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Una butaca para el caso Dreyfus

  • Foto: R.L.
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Aquél cine medio vacío, con paredes de un lechoso color vainilla que ya amarilleaba y butacas azul azafata, al uso de la última reforma de finales del siglo XX, volvía a abrir sus puertas con las medidas restrictivas obligatorias año y medio después de la pandemia. Corría el Año I d.C. -después de la covid- cuando apareció en pantalla el capitán Dreyfus ante un público enmascarado y separado por la distancia mini legal, ávido de cultura, aire y normalidad, no de la Nueva Normalidad.

La guerra sobrevenida poco después en el TerritorioEuropa acabó de perfilar un periodo de terror que, como durante el Termidor, acabaría en sangre y fuego. A finales del siglo XIX, Alfred Dreyfus no podía imaginar que su castigo ejemplar desembocaría en dos guerras mundiales. Acusado falsamente de antisemita, el capitán Dreyfus fue despojado de todos sus honores y sus galones en el patio de armas, tras partirle su sable por la mitad en un ritual castrense.

Ni siquiera Émile Zola fue capaz de parar la injusticia que se estaba cometiendo contra el capitán francés, ya encarcelado. “J’Accuse…!” fue el artículo escrito en su defensa y publicado en primera plana por el diario francés L’Aurore, bajo el subtítulo de “Cartas dirigida al Presidente de la República”. El caso Dreyfus pasó a la historia de la ignominia de la política exterior de Francia. Y así se escribieron muchos capítulos de la Historia en mayúscula, con pequeños sacrificios, muchos de ellos, anónimos.

La Historia seguía escribiéndose en el cálido verano centroeuropeo de 2022, en la pequeña ciudad bávara de Schloss Elmau (Alemania). “Nosotros, los líderes del Grupo de los Siete (G7), somos firmes en nuestra solidaridad con Ucrania y reafirmamos nuestro compromiso inquebrantable de apoyar al gobierno y al pueblo de Ucrania en su valiente defensa de la soberanía y la integridad territorial de su país, y en su lucha por un futuro pacífico, próspero y democrático”.

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