VALÈNCIA. Hace 91 años, el futuro del cine español se escribía en València. Cifesa, la única productora española que se acercó a la eterna promesa de generar un star-system propio en el cine español, se constituía en València bajo la dirección de la familia Trénor. Fue el año siguiente, en 1933, cuando Manuel Casanova Llopis entró como número uno de la empresa, buscando nuevas oportunidades de negocio que pudieran heredar dos sus hijos, Vicente y Luis.
Cifesa se hacía llamar la “antorcha de los éxitos” y uno de sus primeros reclamos publicitarios sería “Los diez mandamientos que debe practicar todo buen espectaculista”, entre los que destacaban “Complacer al público sobre todas las cosas”, “Honrar el espectáculo y el arte” y “No fastidiar al público con films soporíferos”. La productora tuvo claro desde el principio su naturaleza industrial, queriendo adoptar la dinámica de los grandes estudios estadounidenses, que estaban ya a velocidad de crucero.
La estrategia de Cifesa empezó con el espaldarazo del acuerdo de distribución exclusiva de las películas de Columbia en España. Sucedió una noche, de Frank Capra, fue uno de los primeros blockbusters que explotó la empresa valenciana, según relata Félix Fanes en el estudio más completo de la historia de la productora, Cifesa: la antorcha de los éxitos, publicado en los 80 por la Institució Alfons El Magnànim y La Mostra de València.
En 1934, Cifesa produciría su primera película, La hermana san Suplicio, de Florian Rey. Pronto lanzarían incluso su propio noticiero y, con los años, la empresa se convertiría en pista de salida de los artistas más destacados de la época.
Pero además, Cifesa sería un engranaje crucial en la creación del aparato cultural del imaginario de la España franquista, inmediatamente después de la Guerra Civil. Manuel Casanova, que venía de relacionarse con la Derecha Regional Valenciana, asumió las tesis ultraconservadoras del bando nacional y sus films se dirigirían al gran público de la España que quería dibujar la dictadura.
Sin duda, el ultranacionalismo fue uno de los ejes ideológicos de sus producciones, nutriéndose contínuamente de gestas y personajes históricos o adaptaciones de libro con este sesgo. Cifesa fue el gran aliado porque sus películas, de corte industrial y dedicadas en cuerpo y alma a entretener al público, tuvieron un éxito arrollador hasta los años 50. Se creó, además, un star-system alrededor de ella que ninguna productora española podría mantener tras su desaparición. Cifesa se suigió mirando en los grandes estudios, e invirtió a ser la voz del público popular. “Hasta la aparición de la compañía valenciana, la producción de films en España no era una industrial, era una aventura. (…) Las razones que hacían que un film alcanzara el triunfo o el fracaso siempre eran indescifrables. Todo se basasba en la más pura improvisación. (…) Cifesa, al menos, sirvió para eso: para que los Casanova trasladaron [sic] su experiencia industrial y financiera al campo del cine. Es decir, para que introdujeran en esta industria los elementos básicos de la lógica capitalista: programación de la producción, creación de infraestructura, voluntad de conquista de nuevos mercados, etc.”, resume Fanes.
Sin embargo, Cifesa produciría siempre teniendo en cuenta que su mercado principal y suficiente sería el público español. Por eso funcionaría tan bien como camino editorial el ultranacionalismo y el fichaje de grandes estrellas del espectáculo, que debutarían en el cine gracias a sus películas, como Imperio Argentina, Rosita Díaz, Amparo Rivelles o Alfredo Mayo.
Cifesa contruyó sus historias entorno a los grandes valores que promovía el franquismo, especialmente el orgullo patriótico y los modelos amorosas de control y promoción de la familia tradicional como único vehículo de progreso. Pero, tal y como apunta Santiago Lomas Martínez en su ensayo Creadores queer en el cine español del franquismo: subcultura homosexual y género, directores como Juan de Orduña o Rafael Gil plantearían pequeñas fisuras en ese imaginario, sin hacer una enmienda al aparato de pensamiento de la dictadura: “Todas las películas tienen múltiples capas de lectura. Puede que, en el tema del nacionalismo, una película sea tremendamente conservadora, pero en el del género, no”, explicó en una entrevista en Última Fila. El caso paradigmático es el de Juan de Orduña, cuyos éxitos arrolladores de taquilla le permitirían cierta “flexibilidad”: “No sé si era una cosa de hacer la vista gorda. Compañeros de profesión se mofaban de él, pero como funcionaba para el público, le dejaban hacer”.
Lomas Martínez identifica tres tendencias a lo largo del cine durante el periodo franquista que sirvieron para canalizar algunas de estas fugas: el melodrama de mujeres, el cine musical de divas y lo camp. En el caso del periodo de máximo esplendor de Cifesa, el melodrama fue el gran subgénero desarrollado. Tomando como referencia los estudios feministas, el autor opina que estas películas “ponen de relieve el sufrimiento femenino, la imposibilidad de satisfacer el deseo, las imposiciones patriarcales… Aunque el desenlace acabara siendo conservador, antes ha planteado otras contradicciones”.
La década de los 40 inició un cambio de rumbo en la suerte de Cifesa. La ‘antorcha de los éxitos’ encadenó algunos títulos de gran presupuesto que después no funcionaron tan bien en taquilla. Sin embargo, aún contaron con grandes éxitos como Malvaloca y El clavo. En 1945, otro revés: tras la II Guerra Mundial, la Motion Pictures Association le incluye en sus listas negras debido a la situación política española y le hace mucho más complicado el abastecimiento de material virgen y toca de muerte su línea de negocio de la distribución de películas norteamericanas.
A partir de entonces, varias películas fallidas fueron erosionando la popularidad de la marca, con un Juan de Orduña que ya había agotado su estado de gracia. Con la entrada en la década de los 50, Cifesa, acorralada por productoras competidoras como Suevia Films, que marcaban la entrada en otra etapa del cine español, y las deudas de las exigentes producciones megalómanas que producían, acabó abocando a la productora a la bancarrota. Primero, dejaría de producir películas, finalmente, quedó a cargo, por sus deudas, del Banco Rural, que nunca reflotó la compañía.
Áurea Ortiz lo tiene claro en el manual de Historia del cine valenciano: “Una vez fundada, Cifesa fue una empresa española que produjo en todo momento cine español y jamás, ni consciente ni inconscientemente, algo que podamos llamar, ni por casualidad, cine valenciano”. La empresa siempre mantuvo su sede social en València, y tuvo oficinas tanto en esta ciudad, como en Madrid (desde donde realmente se controlaba la empresa), y en Sevilla.
Cifesa creó una escena de estrellas que llegaron a hacer bolos, y directores de confianza, como Juan de Orduña o Rafael Gil, que serían sus autores de referencia. Todo eso estuvo más que alejado desde el principio de algún interés por desarrollar una industria en el contexto valenciano. La ciudad empezaba a brillar con su cantidad de cines y público aficionado, pero nunca se acabaría de desarrollar una “industria”. Eso sí: en lo simbólico, mantendría como parte central de su logo una figura estilizada del Micalet y las primeras notas del Himno Regional, que daban la bienvenida a la película.
Pero desde València sí ha tomado Cifesa como parte de su historia audiovisual. A los dos estudios antes nombrados, cabe recordar un simposium en el marco de la Mostra de Cinema Mediterrani, que incluyó una mesa redonda sobre su historia con la participación, entre otras personas, de Luis García Berlanga, Aurora Bautista o Rafael Gil.