VALÈNCIA. Hace ya más de 10 años, Pablo Iglesias acuñó el término de "jarabe democrático". Era 2013, un poco antes de fundar Podemos. Decía que los escraches eran el jarabe democrático de los de abajo contra la casta. Y de esta forma justificaba los ataques a los políticos del Partido Popular, que en aquellos momentos estaban en el Gobierno de España. Soraya Sáenz de Santamaría, Beatriz Rodríguez, Esteban González Pons… algunos de ellos sufrieron escraches en sus propias casas con sus hijos en el interior.
Y Pablo Iglesias decía: "¿qué pasa, que los hijos de los políticos valen más que los hijos de los ciudadanos que están desahuciando injustamente? El 80% de los ciudadanos dicen que los escraches son legítimos. No lo digo yo, lo dicen las encuestas".
Me parecieron momentos terribles para nuestra democracia y nuestros representantes públicos. Poco se imaginaba él que años después iba a ser víctima de su propia medicina acosado con su familia en el chalet de Galapagar. Algo que, por supuesto, me parece tan terrible como cuando les ocurría a mis compañeros del Partido Popular.
Un tiempo antes, los ataques ya habían comenzado en otro ámbito. La izquierda puso en marcha la "guerra judicial", ahora conocida como lawfare, para intentar acabar con los gobiernos del PP con los que no podían en las urnas. Aquí lo sufrimos especialmente.
La exalcaldesa de Valencia Rita Barberá vivió la "violencia política" en primera persona. Sufrió duros escraches en la puerta de su casa, insultos de Compromís en tiempos de campaña electoral en los mercados municipales, especialmente intensos cuando aparecían las cámaras de televisión, o incluso la bajeza moral de las camisetas del entonces asesor Grezzi en las que aparecía caricaturizado con un látigo en la mano intentando azotar a la alcaldesa.
También la "guerra judicial" fue especialmente dura. Después de 25 años como alcaldesa, se vio envuelta en varias causas que se orquestaron desde la izquierda contra ella y todo su equipo. Murió en 2016, dos días después de declarar en el Tribunal Supremo por el caso del 'pitufeo'. La causa fue sobreseída 6 años después, con cerca de 50 imputados inocentes. Falleció con el dolor de no haber podido defender su honorabilidad, tras duros tiempos de continuos gritos, insultos y amenazas.
En aquellos momentos, Mónica Oltra calificaba esta persecución como "tonterías". No se imaginaba que una imputación sería la que acabaría con su carrera política. Su exmarido fue condenado a cinco años de prisión por abusar de una menor cuando era monitor de un centro de menores que dependía de su Conselleria. Fueron momentos muy complicados para ella, sobre todo porque sufrió las presiones de su propio Gobierno. Por su parte, la oposición pudo atacar con más contundencia, pero no quiso hacer más leña del árbol caído. Si el caso hubiera sido al contrario, no quiero ni imaginar cómo hubiera actuado ella.
Y así ha ido funcionando la máquina del fango durante años. Una maquinaria de la que el presidente del Gobierno, Pedro Sánchez, se ha beneficiado en muchas ocasiones. Sin apenas esfuerzo, ha visto caer a miembros de su Ejecutivo como el exvicepresidente Pablo Iglesias o la exministra de Igualdad Irene Montero. Pero es ahora cuando Pedro Sánchez ha dicho basta, cuando han disparado a su familia. Justo después de que un juez haya abierto diligencias contra su mujer, Begoña Gómez, por presunto tráfico de influencias y corrupción en los negocios a raíz de una denuncia del sindicato Manos Limpias, basada en informaciones publicadas en medios de comunicación.
Después de su simulacro de dimisión, el presidente dice que es el momento de regenerar la democracia, hacer un punto y aparte y acabar con los pseudomedios. Unas afirmaciones que preocupan, y mucho, porque parece estar dispuesto a utilizar medidas que podrían coartar la libertad de expresión y el derecho a la crítica, fundamentales en cualquier democracia.
Nuestra democracia no necesita ninguna regeneración y, sobre todo, no necesita más control por parte del poder. Ya sé que le gustaría, pero no va a pasar. Porque la sociedad española es una sociedad madura que ya no se deja engañar por su propaganda y no lo va a permitir.
Por el contrario, lo que necesita nuestro país es que se garantice un debate abierto y plural, donde todas las voces puedan ser escuchadas, incluso las más críticas con los líderes políticos. Estoy de acuerdo en que hay que acabar con los bulos, pero la transparencia y la fiscalización del poder son pilares esenciales de cualquier sistema democrático.
Ni jarabe democrático, ni máquina del fango, los ciudadanos queremos libertad de prensa y DEMOCRACIA.