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Avelina Prat: "El cuidado es lo único que tenemos"

  • Avelina Prat, en el BCN Film Fest.

VALÈNCIA. Un coro de miles de personas corea en un concierto de Los Planetas, el estribillo de una de las canciones más populares de su disco Una semana en el motor de un autobús: “Si te esfuerzas puedes desaparecer”. Radiohead también canta, en la canción How To Disappear Completely, a la pulsión de desaparecer: “I’m not here/This isn't happening”.

Y es que hacer borrón y cuenta nueva, empezar de cero una vida, aunque ni siquiera sea la que supuestamente nos ha tocado, es uno de esos pensamientos intrusivos que atraviesan la condición humana. Hay gente que da el paso. Y luego, ¿qué?

Desde esa pregunta, Avelina Prat vuelve a la gran pantalla con Una quinta portuguesa, una película que parte de la historia de Fernando, un hombre que es repentinamente abandonado por su mujer y rehace su vida reemplazando a un hombre que debía ir a trabajar a la quinta de Amalia, en Portugal. Es en ese nuevo espacio cuando Fernando, ya como Manuel, tejerá unas nuevas relaciones, atravesadas en mayor o en menor medida por su vida anterior.

La directora valenciana, tras Vasil, se pone otra vez tras la cámara para dirigir a Manolo Solo y María de Medeiros en una cinta con un tono complejo pero muy accesible a todos los públicos. Prat, que estuvo presentando la película en los Cines Lys, sacó tiempo para contestar las preguntas de Culturplaza. El film se puede ver, a partir de hoy, en cines de toda España.

— Algo que ya estaba en Vasil es que, cuando presentas a los personajes o cuando se encuentran, tú tienes la certeza de que la película está en la conversación, en las historias, en la anécdota.

—Por un lado, me gustaba mucho retratar a unos personajes que se dejan espacio, que no se hacen las preguntas que haríamos cualquiera —"¿y tú de dónde vienes?", "¿qué haces?"—, sino que simplemente se escuchan y recogen lo que el otro quiere contar. Me parecía muy bonito que eso, que ya sucedía en Vasil, volviera a aparecer: esa comunicación que se genera a partir de contarse historias o cosas que no tienen directamente que ver con su vida en ese momento, y cómo eso permite ir creando vínculos poco a poco, con la convivencia, la observación, los silencios.

—Estamos más acostumbrados a ver esto que dices en la literatura, donde se permite salir de la línea narrativa para contar historias. En el cine no tanto, o al menos no de forma tan natural. ¿Qué reto implica contar una historia así, y a la vez no sacar al espectador?

—A mí me encantan las digresiones, salirse todo el rato y contar otras pequeñas historias. Y, si te fijas, es cierto: esta película es bastante literaria. Todas esas pequeñas historias siempre tienen algo que ver con el tema de la película, con el tipo de personajes que estamos describiendo.

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—La película habla de dos escapadas que quizás muchas personas se han planteado alguna vez: dos pulsiones diferentes, pero que en el fondo se tocan. Una es el deseo de desaparecer, y otro es el deseo de vivir la vida de otra persona. ¿En qué se diferencian y dónde se encuentran esas dos huídas?

—Supongo que el punto de partida es diferente, pero el viaje es muy parecido. Al final, desaparecer es irte a otro lugar y tener otra vida. Yo, caminando por la ciudad, escucho un montón de idiomas diferentes, veo gente de otros sitios, y siempre pienso: detrás de cada uno de ellos hay una historia. ¿Por qué alguien dejaría su país y su lugar para irse a otro sitio? Pues habrá mil historias diferentes. Aquí contamos unas cuantas.

—¿Y en tu caso, la historia nace más del deseo de explorar qué sucede cuando alguien desaparece, o qué pasa cuando alguien toma la vida de otro?

—Yo creo que es más bien qué sucede cuando dejas el lugar en el que estabas insertado: todo tu entorno, tus hábitos, tu trabajo, tu residencia, tu familia... Si dejas todo eso, ¿qué pasa? ¿Es posible empezar de cero en otro sitio? ¿Qué parte de ese pasado te llevas contigo y a qué parte puedes renunciar?

—La película podría haber hablado de varias tragedias, y sin embargo, aunque están presentes, no se siente que el drama sea el centro. Me da la sensación de que la tragedia ha pasado por encima, sin ser superficial, y que cada personaje va encontrando su sitio. ¿Cómo has trabajado ese equilibrio?

—Siempre hay presentes temas importantes, con cierta hondura, pero están tratados desde la cotidianidad, desde un lugar que no es el del drama o la tragedia del cine social más estándar. Esto es otra cosa. Creo que se pueden abordar los mismos temas desde otro sitio y con otros tonos: con un poco más de fábula, más de historias...

—El film se desarrolla en dos espacios muy diferenciados: Portugal, con esa quinta, y la ciudad. A la hora de rodar y pensar en la puesta en escena, ¿cada espacio requería un planteamiento diferente?

—Es curioso, porque al final las escenas se parecen mucho; es el mismo lenguaje en los dos lugares. Pero el propio lugar te obliga a rodarlas de una manera distinta. Cada localización te da unas posibilidades u otras: dónde puedes poner la cámara, qué movimientos puedes hacer… Creo que es más el lugar el que empuja que la propia planificación inicial.

—Te quería preguntar por la relación entre los dos protagonistas, que desarrollan una amistad o una relación muy singular, que en ningún momento se ve absorbida por lo que podríamos esperar de una historia romántica al uso. ¿Cómo te la planteabas y dónde querías poner las coordenadas de esa relación?
—Digamos que sí; de alguna manera es una historia de amor, pero en el sentido más amplio. Un amor que incluye un territorio, una familia que se ha formado allí, atípica, una forma de vida. Este personaje, más que encontrar una pareja, encuentra un hogar. Entonces creo que más que una relación de pareja, es una conexión entre dos personas. Y creo que es bonito dejarlo así, amplio, abierto.

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—Casi al principio de la película, el personaje de Manuel dice que cuidar las plantas es como cuidar a las personas. Y él parece encontrar de forma natural su lugar allí. ¿Cómo desarrollas la idea del cuidado? Porque no sabemos del todo qué ha pasado con su matrimonio, ni en qué ha fallado o qué tiene que aprender.
—Es muy bonito eso que dices del cuidado, porque yo creo que al final es lo único que tenemos. Cuando uno tiene a alguien o algo a quien cuidar —plantas, personas, lo que sea—, te puedes desarrollar un poco más como persona, puedes relacionarte y conectar. Si te centras solo en ti mismo, todo es muy limitado, muy reducido. Y también creo que funcionamos bien en entornos pequeños, con la gente que tenemos cerca, ya está. En cuanto el grupo empieza a ser numeroso, la cosa se tuerce. Así que sí, es que le cuide. No había pensado en la película en esos términos, pero es totalmente cierto.

—Comentábamos que hay cosas que no se terminan de saber. La película deja algunos frentes abiertos, y entiendo que eso ha sido una decisión: que sea más importante el ejercicio del descubrimiento que conocer todas las causas que lo han provocado.
—Por un lado, quería ser fiel al punto de vista del protagonista. Hay muchas cosas que él no sabe y con las que va a tener que vivir, con esa incertidumbre. Y yo quería que el espectador tuviera la misma inquietud. Por otro lado, también creo que las películas deben dejar un poco de espacio abierto para que el espectador las complete con sus vivencias, con todo lo que tiene en la cabeza. Cada uno sacará sus conclusiones o imaginará unas causas posibles. Eso siempre es bonito.

—Esta película conllevaba la dificultad de trabajar con dos idiomas y dos países. ¿Cómo ha sido la experiencia?
—Pues la verdad es que muy natural. Siempre pensamos, desde el guion, que había que coproducir con Portugal. Un poco más de la mitad de la película está rodada allí, con actores y equipo portugués, así que fue muy fácil. La producción mayoritaria es española, pero contactamos con O Som e a Fúria, de Portugal, y la verdad es que ha sido una experiencia muy bonita. Utilizar dos idiomas enriquece mucho, sobre todo porque estamos contando dos vidas diferentes, dos lenguas, y lo llevamos muy bien. Fue muy bonito rodar en Portugal.

—¿Tu acercamiento a Portugal venía de antes o ha sido la historia la que te ha llevado a conocer más el país y su idioma?
—Yo conocía Portugal poco, de haber ido de vacaciones, pero es un país que me resulta muy atractivo: su literatura, su cine… Eso sí que lo seguía. Tienen un punto diferente que me gusta mucho, y siendo tan cercanos, a veces tenemos la impresión de que están muy lejos. Les damos bastante la espalda, mirando siempre a Europa hacia el otro lado. Y, sin embargo, están ahí. Quería descubrir un poco eso. Además, ¡Portugal es un país en el que te crees que alguien pueda desaparecer!

— Tú no eras nueva en la industria, pero Vasil fue tu ópera prima y tuvo su espacio entre la crítica, el público y algunos premios. ¿Qué puertas se abrieron y cuáles siguen cerradas?
—En este sentido me siento muy afortunada. Empecé a escribir este proyecto a lo largo de la producción de Vasil, porque tuvimos varios retrasos de rodaje y luego la película también tardó mucho en estrenarse desde que estuvo terminada. En ese tiempo fui escribiendo, y la misma productora se interesó enseguida por la historia, así que el proceso de financiación fue bastante rápido —ya sabemos los tiempos que hay: lo rápido es un año mínimo, pero fue ese año y estoy contentísima. De hecho, ahora estoy preparando un tercer proyecto y la misma productora, Distinto Films, también me lo va a producir. Así que seguimos juntas mientras nos vaya bien.

 

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