La Sala Iturbi, en el Palau de la Música, es una especie de santuario. No hay muchas más en Europa con su acústica. Esta mañana está vacía. Hasta que llega Javier Clemente. Este hombre de 64 años es el encargado de afinar los pianos de los principales auditorios de la Comunitat Valenciana. Ya sea en el Palau de la Música o en el de les Arts, en València; en el ADDA de Alicante, o el Auditori de Castelló. En el centro del escenario, solitario e imponente, hay un piano de gran cola, un Steinway de la Sociedad Filarmónica algo viejito que Javier tiene que dejar a punto para un concierto navideño que habrá a la tarde.
En las tripas del instrumento de la Sala Iturbi, bajo la tapa, se ve la firma de Joaquín Achucarro (un pianista bilbaíno que ya tiene 91 años) junto a una fecha: 24-X-1989. “Se suele firmar el piano cuando se estrena”, advierte Javier, entregado ya a la afinación, una liturgia que suele hacer en soledad, disfrutando del silencio sepulcral de la sala y que esta vez, de manera excepcional, ha abierto a un par de invitados que disparan fotos y preguntas. No necesita gran cosa para hacer su trabajo. Lo más importante es su oído, educado durante años para esta función. Pero, además, para hacer su cometido, saca de una bolsa de piel de Pierre Cardin unas cuñas de fieltro para individualizar los tonos y una llave de afinar hecha con fibra de carbono. “La afinación es física y matemática”, resume Javier Clemente.