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EL CABECICUBO DE DOCUS, SERIES Y TV

"¡Todos somos unos mierdas!"; el mensaje sobre la masculinidad de 'Mr. Bigstuff'

Una serie británica, de un humor extraordinariamente cruel, reflexiona sobre las masculinidades alfa y beta

VALÈNCIA. Últimamente, mire por donde mire, me encuentro discusiones sobre la masculinidad. Es un tema que se ha enraizado en la política, con esa sed de venganza latente hacia la revolución feminista que se vivió en la década pasada. Sin ser un estudioso sobre estas cuestiones, tengo que admitir que sí que he podido apreciar que cada vez es más habitual encontrar a hombres que quieren que se sienten las bases de un sistema social en el que sea más complicado que las mujeres puedan evitarlos o, llegado el caso, dejar de estar con ellos. 

Se le podrán poner muchos adjetivos académicos, pero al final lo que subyace es un deseo o necesidad de mayor acceso a las mujeres independientemente de su voluntad. La autonomía e independencia femenina –expresada a través de diversos subterfugios, como lo de los gatos- hay que erradicarla. El nivel de sofisticación de la estrategia podríamos encuadrarlo en la Edad de Piedra, pero como se alimenta tecnológicamente quizá podría despistarnos su naturaleza. 

Entretanto, también se propone que los varones revisen un esquema de valores que les convierte en inválidos emocionales. No es el objetivo de esta columna dar consejos a varones neocarlistas que luchan contra la igualdad y la depresión, pero sí podemos recomendar una serie que tangencialmente toca este tema: Mr Bigstuff, disponible en SkyShowtime y Movistar. 

He llegado a ella tras un largo peregrinar. Ir repasando todos los lanzamientos británicos del 2024/25 en busca de una comedia y dejarme las pestañas leyendo sinopsis que empiezan todas por tres alternativas, “un policía”, “un detective”, “una desaparición”. Últimamente están los críticos quejándose de que la mayoría de las series están protagonizadas por ricos o gente de alto nivel, que no hay clase trabajadora en pantalla. A mí me preocupa más que el noventa y cinco por ciento de la ficción esté relacionada con el crimen y las fuerzas y cuerpos de seguridad del Estado, pero me siento gritando en el desierto. 

Mr Bigstuff, por el contrario, tiene como protagonista a un empleado de una tienda de moquetas y alfombras y a su prometida, dependienta de unos grandes almacenes. Su vida transcurre trabajando y celebrando los grandes momentos de la vida, como es pedir la cena a domicilio. Quién no se vea reflejado en estos detalles no pertenece al pueblo.

El actor principal, y guionista de la serie, es Ryan Sampson, el Tommo de Brassic, serie que también recomendamos en esta columna. Aquí sigue la misma tónica. Hay un realismo sucio, tendente al esperpento, con un humor cruel típicamente británico. Se diría que está ridiculizando a los personajes, gente humilde, pero todo conduce a la redención, cobra un sentido más allá del humor y es hasta bonito. 

La cuestión es que el gancho argumental se produce cuando el hermano del protagonista, un semidelincuente, reaparece en su vida y tendrá que convivir con ellos porque no tiene dónde ir.  Una situación complicada para una pareja que se enfrenta a la disfunción eréctil y, económicamente, a que ella finge seguir trabajando aunque ha sido despedida por cleptómana. 

El guión se esfuerza por que cada giro sea inesperado. Y el denominador común de cada sorpresa es el deseo de liberación de personajes sometidos por el qué dirán, la rutina y valores que les son ajenos. Es ahí donde se debate sobre la masculinidad. El protagonista es delgado, bajo, temeroso, no sabe arreglar un grifo y entre sus objetivos vitales solo está obtener un puesto más elevado en la tienda de moquetas. En el Guardian lo describen como “un hombre beta por excelencia”

Son seis capítulos de media hora y, aunque al principio parece una sitcom más cercana al humor chusco de la escuela Little Britain que al talentoso y rompedor de Peep Show, si entendemos la temporada como una película, tiene su propia personalidad y su razón de ser. A mí al menos me ha gustado bastante y con los últimos dos episodios he tenido que trasnochar porque me había enganchado y quería acabar aquí y ahora. 

La cuestión masculina estereotipada no deja de sobrevolar todo el argumento. El hermano del protagonista ve que algo está mal en casa y sale instintivamente a la ferretería a comprar lo que hace falta para repararlo. Incluso se encara con un tipo que se va a llevar la última caja de arandelas que queda. Ni que decir tiene que se expresa a través de tacos y frases hechas callejeras y que anda por el salón rascándose los testículos y mostrándolos cada vez que levanta los brazos porque no se ha molestado en ponerse ropa decente para estar en casa, va con una bata de mujer, lo primero que ha encontrado en el armario. 

Las críticas en Reino Unido no han sido muy buenas, lo que me llama la atención, porque parece un producto de los que se tiende a sobrevalorar más que al revés, aunque solo sea por su escasez. Quizá, al no haber asesinatos ni detectives los periodistas, que son el público más alienado cuando opina, sienten que les falta algo. 

Personalmente, me quedo con una escena, que es la que da título a este artículo. Sin destripar nada, decir que los personajes están en un momento cumbre de la historia, cuando el tema crucial es haber estado a la altura de su padre, que era un modelo de tipo duro, cuando un hermano luchaba por sacar adelante a la familia y el otro era el protegido, en esa discusión, como en un ataque de lucidez, el protagonista le grita a su hermano “¡Pero si todos somos unos mierdas!”. 

Me encanta como lema. Es una verdad axiomática. Y en estos tiempos, mi consejo, es muy importante asumirla y no tratar de eludirla con drogas como el nacionalismo, el racismo, la misoginia y otras ocurrencias tan de moda que, os lo aseguro, solo os harán más mierdas. 

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