Entrevista

CULTURA

5.ª edición

Sex Museum: la banda de rock garage malasañera toca este sábado en Concerts al Pinar

El grupo madrileño forma parte del cartel del festival junto a bandas como los míticos Dead Kennedys o Biznaga

  • Sex Museum
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CASTELLÓ. La primera vez que vi a los madrileños Sex Museum fue en un Viña Rock. Aquella banda portentosa que estaba encima del escenario me dejó noqueado. Sin imposturas, sin inflexiones. Aquellos tipos destilaban rock garajero con verdadera pasión. Y es que Sex Museum son la quintaesencia de ese rock duro, lleno de matices, que coquetea sin pudor con otros géneros y que en cada álbum sorprende. De hecho, su último plástico, de nombre impronunciable, Musseexum (2018) está cargado de trallazos que los acercan al doom más pesado sin olvidar las atmósferas más setenteras. Entre festivales, giras europeas, grupos paralelos de mucho éxito y muchos cambios en la banda, los madrileños llevan en activo desde 1985. Ojalá desgranen su último trabajo en su comparecencia frente a la audiencia de Concerts al Pinar (13, 14, 15 de junio en el Grau) junto a bandas de la talla de los míticos Dead Kennedys o Biznaga. Castellón Plaza charla con Fernando Pardo, voz del combo, de su carrera, que en otro país hubiera sido de culto, y de todo lo que envuelve al grupo.  

Sex Museum siempre han tenido mucha personalidad, tanto en lo musical como en lo estético. “Yo ya en mi clase era el peculiar, no te digo el raro, sino el peculiar. Soy consciente cuáles son mis gustos y hacia dónde voy”, dice, Pardo. Los malasañeros han ido endureciendo su sonido, algo poco común en la mayoría de bandas, que por vender más, habitualmente, ablandan el volumen de sus canciones. Desde Fuzz Face (Fidias, 1987) hasta éste último redondo han ido siendo más crudos. “Yo veo muchas bandas de rock que el entorno les ha acomplejado – comenta, y añade - En lugar de sentirse con el orgullo de: yo sigo con lo mío, o no orgullo, sino seguridad. Tú date cuenta que el rock dejó de ser significativo desde finales de los 90, principios de los dosmiles”. 

Llevamos años donde el rock, y otros géneros del siglo pasado, han ido perdiendo presencia en los medios, y por ende, popularidad. “El rock se ha convertido, ya no en algo que culturalmente es muy poco significativo, sino que ha sido bastante vilipendiado, de esto sí que mola y no…  teniendo en cuenta que somos un país que funcionamos muy en conjunto, porque aquí es increíble, las modas van a tope a todos los niveles y con todo el mundo, y cuando alguien te habla del último disco de Rosalía, todo el mundo tiene que haberlo oído”.

Al albor de la Transición

Sex Museun son un grupo de Malasaña que dio sus primeros pasos en la Transición. Fue de esas bandas que podían abrazar la libertad en una época en la cual estaba todo por hacerse, aun así todo era más complicado y precario. “A nosotros nos tocó aquella época de conseguir guitarras de segunda mano, una fabricada en España en los 70”, dice. Para unos jóvenes conseguir dinero para instrumentos se convertía en una tarea muy complicada. “Y además era difícil conseguir trabajo siendo menor de edad, yo daba clases particulares a vecinos. Eso era con 16 o 17 años”. Tener el equipo necesario era como tener el balón de fútbol en aquellos patios de tierra, si lo tenías, entrabas en el equipo. “Al principio costaba muchísimo conseguir el equipo; de hecho cuando alguien tenía un instrumento tenía pase directo a tocar en un grupo. Daba igual que fuera bueno o fuera malo, era como: es que me han dicho que este tío tiene una batería, y todo el mundo decía: toca conmigo, conmigo, y a lo mejor la batería era de su hermano”, comenta entre risas.

Fuzz Face fue el primer disco de la banda, su carta de presentación en unos años donde grabar un elepé era difícil y muy caro. “Era complicado. Cuando La Movida aún se llamaba la Nueva Ola, algunos grupos como no conseguía contratos, lo que hacían era sacarlo por su cuenta. Recuerdo que había un single que sacaron Parálisis Permanente y Gabinete Caligari (Ndr: aquel histórico split contenía las joyas de Parálisis Permanente: Autosuficiencia y Tengo un Pasajero, y de Gabinete: Golpes y Sombras negras), que se lo fabricó un tío que tenía licencia, que necesitabas a alguien que tuviera licencia de fabricación. Hicimos lo mismo, publicamos con Fidias, un sello que sacaba cassette de idiomas, tenías que buscar a ver quién tenía una licencia que no use o nos pueda alquilar. Preguntabas constantemente a personas, y en el momento que te decían que hablaras con alguien lo hacías. Que lo mismo valían los que sacaban los discos Flexidiscos. Para sacar eso tenías que tener licencia”, recuerda.

Fue en los 90 cuando Pardo y compañía alcanzaron mayor repercusión. “Para nosotros los 90 fueron  la hostia”, sentencia con claridad. “Fue la época que todo este rollo independiente alternativo dio un golpe en la mesa y se plantó ahí. Hay una estructura y un circuito gigante, no fueron solo las bandas, fue la gente; la gente que organizaba, imagínate, organizaban conciertos en Almansa, en Villena, que se encargaba la Concejalía de Juventud, que se encargaban de hacer unos festivales cojonudos”. Los festivales en los pueblos, o los conciertos más grandes estaban comenzando a realizarse por el impulso de cientos de jóvenes con ganas de ver a sus artistas favoritos, un ejemplo sería el Viña Rock, que mencionaba al principio del artículo. 

“Nosotros estábamos metidos por ahí con otros grupos. En esa época, ante de que se llamara indie a toda la música independiente, y se escorara hacia el pop, que fue en los dosmiles. En el rollo independiente tenías a Skunk Df, estábamos nosotros o Los Planetas, cabía todo. Lo mismo tocabas en un sitio con Ktulu o bandas vascas de metal como Berri Txarrak”, recuerda.

Un antes y después

En 1994 Sex Museum publican sus sexto trabajo, Spark, un álbum más duros y más punki. El disco que les lleva a más público y que les saca de sus trabajos alimenticios para dedicarse, esta vez sí, en cuerpo y alma a la música. “Gracias a ese disco nos plantamos ahí, fue el paso a nuestra madurez”, dice. “Hasta entonces éramos un poco un grupo en busca de público, y de repente en los 90, con la gente que había nacido entre los 70 y principios de los 80, la generación X se plantó ahí. Toda esta gente fue la que dijo: esto cambia de golpe, según llega esta generación grupos como nosotros nos aprovechamos de esa llegada, fue como una generación que llegó diciendo: no, no, nosotros queremos las cosas así, de hecho algunas bandas de La Movida tuvieron que recular un poco”.

Todo se estaba creando, desde los festivales más grandes hasta las nuevas tendencias en España, algo que se quedaría y se consolidaría. “Era una época muy buena porque había un circuito muy sólido, pero tanto las bandas como la gente que montaba los bolos parece que estaban funcionando a la vez”. Los festivales de música iban a ser el futuro.  “Ocurrió una cosa muy curiosa, se dieron cuenta que llevando festivales iba mucha gente a los pueblos, y había como cierto negocio, si había un festival en Almansa, el de Villena quería lo mismo, el de Elda también”, comenta. Una vez más fueron los seguidores los que comenzaron a montar estos conciertos y festivales con bandas más modernas. “El primer paso fue que los que hacía ese tipo de festivales eran promotores a la antigua, y ahí se comenzaron a juntas chavales de 18 años que hablaban con el concejal de juventud, que tenía sensibilidad sobre sus gustos, y empezaban a montarlo, había gente muy joven  en algunos sitios y decían: yo quiero ese grupo en mi pueblo. Entonces convencían a alguien del ayuntamiento, por una parte estaba esa gente empujando y luego había disposición de los ayuntamientos”.

En los dosmil el sello Locomotive apuesta por llevarlos a otra generación, reeditando álbumes antiguos para presentarlos a una nueva generación y graban un directo para mostrar cómo suenan de afilados en sus recitales. Locomotive fueron una discográfica esencial para entender el crecimiento de la escena y su apuesta fue determinante. “En el final de los 90 ocurrió la ruptura en el indie cuando la música electrónica lo empezó a petar, a partir del 97 o 98 se hizo mainstream, de pronto Prodigy o FatBoy Slim. Llegó un momento que la música electrónica lo ocupó todo, y lo que venía del grunge, de hazlo tú mismo, reculó”, dice. 

Un paso adelante

Para Sex Museum los dos mil  fueron otro paso adelante. “Ahí lo que tuvimos que hacer fue redescubrir otro camino, en esa época la escena del rock donde nos movemos, se comenzó a formar apartada del indie, que es una escena del rock garajero, de rock duro, stoner, es como una escena muy amplia. Nosotros nos aprovechamos de ellos, aparte de que fuimos parte de eso. Y esa escena sigue existiendo todavía”.

Mientras Sex Museum estaban dando conciertos en los escenarios de todo el país, y parte de Centroeuropa, también habían formado otra banda de éxito: Los Coronas: “Aparte de Los Coronas hicimos Corizonas, y Marta comenzó con sus grupos de bandas más de electrónica. En esa época nos diversificamos. Yo apostaba por Los Coronas, que empezamos en el 91, pero después de todo el rollo Tarantino, de pronto un grupo como Los Coronas, cuando salió Pulp Fiction pasó de ser una frikada total, a decir; estos tíos están haciendo esto, nos vino muy bien, Tarantino fue nuestro padrino” se ríe mientras lo cuenta.

En Los Coronas no hay cantante, quizás al principio esto chocaría… “Hubo una vez que no nos quisieron pagar porque decían que éramos unos jetas, que habíamos ido sin cantante, y tratando de explicar que éramos un grupo de surf, y la gente antes de Pulp Fiction entendía que éramos como los Beach Boys, un grupo de armonías vocales, de pronto salió Pulp Fiction y no hubo que dar explicaciones”, apostilla.

Sex Museum es una banda con el culo inquieto y entre giras montaron junto a The Dictators,  The Thunderbolts, con el mítico, Ross The Boss, indudablemente uno de los músicos más importantes de la historia del rock duro que aportó mucho a su desarrollo. “Esta escena del punk, el hard rock y el garage están más comunicada de lo que parece, cuando pasa el tiempo te das cuenta que has compartido escenario con muchos. Con unos, no entiendes por qué pero te llevas de puta madre. Con Dictators lo hubo. Con Sex Museum cuando los descubrimos a finales de los 80 fue el típico descubrimiento malasañero, eso lo poníamos en el Agapo, que era el sitio donde yo pinchaba, la gente que lo llevaba tenía un gusto musical de la hostia”. Los Dictators han sido realmente relevantes para el punk.  “Los Dictators era una banda que lo juntaba todo porque de pronto tenía una canción pop que parecía de los Ramones, otra muy macarruza, otra punkera”. Imagínense esos conciertos con una de las piedras fundamentales del sonido de Manowar como era Ross the Boss. “Él era el gran protagonista. Nos hacíamos canciones de Manowar, pero en lugar de sonar a heavy, lo hacíamos rock garajeado”, comenta, otra vez entre risas. 

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Castellón Plaza

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