En marzo de 2016 el Banco Central Europeo con Mario Draghi a la cabeza decidió bajar aún más los tipos de interés en la Eurozona, situando el tipo director en el 0% y la facilidad de depósito en el -0,40% (este último llegando a estar posteriormente en el -0,50%). Iba a ser la última vez en más de 8 años que el BCE bajaría el precio del dinero. Por aquel entonces, el índice americano S&P 500 rondaba los 2.000 puntos (un 165% menos que hoy), el Eurostoxx 50 en torno a los 3.000 puntos (un 65% menos) y en renta fija el bono americano y el alemán ofrecían rentabilidades a 10 años por debajo del 2% y del 0,30% respectivamente (hoy ofrecen una rentabilidad aproximada del 4,40% y del 2,60%). Faltaban unos pocos meses para que, por un margen muy ajustado, los británicos votasen a favor del tan temido Brexit y posterior salida del Reino Unido de la Unión Europea, y solo unos meses después, Donald Trump ganaba contra todo pronóstico las elecciones presidenciales de los Estados Unidos.
Tras ese periodo de bajadas nunca vistas, se produjo una fase de normalización en la que el tipo de interés en Europa alcanzó el 4,50%. El pasado jueves se decidió por mayoría (que no por unanimidad) una bajada de los tipos de interés de 25 puntos básicos. Es decir, el tipo de interés de facilidad de depósito se situó en el 3,75%, el tipo director de referencia en el 4,25% y el marginal de crédito en el 4,50%. Finaliza así un ciclo de casi 2 años donde los tipos de interés de referencia han subido 450 puntos básicos, siendo la última subida en septiembre de 2023. Sin duda es un punto de inflexión para los mercados. Ahora todos nos preguntamos lo mismo: ¿Qué será lo próximo?
El organismo europeo ha sido el primero de los grandes bancos en bajar tipos, adelantándose a Estados Unidos y al Reino Unido, si bien es cierto que otros Bancos Centrales como el de Canadá, Suiza o Suecia ya han iniciado el endurecimiento de sus políticas monetarias. Normalmente es la Reserva Federal Americana la que suele marcar el camino e iniciar este tipo de movimientos, pero esta vez no ha sido así, ya que la economía americana sigue mostrando signos de fortaleza, y su inflación, si bien ha descendido desde máximos situándose por debajo del 3%, no logra acercarse al objetivo del 2%.
Gráfico con la evolución de los tipos de interés de los principales Bancos Centrales desde 2020. Fuente: Financial Times
El impacto en los mercados tras confirmarse la noticia ha sido limitado, pues ya estaba descontado tras las declaraciones de los principales miembros del BCE durante los últimos meses. Sin embargo, aunque se decidió por mayoría, no hubo unanimidad al respecto. Uno de los miembros del BCE, el gobernador del banco de Austria Robert Holzmann propuso mantener los tipos inalterados, y es que hay argumentos tanto a favor como en contra de esta decisión. Por un lado, uno de los principales motivos ha sido político, el BCE lleva meses anunciando esta bajada de tipos y el no hacerlo hubiese sido inesperado, restándole credibilidad al organismo europeo. Además, es cierto que la caída de la inflación desde máximos del 10,6% marcada en 2022 hasta el 2,6% actual es significativa. Por el contrario, los últimos datos de inflación y salario medio por hora han repuntado ligeramente, y las perspectivas para finales de 2024 de la inflación y el crecimiento han sido revisadas al alza (2,5% y 0,9% respectivamente).
El mercado espera ahora mismo tres bajadas de tipos en la Eurozona, es decir, dos bajadas más que podrían producirse en septiembre y diciembre de este mismo año. Pero cada vez coge más fuerza la posibilidad de que esta bajada de tipos haya sido puntual, y que para 2024 haya una o incluso ninguna bajada de tipos adicional, lo que presumiblemente afectaría negativamente al precio de los bonos europeos. Ante esta posibilidad la presidenta del BCE, Christine Lagarde, siempre ha dicho que la decisión final dependerá de la evolución de las cifras macroeconómicas. En EEUU en los últimos tiempos también se han ajustado las expectativas de bajadas de tipos, descontándose ahora mismo solo una para 2024. Independientemente de lo que finalmente suceda, lo que sí parece improbable es que volvamos a ver en el corto plazo unas condiciones monetarias tan laxas como las vividas en los últimos años, lo que supone un desafío para las principales economías desarrolladas a nivel global.