MURCIA. El mes pasado cayó en mis manos el Informe del Observatorio de Derechos Humanos de Ca-minando Fronteras Monitoreo del derecho a la vida 2023.
Básicamente, traza con datos muy precisos la tragedia que se ha producido durante el año 2023 en las rutas migratorias para acceder a España desde el continente africano. Según los datos que muestra dicho informe, es el año con más víctimas mortales en estos cruces migratorios. La cifra de muertos asciende a 6.618 personas.
Del informe, prolífico en datos, destaco que, prácticamente, la mitad de las muertes totales se han producido en la llamada "ruta de los cayucos" desde Senegal.
Desde nuestros cómodos entornos europeos desarrollados tenemos una visión de los movimientos migratorios totalmente distorsionada y parcial. Solo vemos las amenazas que suponen el hacinamiento temporal de personas, el impacto de la marginalidad y un presunto mayor reparto asistencial. Los más abiertos se preocupan del control en origen y de condicionar ayuda al desarrollo a quien no luche por reducir salidas desde sus territorios. Muy poco tenemos en cuenta las circunstancias sociales y políticas que hacen que un ser humano ponga su vida en serio peligro para abrazarse a la total incertidumbre allende los mares.
"EL DRAMA NO ES EL DE LOS QUE LLEGAN, SINO EL DUELO DE LOS MILES QUE DESAPARECEN"
Senegal lo tenía todo para ser un país más o menos próspero. Fue la punta de lanza desde donde Francia se expandió en su aventura colonial africana. Un país con bastantes recursos naturales, famoso por sus tirailleurs senegaleses que tanta presencia tuvieron en las dos guerras mundiales del siglo pasado y en los procesos de colonización de Marruecos y de la parte occidental del Sahel. La transición hacia la independencia no fue especialmente dramática bajo el liderazgo de Léopold Sédar Senghor, un progresista moderado panafricanista y con buenos vínculos con Francia. Pese a los movimientos separatistas y guerrilleros en el sur, en Casamanza, ha gozado de una democracia razonable y una estabilidad política mucho más sana que en su entorno. La implantación religiosa islámica no ha llegado desde la imposición bélica o violenta, sino desde el fortalecimiento de las cofradías sufíes locales con su compromiso social y comunitario.
Sin embargo, el desarrollo económico y social ha sido escaso. Mantiene índices de desarrollo muy bajos, el empleo es mayoritariamente informal y la explotación de sus recursos naturales ha sido nefasto. La depredación extranjera en los recursos mineros y pesqueros y las políticas dirigidas en la agricultura han dilapidado esta fortaleza potencial. Es un país habituado a la emigración, con más de 3 millones desplazados, y por ello muy dependiente de las remesas que recibe, que en términos oficiales constituyen aproximadamente el 10% de PIB (aunque algunos lo elevan hasta cerca de un 20%).
No es mi intención simplificar cosas muy complejas y con múltiples motivos, pero me detengo en tres hechos que son importantes para entender este drama:
Muchos jóvenes han huido sin hacer caso a los peligros de la ruta, cada vez son más mujeres y niños los que se deciden a emprender la navegación, el Gobierno se desentiende de las embarcaciones perdidas y reprime a los familiares que exigen su búsqueda, la cultura del fracaso del repatriado se instala… El drama no es el de los que llegan, ni el de los que los recepcionan y atienden. El drama es el duelo de los miles que desaparecen.