado unos resultados sorprendentes, aunque aún falten detalles por conocerse.

— ¿La cirugía se ha de repetir periódicamente?

— No. Se trata de una intervención única, para toda la vida.

— ¿En qué ha consistido tu participación?

— UniQure nos pidió ayuda a mí y a mi equipo desde el inicio de las fases preclínicas del proyecto, allá por 2017. Con lo cual, los hemos acompañado durante todo el camino.

— ¿Y por qué han necesitado vuestra ayuda?

— En 2007 entré como jefe de Biología en CHDI (Cure Huntington Disease Iniciative), una fundación sin ánimo de lucro creada por un billonario estadounidense que tenía una historia familiar de Huntington. En aquella época, la industria farmacéutica no invertía en desarrollar terapias génicas para las enfermedades raras que afectan al cerebro. Y a partir de 2008, yo lideré los primeros proyectos de biología traslacional en tema de Huntington, con el claro objetivo de silenciar el gen de la huntingtina. El equipo que dirigíamos entre la jefa de Química y yo, que era enorme, trescientas o cuatrocientas personas, empezó a desarrollar un área en la que no había nada, en la que todo estaba por hacer, de forma que generamos un buen número de técnicas y de modelos animales que han sentado las bases de este campo.

— O sea, que fuisteis pioneros…

— La verdad es que desarrollamos sistemas de biomarcadores y de modelos animales sin los cuales no habrían sido posibles los experimentos posteriores. Por eso, todos los ensayos clínicos que están en marcha ahora en el mundo, todos los que hay en tema de Huntington, los hemos tocado directa o indirectamente.

— Esos modelos animales que citas son lo primero que UniQure necesitó de vosotros…

— Eso se debe a que en el gen de la huntingtina, que es muy grande, hay regiones que son muy parecidas en otras especies, pero hay otras que son muy distintas. Y la singularidad de la terapia de UniQure es que ha accedido a una región del gen que es de las distintas, con lo que su terapia no podía ser testada previamente en ratones o en primates. Necesitaban lo que se llama un 'modelo humanizado'. Y resulta que en CHDI ya lo habíamos desarrollado: introdujimos una versión transgénica del gen de la huntingtina en un cerdo, para que se expresara en él de forma idéntica a la de los humanos. Solo así es posible extrapolar datos fiables y evaluar el efecto farmacológico de la terapia en las regiones más afectadas del cerebro.

— Y luego están los biomarcadores...

— La clave en este tipo de estudios es que, una vez aplicas la terapia, luego tienes que medir. Y tienes que medir un montón de cosas y durante mucho tiempo. Necesitas ir viendo lo que responde, en qué grado responde, dónde responde, etc. Y cuando nosotros empezamos no había nada, partíamos de cero. Por eso desarrollamos estos sistemas de biomarcadores, para comprobar que la terapia está teniendo el efecto farmacológico deseado en las personas, lo cual no es fácil de conseguir.

— Se ha desatado la euforia con la terapia génica de UniQure. Sin embargo, tú, que eres referente en este campo, has sido una de las voces
más críticas.

— Pero no soy crítico con el ensayo, que es un hito científico innegable, sino con la forma en que se ha hecho público. Se ha comunicado mal: no han tenido en cuenta el impacto que podría generar en las familias afectadas de todo el mundo. El 24 de septiembre yo amanecí en mi casa de Los Ángeles con el móvil lleno de mensajes de personas que pensaban que podían curar a sus padres o hermanos al día siguiente.

— Y no es tan sencillo, ¿no?

— Para nada. La terapia no va a ser accesible de momento para la mayor parte de los afectados, que, sobre todo en Latinoamérica, son muy pobres. Hablamos de costes de entre un millón y medio y tres millones de dólares por paciente. Además, se necesita tecnología al alcance de muy pocos países. Por otro lado, no se pueden operar pacientes en estadío muy avanzado: no quedan ganglios basales suficientes. Tampoco está aprobado aún el ensayo por la Agencia Regulatoria de la FDA… En fin. Yo, personalmente, nunca habría dicho cosas como que «se ha paralizado la enfermedad en un ochenta por cien». Yo habría esperado un tiempo en hacer ese tipo de afirmaciones.

— ¿Por qué esa precipitación?

— El problema es que se han comunicado los resultados pensando en los inversores. Y, cuando las compañías tienen delante a los inversores, las cosas se presentan de una forma exagerada, como si fueran perfectas. El AMT-130 se ha comunicado erróneamente como una cura inmediata y definitiva del Huntington. Y esto no es así.

— Digamos que es una gran noticia, pero no a corto plazo.

— Sí. Este avance va a ser un revulsivo en todo el mundo. De hecho, hay compañías con terapias experimentales en marcha que se aplicarían con una punción lumbar; hay otras que están trabajando de modo más tradicional, con sustancias químicas que se podrían suministrar oralmente, en pastillas.

— Ojalá fructifiquen…

— Claro, serían tratamientos mucho más asequibles. De todas formas, aunque la terapia de UniQure fuera con el tiempo la única que funcionase, poco a poco, se llegaría a acuerdos con gobiernos, se irían abaratando los costes de la tecnología, se irían formando profesionales y adaptando centros clínicos en todos los países... Lo hemos visto con el Parkinson, en el contexto de la estimulación cerebral profunda. Porque, al final, con lo que hay que quedarse es que, por primera vez se ha logrado degradar el gen de la huntingtina y ralentizar la progresión de la enfermedad. Y esto va a cambiar radicalmente el panorama, que se vuelve mucho más esperanzador. Pero hay que tener claro que la solución no es de un día para otro.

— ¿De qué plazos hablamos?

— Yo soy optimista por naturaleza: pienso que en diez años el tratamiento de la enfermedad de Huntington será muy diferente, mucho mejor y global.

— Y te sientes parte, entiendo, de esa perspectiva diferente, mejor y global.

— Nunca me ha gustado dirigir el reconocimiento hacia mí de una forma explícita, pero sí, lo admito, me siento parte, me siento “mucha parte”.

— Te fuiste bien joven a EEUU a estudiar Biología Molecular y Genética, porque en España no había. ¿Pensabas entonces que acabarías contribuyendo a cambiar la vida de la gente de esta manera?

— Bueno, al acabar el posdoc tenía claro que no quería seguir una ruta académica, que prefería la biología aplicada. Lo que pasa es que, después, cuando desde CHDI entré en contacto con la comunidad que padece Huntington, vi que su realidad era muy dura, especialmente en Latinoamérica. En Europa y en Estados Unidos había una red sólida de pacientes y profesionales, pero en Latinoamérica los enfermos estaban abandonados, muchas veces en condiciones deplorables. Y yo, por mi carácter, tiendo a involucrarme con la gente, así que no podía quedarme de brazos cruzados. Por eso convencí a la fundación para crear una red latinoamericana de neurólogos especialistas e incorporarlos a programas europeos y norteamericanos de tratamiento y de investigación.

— Pero acabaste yendo un poco más allá…

— Sí. Me dediqué durante dos años a visitar comunidades de afectados en Brasil, Perú, Colombia o Venezuela, donde la incidencia de la enfermedad es brutal. Por poner en contexto, en España el Huntington afecta a una de cada diez mil personas [0,01%]. Pero allí conocí lugares aislados donde, al ser una enfermedad hereditaria, había hasta un treinta por ciento de afectados. Eran auténticos guetos, sitios marcados por la pobreza extrema. Porque una consecuencia del Huntington, de la que se habla poco, es el deterioro económico de las familias, en las que suele haber varios miembros enfermos e impedidos para trabajar, lo que equivale a varios salarios menos durante generaciones.

— Y entonces creaste la ONG Factor-H.

— Sí, en 2012. Y desde entonces hemos ido consiguiendo que los afectados reciban inspecciones médicas periódicas, que arreglen sus viviendas (chozas, muchas veces), que los niños en riesgo dispongan de vacunas, de apoyo psicológico, de ropa y zapatos, de material escolar… Para que te hagas una idea de la magnitud, hoy día tenemos un programa de Educación que ayuda a alrededor de seiscientos cincuenta niños menores de trece años entre Colombia y Venezuela.

— Bueno, supongo que eso compensa.

— Sí, e invito a todo el mundo a entrar en factor-h.org y ver a lo que nos dedicamos. Pero todavía queda muchísimo por hacer.

— Ya no trabajas en CHDI, por cierto.

— No. Fue una etapa clave, pero ahora trabajo en Rumi Scientific, un proyecto mucho más pequeño, en Nueva York. Aunque yo sigo viviendo en Los Ángeles.

— Y estos días estás por València, tu patria chica. ¿Vienes mucho?

— Mucho menos de lo que quisiera.

— ¿Qué es lo que más echas de menos, aparte de la familia y los amigos?

— Uf, muchas cosas. Un buen arroz, por ejemplo. ¡Y una buena mascletà!

Una deuda histórica a orillas del lago Maracaibo

En 1956, el médico venezolano Américo Negrete fue destinado al municipio de San Francisco. Y, en el barrio pesquero de San Luis, a orillas del lago Maracaibo, empezó a ver personas que caminaban como si estuviesen borrachas. El problema se agigantaba en un pueblo algo más al sur, Barranquitas, y en otro casi dentro del lago, Lagunetas. Negrete comprendió que se trataba de una enfermedad, desconocida para él, y fue el primero en documentarla en su país con un libro titulado Sobre la Corea.

Un discípulo suyo, el psiquiatra Ávila Girón, filmó a los afectados, escribió otro libro y, en 1972, coincidiendo con el centenario del descubrimiento de la patología por parte del médico George Huntington, presentó este material en un congreso en EEUU ante el equipo de Nancy Wexler, la científica que lideraba por entonces las investigaciones para identificar la causa de la enfermedad. Y Wexler se dio cuenta de que estaba ante la mayor comunidad de afectados del mundo, lo cual representaba una oportunidad única de mapear sus genomas en busca del gen causante.

Gracias a la colaboración desinteresada de todos aquellos afectados del lago Maracaibo con un gran equipo de genetistas y neurólogos norteamericanos y europeos —la colaboración duró… ¡veinte años!—, Wexler pudo dar por fin con la mutación del gen de la huntingtina y publicó, en 1993, el famoso artículo donde lo revelaba. Es por ello que, cuando Muñoz Sanjuán se plantó en la zona dos décadas después, sobre todo cuando visitó Barranquitas, se sintió desolado: «Allí no iba ni la policía ni nadie. Y de allí tampoco salía nadie, a no ser para visitar a familiares en San Luis o Lagunetas, porque los tres municipios están llenos de gente emparentada. Y ves un enfermo de Huntington en cada esquina, en cada casa. Los ves vagando por las calles en busca de comida... Además, carecen de servicios elementales, no hay recogida de basuras, no se escolariza a los niños. Me hizo pensar en las antiguas colonias de leprosos».

El científico valenciano recuerda que, en esa época, todavía quedaban médicos venezolanos que hacían allí lo que podían, pero la crisis económica y política del país acabó por catapultarlos lejos de sus fronteras, con lo que estas comunidades quedaron en el más absoluto abandono; algo especialmente doloroso porque, de no ser por toda aquella gente, jamás se habría aislado el gen y jamás habría progresado la lucha contra una enfermedad que afecta a todo el orbe.

Fue entonces cuando empezó la acción directa de Factor-H. Y, algo más tarde, Ignacio Muñoz Sanjuán decidió escribir la historia de la corea y de estas comunidades de afectados en un libro (actualmente en curso) que pretende reparar la deuda que toda la humanidad contrajo con ellos hace tiempo sin saberlo.

El 23 de marzo, el mismo día en que Nancy Wexler publicó su artículo, ha sido declarado por Factor-H como «El Día de la Gratitud». No el Día Internacional de la enfermedad, sino el Día de la Gratitud Internacional hacia todos aquellos que contribuyeron generosamente a desentrañar el enigma del Huntington y luego cayeron en el más sonrojante de los olvidos.

* Este artículo se publicó originalmente en el número 132 (diciembre 2025) de la revista Plaza

Recibe toda la actualidad
Castellón Plaza

Recibe toda la actualidad de Castellón Plaza en tu correo