Opinión

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No eran los mejores

Publicado: 12/03/2025 ·06:00
Actualizado: 12/03/2025 · 06:00
  • El Consell, en su toma de posesión en julio de 2023. Foto
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Cada vez estoy más convencido de que sobre Valencia empezó a llover el 17 de julio de 2023, cuando Carlos Mazón tomó posesión del cargo. Nada más lejos de mi intención que frivolizar sobre un asunto en el que ha habido más de 220 muertes. Pero cuando el jefe del Gobierno autonómico toma de la mano a Vox y forma su “Consell de los mejores”, arranca una cadena de errores de gestión que desemboca en los hechos que constata la jueza Nuria Ruiz Tobarra en el auto emitido el pasado lunes. Primero, concede patente de corso a un partido que niega el cambio climático y que cree que las partidas presupuestarias dedicadas al medio ambiente son un gasto superfluo. Además, nombra a una consellera de ese mismo partido como titular de Justicia, responsable, por tanto, de las emergencias. En esta Generalitat, la información meteorológica queda acallada por los clarines y los pasodobles. Los miembros de las brigadas de limpieza forestal reciben ofertas de trabajo como monosabios, como oficinistas antiabortos, como muros contra los okupas.

Segundo. Casi un año después, el 11 de julio de 2024, la insolidaridad de Vox, radicalmente contrario al acogimiento de menores migrantes, procedentes en su mayor parte de territorios en guerra o castigados, otra vez, por la emergencia climática, fuerza la rotura de todos los pactos contraídos con el PP y, por tanto, causa el cese de los tres consellers de la formación que formaban el Consell. Los mejores, que eran nueve, se quedan en seis. El avispero político obliga a que Mazón reacomode los asientos del pleno. La huella del ahorro en políticas contra el cambio climático y de prevención de catástrofes naturales sigue viva, pero las emergencias recaen en Salomé Pradas, que hasta entonces se responsabilizaba de Medio Ambiente, Agua, Infraestructuras y Territorio. Me fascina esa capacidad de cambiar de cartera de los políticos con cargo, como si su trabajo consistiera únicamente en atizar el látigo contra los galeotes, sus técnicos, y en cuadrar cuentas, las nuestras. Es más, la secretaría general de Emergencias acaba en el despacho de Emilio Argüeso, quien, como todo el mundo sabe, no ha hecho más que girar entre partidos como quien baila un rigodón.

Desgraciadamente, sucede lo que todos los climatólogos anuncian desde hace años. El 29-O, el Mediterráneo, convertido en una piscina climatizada sin cloro, alimenta un tren de tempestades que cuaja eterno en lo alto y se desborda hacia la Albufera. Pradas se bloquea, Mazón se desvanece y las horas siguientes se transcriben en un auto judicial. A falta de saber dónde estaba el líder de los mejores, de los que caen dos más, Pradas y Nuria Montes, con lo que quedan cuatro, Ruiz Tobarra tiene la instrucción a punto. Desde entonces, se parchean los equipos de rescate, aunque se valida la construcción junto a la costa y ramblas. Se ficha a un militar para para que se haga cargo del trabajo de quienes deben de estar ocupados en otras cuestiones. Se reacciona con premura y acierto a otra tempestad. Pero la agitación provocada por la ultraderecha en todo el planeta ha conseguido que creer en la ciencia parezca de izquierdas, que el debate del clima deje su hueco al gasto en armamento y a los vaivenes de la bolsa, que se hable más de los jóvenes alienados por las redes sociales que de los que luchan por la conservación del planeta. Incendios en California, lluvias torrenciales en media España, quince muertos tras una tormenta en Bahía Blanca (Argentina).

En el colmo del cinismo, la formación de Santiago Abascal se presenta ahora como acusación particular en un juicio que trata de dilucidar cómo se abordó una catástrofe originada por los efectos del calentamiento global.

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