Hace algunos meses me invitaron a decir dos cosas en un foro. Dos porque dijeron que tenía el tiempo limitado. Cosas porque no es cuestión de hacer o personalizar o que la gente dé por hecho que detrás hay alabanza o crítica o un mensaje oculto o dedicado a yo qué sé. Hace algunos meses, cuando dije esas dos cosas, pregunté a dos conocidos que conocen a su vez a Bilderberg y a Davos, no como apellido sino marca. El sermón y la montaña o lo que es tan evangélico como las tablas, los papeles y el reflejo de las mentes que transitan este mundo sugiriendo los senderos. Uno de ellos, el primero, preguntó, ¿Has estado en Coachella? Cuando hablé con el segundo yo le dije ¿Estuviste en Coachella? Sonrió.
El primero de ellos me apremió a que me informara, que en el Davos que él conoce se manejan tantas cifras como notas en el otro -Coachella-, que conjugan las ideas con burbujas y que el centro del simposio no concuerda en la belleza sino en grado de ascetismo y de estupor conventual. Una vez reunidos, en los dos se determinan los mensajes, los debates, los discursos, la actuación. Cada show con su pancarta, el telonero, los que esperan en el bar, los que miran pero graban, los que graban mientras dan un like al mensajero y valoran positivamente en Tripadvisor lo que nunca han entendido por sencillo, del guion al esperpento solo hay un camino de tres whiskies. Entre tanto la función va terminando y en el haz -o en el envés, nunca se sabe- del posavasos memorizas con tres dígitos la habitación del que has imaginado en otro evento. Dejas todo por dos días, a lo sumo tres, que es lo que aguanta el organismo en un estado de excitación extemporánea. Perderás capacidades y, sobre todo, originalidad, pero formas parte de la noria, eres una pieza más del engranaje.
El segundo de ellos insistió en la vocación de cada uno, de lo opaco a lo privado y a la extrema difusión del festival. Los del club que se resisten a comunicar, los del foro que reservan contenido de interés para el pequeño comité y los de Coachella que se apresuran a inundar el universo con los videos y las fotos, con el titular de una amalgama de deseos con la base de big data. Tres estilos diferentes para un mismo objetivo. ¡Qué delirio formar parte del egregio rectorado! Que en el club lo planifican y en el foro lo concretan, y a pesar de todo no lo entienden. Solo en Coachella te desvistes si lo ordenan.
Yo les dije a ellos -al primero y al segundo- que los tres han sucumbido al factor de la existencia, que es la ausencia de existencia y el adiós a ser el centro, o por lo menos a ser el centro visible, y cuando dejas de existir no comunicas, y sin mensaje no hay designio ni tendencia, y por lo tanto si me atengo a lo descrito por el número 2, en el club no se preocupan, en el foro no evalúan y en el festival de los colores solo lanzan las pancartas sin un Ginsberg que las dicte. Si me ciño a lo que dijo el #1 todos tratan de imponer una visión. De acuerdo. Pero, ¿cuánto es el empeño de uno u otro en el relato? ¿Cuánta alevosía se desprende en su argumento? ¿Dónde se ejecutan los placeres del gobierno?
Hace algunos meses, cuando tuve que empezar a preparar mi intervención, quise hacerlo preguntando, ¿Ha estado alguno de ustedes en Coachella? Descarté está opción por incorrecta y formulé, ¿Y si todo en esta vida fuera Coachella?
Ahora insisto en la pregunta, pero lo hago desde el prisma del rector, ¿Y si el foro de la nieve o el opaco club nacido neerlandés funcionasen como el festival de California? La respuesta es evidente, un retorno del soft power, un adiós a la deriva autoritaria del que no comprende el cómo, ni especula con la reacción de sociedades avanzadas, del que apuesta por los polos y se olvida del pequeño, casi mínimo, margen de actuación en libertad del ser humano. Mientras tanto, mientras todo continúe como está, la tendencia autoritaria es susceptible de aumentar y devenir irreversible, y que entonces desde abajo el ser humano -sociedad- se dará cuenta de que es tarde, de que no tiene poder, ni margen, ni derecho a la verbena, de que no era cosa de colores, sino la ola generalizada de absentismo en el poder -entendido como el arte de leer las voluntades y aspirar a lo global-. Para entonces, para cuando ya no haya vuelta atrás, llegará el conflicto. Los de arriba y los abajo no se entienden -¡una pena!-, y entre todos mirarán a Coachella. Unos porque habrán perdido el paraíso, otros porque ya se habían olvidado de comunicar. Ni los unos ni los otros han caído, en realidad. ¿Y si ahora Coachella se convierte en herramienta? Hace algunos meses me invitaron a decir unas palabras. Ojalá me hubieran dicho de acudir a Coachella. Hace tanta falta, a veces.