Hace algunos años, durante una clase de Operational Excellence en ESADE, el profesor Ylla Könneke utilizó un ejemplo de eficiencia que se me quedó grabado. Mostró un vídeo que comparaba una parada en boxes de Fórmula 1 en los años 50 con la misma operación hoy en día. En ambas escenas, las tareas eran prácticamente las mismas: cambiar las ruedas, hacer ajustes mecánicos, repostar. Pero el ritmo, la coordinación y el nivel de preparación no tenían nada que ver. En los 50, una parada podía durar más de un minuto; hoy, en apenas tres segundos, un equipo perfectamente sincronizado ejecuta una coreografía impecable que puede decidir una carrera.

Esa transformación —de la improvisación a la precisión absoluta— es una metáfora perfecta de cómo ha evolucionado el desarrollo de software. Durante años, los proyectos se gestionaban casi como aquellas primeras paradas: equipos enormes, procesos manuales y comunicación fragmentada. Se trabajaba con lo que se tenía, reaccionando sobre la marcha y confiando en la pericia individual.

Hoy, el desarrollo de software se parece mucho más a una parada moderna de Fórmula 1. La velocidad y la calidad no son fruto del azar, sino de una preparación exhaustiva, de procesos bien definidos y de la integración de talento, herramientas y datos. Las metodologías ágiles, la automatización, la inteligencia artificial y la observabilidad continua permiten que los equipos respondan en tiempo real a los cambios del entorno sin perder el control ni la seguridad. Cada rol, cada iteración y cada entrega tiene un propósito claro dentro de una estrategia común.

No se trata, por tanto, de reducir costes o plantillas, sino de liberar potencial"

Esta era nos ha traído una nueva aceleración, impulsada por la inteligencia artificial generativa y las arquitecturas basadas en agentes. Igual que el salto de las tarjetas perforadas a los lenguajes estructurados permitió multiplicar la productividad de los desarrolladores, la IA promete dar un nuevo impulso al mundo del software. Estas tecnologías no sustituyen la creatividad ni el criterio humano, pero sí eliminan fricciones, automatizan tareas repetitivas y amplían la capacidad de los equipos para centrarse en lo verdaderamente diferencial: diseñar soluciones, innovar y generar valor.

No se trata, por tanto, de reducir costes o plantillas, sino de liberar potencial. De permitir que los profesionales de tecnología trabajen con más contexto, más velocidad y más ambición. Igual que en la Fórmula 1, donde la telemetría, los sensores y el análisis predictivo han transformado la toma de decisiones en carrera, la IA está convirtiendo el desarrollo de software en un proceso más inteligente, colaborativo y estratégico donde el entendimiento del problema, el pensamiento crítico, la especialización tecnológica y las habilidades comunicativas tienen una importancia cada vez mayor.

En un entorno donde la innovación acelera más que nunca, nuestra ventaja competitiva no será tener más herramientas, sino saber orquestarlas con propósito. Como en los boxes, la diferencia la marcará el equipo: personas que aprenden, se adaptan y colaboran con precisión. Porque en la carrera del software, la tecnología puede darnos la velocidad, pero el rumbo siempre lo marcará el talento humano.

Blanca Llamas Abellán

Socia responsable de Hubs Digitales NTTData España

Cátedra de la Mujer Empresaria y Directiva