VALÈNCIA. Cuando hablamos de la Nueva Escuela Valenciana de los 80 resaltan varios nombres: Micharmunt, Sento, Mique Beltrán… y entre ellos se encuentra Daniel Torres. Todos ellos se reunían religiosamente en Futurama para hablar sobre sus publicaciones, su norma y su estilo. Para Torres la clave para formar parte de este grupo estaba clara: publicar, "que es lo más importante". Para el valenciano, que ahora celebra en el Salón del Cómic de València su carrera, estar dentro de esta gran Escuela les permitía tener ese ansiado feedback que por aquel entonces aún no vivía en las redes.
Cuenta que se reunían cada 15 días, religiosamente, y que una vez se veían conversaban sobre los trabajos de unos y de otros, “hablaban, se contaban y se enseñaban las cosas”. Para el joven Torres esa respuesta entre colegas era algo clave. Su carrera comenzó apenas en los 80, cuando se aventuró a marchar a Barcelona con poco más que un par de direcciones apuntadas en una libreta y muchas ganas: “Iba con una carpeta de dibujos, con un par de direcciones y con el contacto de un editor”, ahí iban los dibujos de Claudio Cueco, su primer gran trabajo, “este fue el que me pidió que quería más, y desde ahí hasta ahora [ríe] Esto ahora es complicadísimo, yo considero que tuve esa suerte, si no hubiera dado ese salto mi carrera hubiera sido muy distinta, seguro”.
Tras ese salto todo se resume en trabajo, trabajo y más trabajo. De hecho mantiene esta conversación con Culturplaza ya comentando que ahora mismo tan solo piensa en que acaben sus compromisos para volver a casa a dibujar de nuevo. Incontenible, vaya. Su libro Algunos maestros y toda la verdad (editado de la mano de Norma Editorial) le obliga a celebrar parte del trabajo, en un sentido de homenaje amable: “Parece que los homenajes los hacen solo a los veteranos. Es como si te dieran una palmadita y te dijeran: mírate otra cosa, pasea por el parque”, comenta en tono bromista, “para mi este libro es un homenaje más bien a mi mismo. Tenemos en cierto modo la necesidad de contar qué hemos hecho esto, dar un testimonio. Yo nunca he trabajado en una empresa, pero antes cuando llevabas ciertos años trabajados te hacían un regalo para celebrarlo, esto es lo más parecido, un regalo en forma de publicación”.
Entre sus páginas cualquier apasionado de su obra podrá encontrar sus claves que durante 40 años (del 1980 al 2020) le han permitido seguir creando. El libro, puntualiza, tendría que haber salido en pandemia pero se tuvo que retrasar la publicación “por lo que en realidad ahora llevo dibujando 43 años, que se dice pronto”, comenta. El autor confiesa que la creación de este trabajo viene en parte en reconocimiento a sus años trabajados, como una necesidad de dar voz y testimonio a todo lo que ha pasado, en un acto autoreflexivo de uno mismo. Torres confiesa que se siente en un momento en el que este tipo de parones van bien para agarrar carrerilla, y que a su vez el propio reconocimiento obliga a repensar el trabajo: "Se quedan muchísimas cosas fuera, pero todo lo que tiene que estar dentro del libro se encuentra ahí".
“Empecé a hacer dibujos y reflexionar sobre dónde vengo, eso acabó adquiriendo una forma física y es este relato. Tengo la necesidad de contar un poco el qué y el por qué de todo”, cuenta sobre el libro, que se explica por sí solo. Lo define perfectamente Álvaro Pons en el prólogo de la obra: “Si pudiéramos ampliar con un potentísimo microscopio el limpio trazo de cada dibujo de Daniel Torres veríamos que la tinta no es una simple mancha: a través del objetivo se descubren cuadros encajados a modo de complejas cadenas de ADN”, esto es lo que es la obra: la vida de Torres en 40 años en (y entre viñetas).
Hay dibujantes que temen mostrar sus técnicas, y sus entresijos. Para el valenciano sucede todo lo contrario. No teme mostrar todo el esqueleto de su trabajo, las pequeñas tintas, la arquitectura que construye sus viñetas y ante todo su intimidad a la hora de exponerlo todo: “Es una obra para conocerme más allá del cómic, y soy consciente de que es una obra que se cierra bastantes puertas: obligo al lector a hacer una lectura muy lenta, al detalle, no es un libro para leer. El lector debe conocerme desde hace bastante tiempo, y tiene que querer sentarse a conocerme de alguna manera”. De la misma manera es un trabajo de coleccionista, pues la editorial Norma limita la publicación a 999 ediciones, con una lámina firmada por el propio autor al final del libro.
El trabajo lo define como una obra muy subversiva, de detalle total, es por ello que para capturar la creación incontenible del dibujante valenciano no vale un formato normal, sino que la obra se despliega en tamaño portafolio, para poder contemplar todo lujo de detalles: “Yo quería que fuera aún más grande [ríe] pero el mercado ya no está para eso. Lo que quería es que se vieran todos los detalles, como si de un fresco se tratara. Ha sido una labor de mucho tiempo que ahora se ve en páginas muy gruesas y con todos los bocetos, que no deja de ser más que el proceso de trabajo de algo más grande”. Al final Algunos maestros y toda la verdad es tan solo la excusa táctil para celebrar toda una vida dibujando, a personajes míticos como el gran Roco Vargas, del que asegura que su vida seguirá en marcha aunque sus manos paren: “Dejaría que Roco vivan en manos a través de otras personas, no quiero monopolizarlo. Si llega otro autor y lo retoma con mi permiso y con el de la editorial pues adelante, no me siento avaricioso en ese aspecto”, comenta.
Del presente le interesa seguir dibujando, y a su vez seguir contando todo lo que vendrá. Se reafirma en aquella idea de que “el retrofuturo es el que refleja el mundo presente”, idea que compartía en una conversación con Culturplaza en el año 2021: “El presente no me interesa, siempre quiero ir más allá. Yo creé hace mucho tiempo mi propio metaverso con El mundo que no fue, y también construí el mundo Roco Vargas. Llámalo si quieres actitud cobarde, pero yo me meto en ese mundo que es muy cómodo para mí, y que es amable, y del resto voy viviendo como pueda en él, porque tengo la obligación de vivir en el mundo real, vaya”.
-Al principio de la entrevista comentabas que no puedes esperar para volver a casa a seguir trabajando… ¿Quién te espera en la mesa?
-Pues ahora mismo me espera Roco, para variar. Estoy escribiendo sus memorias: Memorias de un futuro que no fue, y lo que cuento es también algo testimonial. Es el relato del día de 19882 en el que me encontré con Roco Vargas, cuando comenzamos a hablar y nos conocimos, cuando nace y se construye. Él es un aventurero espacial que lleva una bolsa llena de fotografías, recortes de prensa, películas, diapositivas… lo tira sobre mi mesa y ahí empezamos a rebuscar entre los dos. De cada cosa que encontramos sale una ilustración de mi.