TODO DA LO MISMO

Cuarenta años de artículos musicales

24/07/2022 - 

VALÈNCIA. Entre la primavera y el verano de 1982 realicé mis primeras entrevistas, que fueron publicadas unos meses después, cuando salió el primer número del fanzine Estricnina. Eso quiere decir que, o ya he cumplido o estoy a punto de cumplir cuatro décadas filtrando las emociones y la ideas que me proporciona la música a través de las palabras. Cuando tenía 19 años, mi manera de decirle al mundo que se callara la boca era escribir sobre la música que me gustaba. Nunca he escrito para arreglar el mundo, lo he hecho para hablar del mío. Gran parte de mi trabajo proviene de mi militancia como aficionado o de mi curiosidad por aquello que me resultaba atractivo.  Si The Velvet Underground consideraban que el rock ácido de California era lo peor, yo pensaba lo mismo; de hecho, sigo pensándolo cuarenta años después. Fui un tipo raro dentro del grupo de los que ya de por sí tenían gustos especiales: era inconcebible que me gustase la música disco, la bossa o Javier Krahe, si tanto adoraba a los Ramones. Escribir sobre música me sirvió para afianzar mi individualismo, ahora es mi individualismo quien me afianza a mí. Entrevistar a los grupos españoles que me gustaban entonces me hizo tomar contacto con la realidad. Los artistas a los que veía y leía en las revistas de música o en alguno de los pocos programas musicales que había en televisión, cobraban vida ante mis ojos y mi grabadora. Se sentaban en el camerino o en el local de ensayo y entonces descubría que también eran como yo: se emocionaban, se quejaban, eran amables, eran opacos, tenían hambre y sueño, tenían que cepillarse los dientes. Eran irónicos, mordaces, inesperados. Como los miembros de Alaska y los Pegamoides, que, en el tramo final de aquel verano de 1982, ansiosos por terminar la entrevista y salir del improvisado camerino tras un concierto en Buñol, para evitar acabar pringados por el lanzamiento masivo de tomates que da sentido a la mundialmente famosa fiesta.

Bernardo Bonezzi, 1983, fotografiado por Rafa Cervera para Estricnina

A lo largo de los años que conectan aquellos momentos iniciáticos con el presente, fui transformando mi afición en una práctica profesional. El periodismo que no estudié en la universidad lo aprendí haciendo entrevistas y artículos a mi manera y, a medida que llegaban las oportunidades para colaborar en medios no especializados, el fan entusiasta fue absorbiendo las normas básicas de la profesión. La irrupción de internet en 1996 generó un inesperado efecto: la información especializada estaba ahora al alcance de cualquiera que tuviese un rúter. Es decir, en un futuro muy cercano todo el mundo podría saber lo mismo que tú acerca de un asunto concreto. Así ha sido. Claro que hay cosas que no se aprenden por internet incluso teniendo una tonelada de datos al respecto. El haber vivido las tres décadas finales del siglo XX aporta una perspectiva que ni la Wikipedia ni YouTube pueden darte. Con el cambio de siglo, mi visión de periodista fue haciéndole sitio a mis necesidades como escritor, y eso tiene que ver también con una progresiva sensación de desencanto que ahora ya es simple y puro desinterés.

En septiembre de 2002 –otro aniversario redondo de esos que hoy construyen parte de la actualidad- publiqué el libro Alaska y otras historias de la movida. En aquel momento la movida era un tema poco analizado –más bien habría que decir que era un tema al que se miraba con cierto recelo y algo de desdén-. Gran parte del éxito que obtuvo ese libro –que lleva 17 años descatalogado y se ha convertido en obra de culto- fue debido a la manera de contar la historia de Alaska y los personajes que la rodeaban. Creo sinceramente que ese libro marcó un antes y un después a la hora de explicar hechos que, por su naturaleza pop (aquí pop sería un eufemismo de frívolo, intrascendente), no son siempre de fácil comprensión en este país. Es posible que el hecho de decir todo esto me haga quedar como un arrogante. Bueno, prefiero decirlo yo a que no lo diga nadie o se diga cuando me haya muerto, que es cuando la mayoría de la gente se da cuenta de lo mucho que te necesitaba. Supongo que todo sería más fácil si perteneciera a algún club. Mi visceralidad siempre me ha impedido formar parte de ninguna camarilla. En el pasado me mantuve cercano a algunas, pero nunca me he sumergido completamente en ninguna, y si lo he hecho, ha sido solamente por un espacio determinado de tiempo. Para mí, la relación con los demás nunca ha sido una tarea sencilla, a veces creo que tengo un problema. Es obvio que el hecho de llevar más de doce años viviendo en una playa, aislado del mundo, formaba parte de mi destino. Sea como fuere, Alaska y otras historias de la movida me ayudó a vislumbrar el camino que quería seguir. Nunca más he vuelto a escribir un libro sobre música, pero en 2002 comencé a trabajar en una novela fallida que luego se transformó en otra un poco menos fallida. Me llevó unos cuantos años extirparle los fallos y fuera buena, es decir, publicable.

Ana Curra, fotografiada en 19883 por Rafa Cervera para Estricnina

El inicio de mis colaboraciones en CulturPlaza –junio de 2014-, marcó otro punto de inflexión en mi trayectoria. Gracias a la confianza que los responsables de esta cabecera depositaron en mí, pude empezar a articular la primera persona a través de mis textos. Mi voz narrativa ganó fuerza y confianza, seguramente la suficiente como para que pudiera solucionar definitivamente aquella primera novela, que finalmente apareció en 2017 bajo el título de Lejos de todo. Las columnas, que primero aparecieron bajo el epígrafe Los recuerdos no pueden esperar, y que a partir de 2020 mutaron en Todo da lo mismo, no solamente me inspiraron a mí, es un hecho que algún que otro colega decidió seguir ese mismo camino que mezclaba, dependiendo del día, el artículo con las memorias, los diarios con la columna de opinión, trenzar incluso las cuatro vertientes en un solo texto. Fue por eso mismo que hace tiempo que intento cambiar de rumbo, desentenderme un rato de mis propias huellas. Sé lo que estáis pensando, y esto es lo que pienso yo: Si en la era Google anotarse puntos es muy fácil, ¿por qué no voy yo a apuntarme los míos? Nuestras propias ideas ya no nos pertenecen. ¿Puede haber algo más romántico y más ridículo que intentar luchar contra eso?

Estos cuarenta años escribiendo sobre música y escribiendo en general me han acabado enseñando que yo, lo que siempre quise ser, es escritor. Ahora mismo, los artículos me interesan como herramienta pedagógica, aunque a veces no tenga más remedio que ceñirme a las normas y entregar textos que me ayuden a comer, que también se trata de eso. Cuarenta años de artículos musicales son muchos años y muchos artículos musicales. No siento la necesidad de escribir muchos más, solamente los necesarios, los que me salgan de las tripas, porque al fin y al cabo, nunca he dejado de ser un tipo visceral. Los artículos ya no me van a sacar de pobre. Cuarenta años después he descubierto que es ficción lo que quiero escribir. Pero, sobre todo, he llegado a la conclusión de que ya apenas tengo la necesidad de contar o explicar nada, y eso, os lo aseguro, es una enorme liberación. Nunca pensé que legaría a apreciar tanto el silencio. También el mío.

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